Por: Editorial Analítica
El cáncer de la corrupción está carcomiendo a Latinoamérica. Afortunadamente, están ocurriendo hechos que dan cierta esperanza de cambio como la operación lavajatos en Brasil, que puso al descubierto los malos manejos que tuvieron lugar a través de la empresa Odebrecht.
Los tentáculos de esa empresa brasileña se han ramificado por todo el continente obteniendo jugosos contratos a cambio de sustanciosas coimas para presidentes y demás autoridades, en diversos gobiernos de la región.
Ya han caído, implicados en operaciones de esa constructora brasileña, el ex presidente de Perú y el vicepresidente de Ecuador y ahora el Tribunal Supremo de Justicia venezolana está estudiando el caso en Bogotá, presentado por la Fiscal Luisa Ortega Díaz en contra del Presidente Nicolás Maduro.
Si los paises latinoamericanos desean superar sus recurrentes crisis económicas, políticas y sociales tendrán que persistir en la lucha contra la corrupción y a la vez erradicar el populismo como fórmula política de gobernar. Pero sobre todo hay que acabar con la impunidad que ha sido la malla protectora detrás de la que se han escudado politicos y empresarios.
Hay que rescatar el concepto de estado de derecho, tal como fue concebido en el siglo XVIII, que afirmaba que la soberanía reside en el pueblo y que todos son iguales ante la ley y que esta debe cumplirse o atenerse a las consecuencias.
Vivimos en un mundo competitivo en el que solo surgirán las Naciones que se preparan para triunfar en la llamada sociedad del conocimiento. Ya los paises no pueden considerarse ricos porque posean, en mayor o menor abundancia, recursos naturales, sino que lo serán en la medida en que capaciten a su población en una educación avanzada que les brinde los instrumentos necesarios para crecer y prosperar económicamente. Y eso solo es posible en Estados que se rigen por la ley y en los que la corrupción no tiene espacio para prosperar.