Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
El encargado de los Asuntos Exteriores de la Unión Europea, el español Josep Borrell, en días recientes cometió un desvarío que ha tenido indeseables efectos. (Los venezolanos tenemos recuerdos de traspiés del caballero, no mucho más a decir verdad, a propósito de nuestra trágica situación nacional) Se le ocurrió decir en una charla para estudiantes: “Sí. Europa es un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha logrado construir, las tres juntas… La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín…”. Concluyó que la mejor manera de que el jardín no fuese invadido no era levantar muros protectores sino salir a mejorar la jungla.
Estas cargadas palabras a cargo de algún buen profesor serían tema para discutir, pero en boca del máximo diplomático de la Europa unida es una soberana estupidez. Y por supuesto ha producido violentas respuestas. Para empezar, es hiperbólica, habría que recordar las manzanas podridas del jardín, los movimientos ultraderechistas, fascistas, que como hongos han comenzado a crecer en el fino paraje, algunos ya en el poder, tales Hungría, Italia, Polonia, Bielorrusia y la misma Rusia en la enorme parte de su alma que tiene de europea; otros movimientos oscuros se gestan aquí y allá y quién sabe hasta dónde llegarán. Lo del Brexit o el drama de la migración. Para no hablar de la crisis económica inglesa actual o la amenaza generalizada de una próxima recesión producto de los efectos de la guerra ucraniana. Los críticos no dejaron de recordar los centenares de millones de cadáveres del pasado inmediato sobre los que se levantó la Europa contemporánea o los crímenes y saqueos que el colonialismo produjo en el tercer mundo y facilitó su desarrollo.
Pero no se puede obviar que sí, la Unión Europea ha sido un paso altamente significativo en el desarrollo de la civilización y no pocas de las valoraciones que le atribuye Borrell son realidades. Pero digamos por último que él era el menos señalado para decirlo, por último, por decoro del oficio.
En cuanto a la jungla hay también mucho de cierto, salvo algunos países desarrollados y regidos por el derecho, fuera de Europa. La inmensa mayoría de la humanidad vive en la jungla. Pero yo creo que estas desmesuradas diferencias se podrían sintetizar sobre todo en un concepto, la desigualdad económica. Baste señalar que 10% de la humanidad posee 76% de toda la riqueza y 50% más pobre 2%. Por otra parte, no llegan a un tercio los países que viven en democracia plena. La selva, ciertamente.
No sería muy audaz apostar a que una redistribución de los bienes terrenales podría romper esa división inhumana entre el jardín y el estiércol, entre la vida plena y la pobreza extrema. O simplemente reducir los gastos militares delirantes y globalizados. Y también que esta sanación de la jungla no va a surgir de una cruzada de Europa ni de ningún otro paladín sino de las luchas y el tesón de cada pueblo por construir su futuro. Futuro el nuestro que casi unánimemente se considera temible. No solo por lo dicho, sino por amenazas como las bombas nucleares, ahora repartidas por aquí y por allá, y sobre todo por el cambio climático que ya en acción amenaza seriamente con destrozar el planeta y con él la especie del homo sapiens. Hasta ahora el hombre no había conocido peligros capaces de exterminar la humanidad entera, como subrayaba Norberto Bobbio. Y, por supuesto, ni los jardines y sus rosas escaparían de ese Juicio Final. De manera que da la sensación no solo de que el jardín proustiano no va a salvar la selva garciamarquiana, sino que el barco se puede hundir con todos adentro y hasta con orquesta, como la famosa nave de aquel Occidente orgulloso y vacuo, como Borrell.