Publicado en: Efecto Cocuyo
Nicolás Maduro se está quedando desnudo. La realidad le está propinando un strip tease brutal. En menos de un mes, su imagen se ha ido descascarando, dejándolo a la intemperie. Ni siquiera la magia del poder, la simbología que tradicionalmente había sido eficaz, le está dando resultados. Se ve y se escucha cada vez más solo, cada vez más antiguo. La revolución se arruga y se seca a paso de vencedores. Es una suerte de certeza que va ganando terreno, que va sumando gente y ánimo: Maduro es el pasado.
Una de las consecuencia más letales del carisma que ha comenzado a mover Juan Guaidó en el país es, precisamente, ése: el envejecimiento del oficialismo, de su retórica, de sus símbolos, de sus códigos de comunicación, de sus referencias culturales…Ayer, desde lo alto de su tarima y de sus parlantes, después de afirmar que “hay un solo presidente en Venezuela”, Maduro tomó aire y añadió “y ese presidente es este joven”. Hizo una pausa donde solo cabrían tres puntos suspensivos pero, de pronto, se coló también ahí un crujido desconcertado en todos los presentes, un ay mudo en mitad de la avenida ¿A cuenta de qué, de pronto, Maduro se refiere a sí mismo como “joven”? ¿Qué está pasando aquí?
No hay nada nuevo en su discurso. Todos los venezolanos podríamos organizar un juego de apuestas, un concurso para tratar de adivinar la siguiente frase o el próximo argumento que dirá Nicolás Maduro durante alguna de sus intervenciones. También ayer, en una suerte de fingido ímpetu, instó a Diosdado Cabello a que la ANC aprobara, lo antes posible, la ley anti corrupción ¿Está diciendo eso el mismo hombre que, en octubre del año 2013, pidió y recibió poderes especiales para reactivar la economía y combatir la corrupción?
No se puede abusar de las palabras. Mentir de forma sistemática tiene consecuencias. No solo se han quedado sin argumentos. También se han quedado sin sonidos. Cualquier cosa que quieran decir ya no funciona: solo es ruido, no tiene música. Otro ejemplo cercano, del acto de ayer en la avenida Bolívar: Maduro no tuvo más remedio que montarse en la agenda y en el lenguaje de la oposición.
Su mejor propuesta, su única propuesta de cara a la participación popular, fue una convocatoria a organizar “cabildos” por todo el país. Para tratar de diluir un poco el patetismo de la situación, intentó matizar agregando que se trataba de cabildos “bolivarianos”, “patriotas”. Ningún adjetivo pudo salvarlo. La confesión ya estaba hecha. La voz del oficialismo está apagada.
Obviamente, hay detrás un largo proceso de abuso de fórmulas, un deterioro inmenso; hay un cansancio de la población, acorralada por la crisis, harta de ser ignorada y humillada por el gobierno; pero hay también un liderazgo nuevo, joven, una forma distinta de establecer una relación con los problemas reales de la gente, una manera distintas de comunicarse con todos. La idea del cambio empieza a formar parte de una nueva normalidad que va avanzando en el país. El dogma de la eternidad bolivariana ( todavía ayer Arreaza habló de “los primeros veinte años de la revolución”) se está deshaciendo. El sentido de la alternancia política está regresando a ser una hipótesis probable, una manera natural en nuestra vida política.
El oficialismo en este momento no es una posibilidad de futuro. O sí: pero solo por la vía de la fuerza. Como una condena. Mientras, en las calles, las ganas de futuro son cada vez más un contagio. Se puede censurar a los medios. Se puede perseguir a los adversarios. Se puede reprimir a quienes protestan. Se puede controlar y someter a toda la población. Pero no se puede imponer la esperanza. Y, hoy, la esperanza de la mayoría de los venezolanos es un cambio.
Lea también: «¿Es posible una negociación en Venezuela?«, de Alberto Barrera Tyszka