Por: Sergio Dahbar
Era una mujer que cargaba con una cruz insoportable: ser hija de una violación. Les escondió el secreto a sus hijos. Ahora una sobrina lo cuenta en un libro que se vende como pan caliente
El 25 de marzo de 2002, el modisto Yves Saint Laurent se despidió frente a dos mil invitados en el Centro Pompidou (París) de un oficio que lo había desvelado por 44 años. Una obsesión que lo convirtió en celebridad. Fue una gran noche. Llena de emociones fuertes. En la primera fila se encontraba una mujer mayor, pequeña, con unos tacones altos. Bien peinada, su corazón estaba a punto de estallar. Se llamaba Lucienne Mathieu-Saint Laurent y era la madre del rey de la fiesta, una mujer que nadie podía pasar por alto.
Algo muy diferente ocurrió en enero de 1958, cuando su hijo presentó su primera colección en los salones Dior. Era su debut y ella no fue invitada. Yves Saint Laurent tenía 21 años. Joven, impetuoso, atractivo, se desmoronaba por dentro. No quería que nadie viera a su madre; que nadie percibiera el acento pieds noire de Orán (África); que nadie oliera ese olor particular… Nadie lo sabe, pero su madre lo avergüenza.
Marianne Vic es la única sobrina de Yves Saint-Laurent, hija de su hermana Brigitte. Y hoy es la autora que acaba de publicar Nada de lo que es humano es vergonzoso (Fayard). En esas páginas revela un secreto familiar perturbador que le contó su tía abuela Lucienne antes de morir.
El segundo libro de Marianne Vic revela la historia de una familia con un desarraigo emocional muy fuerte. La prensa ha dicho que quizás por eso las madres que aparecen en el libro son “sucias, embarazosas, vulgares’’. Su sobrina piensa, y lo escribe sin pudor, que Yves Saint Laurent comenzó a vestir a las mujeres como una forma de vestir a su madre.
Pero el plato fuerte del libro, lo que sin duda ha agotado los ejemplares de las librerías, es la historia que se encontraba oculta en el subsuelo de la familia: Una de esas tragedias que si no se ventilan terminan por convertirse en un cáncer.
Para Marianne Vic, Yves Saint Laurent fue siempre un tío adorable, el hermano mayor de su madre, Brigitte, un «padrino de cuento de hadas». Extravagante y caprichoso. Le enseñó a coser en sus talleres vestidos para los espectáculos de danza de la escuela. Tan locos eran que la maestra los rechazaba. Para levantarle el ánimo, el padrino Yves la invitaba a la ópera para que baile en los brazos de Nureyev.
En otro momento le regala una caja de colores para que pinte. En la mansión de calle de Babilonia, Marianne olvida las borracheras de su madre Brigitte y se casa a los 25 años. Yves Saint Laurent crea un vestido en azul moiré, bordado con oro y cristales de roca. Él la lleva al altar: “ebrio, tierno, conmovido’’.
Entre la fascinación por esa figura endiosada, su padrino consagrado, y los recuerdos que emergen del pasado, de Argelia, de Sidi Bel Abbes en 1890, frente al mediterráneo, con olor de viñedos y reminiscencias españolas, crece la historia familiar de Madame Muller, una viuda rígida, sin un centavo, que cría a dos hijas. Ella es el origen de todo, la punta de un iceberg devastador.
La hija más joven es violada. Madame Muller acaba de lograr que la mayor, Renee, se case con un banquero de Saida y teme que semejante agresión frene este primer paso hacia la elevación social. La criatura nacida de esa violación es confiada a una niñera. Esta niña maldita es Lucienne, la madre de Yves Saint Laurent, la hija de un violador.
Cuando Lucienne cumple 5 años, su madre la lleva de nuevo a casa. Pero allí las cosas no van a mejorar. Lucienne es violada por el marido de su madre. Contra toda adversidad, Lucienne crece como una joven encantadora, pero desordenada afectivamente.
Su vida tiene una grieta. Colecciona amantes, aborta, se casa con Charles Mathieu-Saint Laurent, con quien tendrá tres hijos y pocas emociones. Yves, su único varón, la acompaña al salón de baile. Tiene 6 años y observa a su madre pegada a los cuerpos de hombres desconocidos. El la recuerda con un vestido de lunares.
Lucienne nunca pudo contarle a su familia las pesadillas de las violaciones que no la dejaban dormir en paz. Escogió a Marianne Vic para liberar ese peso que la hundía en el abismo.
«Lo que uno no quiere saber de sí mismo termina viniendo del exterior como un destino», consignó Jung. Marianne Vic está convencida de que su familia fue víctima de la «metástasis de la ignorancia». Cabe preguntarse, ¿por qué se avergonzaba Yves Saint Laurent de su madre? ¿Por el acento pieds noire? ¿Por su pasión por los hombres desconocidos y los colores chillones? ¿Por sus olores que la convertían en un animal sexual perturbador? ¿O porque conocía el secreto que la avergonzaba sin que ella abriera la boca? «Vengo de una familia donde los hombres son sombras», dice Marianne Vic y no se equivoca.
Heredera de un secreto desconocido por la familia, Marianne Vic optó por confesarle a la pareja de Yves Saint Laurent, Pierre Bergé, que escribiría un libro. Este empresario fue esencial para que la familia pudiera sobrevivir a cierto impulso destructivo y protegió la herencia que dejó el modisto al morir en 2008. Al oír el propósito de Marianne, convino en que estaba haciendo lo correcto. Y le dijo que, de toda la familia, ella era la única que había logrado escapar. No estaba equivocado.
*** Marianne Vic es la única sobrina de Yves Saint-Laurent, hija de su hermana Brigitte. Y hoy es la autora que acaba de publicar Nada de lo que es humano es vergonzoso (Fayard). En esas páginas revela un secreto familiar perturbador que le contó su tía abuela Lucienne antes de morir.
*** Yves Saint Laurent… joven, impetuoso, atractivo, se desmoronaba por dentro. No quería que nadie viera a su madre; que nadie percibiera el acento pieds noire de Orán (África); que nadie oliera ese olor particular… Nadie lo sabe, pero su madre lo avergüenza.