Por: Aberto Barrera Tyszka
La imaginación económica tiene algunos momentos de gran audacia lírica.
Lee, por ejemplo, estas palabras del ministro Giordani: «Hay que evitar la insaciabilidad del dólar». ¿No es una maravilla? Fue el titular de la Agencia Venezolana de Noticias. Le tumban 46% de su precio a la moneda y luego nos lanzan una frase así. Uno no termina de saber si el ministro ensaya una crítica macrogastronómica o si sólo está elaborando una nueva poética del control cambiario. Es extraordinario. Giordani, de pronto, quiere ser Paulo Coelho.
El Gobierno ha hecho lo imposible por disfrazar la devaluación. Detestan ese término. No quieren mancharse con él. Por eso insisten obstinadamente en que sólo se trata de un «ajuste», que en realidad no tiene que ver con nosotros sino con las «perturbaciones externas», enmarcadas, por supuesto, dentro de un contexto de «guerra» contra aquellos que pretenden «desestabilizar» la patria. Las maromas son alucinantes. Tanto que casi terminan queriendo convencerte de que la devaluación te conviene. Así es, camarada. No tienes 46% menos. No lo veas así. No seas pesimista. No te dejes engañar por los demonios de la oposición. En realidad, tienes más. Mucho más. Más calidad revolucionaria. Más vida roja rojita. Más dignidad patria.
Más y mejor revolución. Pregúntaselo a Winston.
Pero los números son muy difíciles de maquillar. El día que yo cumplí 23 años, el presidente Luis Herrera Campins anunció una devaluación del bolívar. Era el 18 de febrero de 1983. La fecha pasó a la historia como el «viernes negro».
Herrera había llegado a la Presidencia denunciando la corrupción y la ineficacia de los gobiernos anteriores. Su consigna de campaña podría ser un clásico nacional: «¿Y dónde están los reales?». Suena familiar, ¿verdad? De un día para otro, a todos se nos arrugó el sueldo y el futuro. Fue el comienzo de una nueva tradición que poco ha variado. De ahí en adelante, durante todos estos años, los venezolanos nos hemos ido haciendo expertos en ajustes y controles, en caídas y en crisis. Son inútiles los intentos de decirnos que todo está bien, que no pasará nada. Nosotros somos sobrevivientes de una historia de devaluaciones.
Lo más insólito de la retórica oficial, sin embargo, es su empeño en no asumir ninguna responsabilidad. El ministro Giordani asegura que el Sitme sistema diseñado, creado y mantenido por esta administración durante años «nació genéticamente perverso». Lo dice sin parpadear. Sin que le tiemble el número de la cédula. Sin siquiera asumirlo como una autocrítica. Lo dice serenamente. Como si eso no tuviera nada qué ver con el Gobierno. Como si no fuera su obra. Como si ellos sólo fueran gobierno cuando les toca atacar al imperio.
Todo forma parte de una mentalidad que, sin el carisma presente de Chávez, va haciéndose cada vez más obvia y patética. Creen que están en el poder, no para gobernar, sino para cambiar y controlar la historia. Después de años de ineficiencia y de derroche, ya en muchos casos, la gerencia pública comienza a ser un estorbo. Es una asignatura engorrosa en este tránsito hacia algo mayor, en esta guerra permanente por consolidarse como único centro de control y de autoridad en el país. Si vamos hacia el paraíso bolivariano, ¿por qué tenemos que perder tiempo con ese problemita de las cárceles? Las batallas por el cielo siempre son más urgentes.
La devaluación es un nuevo tropiezo incómodo. Entre otras cosas, porque las promesas todavía están frescas, son muy recientes. Nos dijeron que, gracias a la revolución, Venezuela se había salvado de la crisis. Nos repitieron mil veces que, gracias al socialismo, no estábamos hundidos en la agonía del capitalismo mundial. Nos dijeron que si votábamos por otros nos quedaríamos sin nada, vendrían los ajustes. Nos prometieron que seríamos una gran potencia. ¿Y entonces? ¿Qué pasó? Vuelve a sonar de nuevo el hilo musical de nuestra identidad: ¿Y dónde están los reales? Escribo estas líneas mientras veo las imágenes de los pacientes y de los trabajadores del Hospital Periférico de Coche, en el oeste de Caracas, ocupando una avenida, protestando. De 200 camas, sólo sirven 10. No hay tomografías ni rayos x. La unidad de Pediatría tiene 2 años cerrada. Sobre el asfalto, en medio de otros manifestantes, hay un hombre tendido en una camilla. Tal vez el Gobierno piense que se trata de una guarimba imperialista.
Quizás denuncie que sólo es una invención mediática. Pero, seguramente, Giordani está tranquilo. Él sabe que todo esto lo vamos a resolver si logramos esquivar la insoportable insaciabilidad del dólar.