¿Cuántas apagones necesita el presidente uruguayo para entender que esto se derrumbó, que ya no hay como pagarle las facturas a las compañías que le vendieron a Venezuela las toneladas de productos lácteos y que, además, no habrá cómo comprarles ni una gota más si seguimos por este camino de destrucción? ¿Cuántos apagones más necesita López Obrador para entender que no le sirve para nada usar a Venezuela como peón en su juego de ajedrez con Trump? ¿Cuántos apagones tienen que ocurrir para que los miembros del Grupo de Contacto comprendan que lo que está pasando en este país del norte del sur de América directa o indirectamente lo van a tener que enfrentar ellos porque ya el mundo no es ni ancho ni ajeno?
¿Cuántos apagones más necesita Miraflores para entender que está cerca, muy cerca, de provocar un real movimiento separatista en Mérida, Táchira, Trujillo y Zulia? ¿Cuántos apagones más necesitan los señorones de los fuertes para entender que lo único que despiertan en los ciudadanos es el desprecio y la ira, que no hay ya ni un ápice de respeto o admiración por ellos? ¿Cuántos apagones necesitan los alcaldes rojitos para entender que son ellos los que están pagando la factura política, son ellos los que día con día tienen que darle la cara a los vecinos enfurecidos mientras los de los cogollos se apoltronan en oficinas y casas bien provistas de plantas eléctricas?
¿Cuántos apagones tenemos que contabilizar para que tantos periodistas y opinadores de oficio en el extranjero dejen de llenarse la boca pontificando sobre Venezuela sin tener al menos la cortesía de venir aquí, a esta tierra en desgracia, sufrir el desastre en primera persona del singular y, entonces, hablar con propiedad y no desde la tapa de la barriga? ¿Cuántos apagones tienen que sumirnos en la más densa oscurana para que entendamos que todos somos víctimas de una banda organizada de cuatreros políticos que no van a entregar el coroto a menos que aquí haya una negociación que, aunque no les asegure el poder, no les deje fuera del perol? ¿Cuántos apagones tenemos que soportar antes que entendamos que ni los gringos ni los vecinos van a entrar en nuestro territorio a salvarnos
Escribo con la última rayita que le queda a mi compu. La conexión de internet está muerta y la de celular también. No hay whatsapp ni Twitter ni siquiera SMS. No tengo cómo contactar a mi familia en Caracas. Aquí en el noreste de Margarita el apagón no nos comenzó a las 11pm como entiendo pasó en otras zonas de lo que queda de República. Aquí la electricidad desapareció a las 7pm. Y ni hablar de lo que ocurre en Zulia, donde además pagan la peor parte porque para más INRI, no contentos con no darles electricidad les rocían con chorros de mentiras. Ayer escuché a un ganadero del sur del Lago venirse en llanto diciendo «nos quebraron al Zulia… Esto no es casas muertas, es vacas muertas».
Los apagones no son tan solo un problema técnico. Es la manera más sórdida en que los usurpadores aplastan a la población. Esto no es un secuestro. Esto es un estado de sitio. Y los venezolanos somos usados como muralla protectora del usurpador, mientras él está en el palacio muy cómodamente apoltronado viendo series y películas y deglutiendo pantagruélicamente seis o siete veces al días.. Así de paradójico es el asunto. ¿Cuántos apagones más? Que alguien me diga si cuando se apague totalmente el país también se apagarán nuestras almas y seremos los protagonistas de fotos y vídeos que distribuirán en Twitter e Instagram los que huyan por las trochas. Porque por cierto ya no habrá ni periódicos ni medios en Venezuela que puedan publicar la noticia.
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