Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
En pocos días se definirá el destino de Venezuela, y, con él, tanto el del modelo creado por el narcocastrismo para apropiarse de toda la América Latina como el de su propia reinvención como país, en tanto sociedad libre y productiva, democrática y próspera. El fin de lo uno es el inicio de lo otro. Necesario es que la serpiente se muerda la cola, porque, a pesar de los cultores de la esperanza, el destino nunca llega solo por arte de magia. El destino es el resultado del trabajo continuo, de la constancia, el empeño y la convicción. Se recoge lo que se cosecha. Se es lo que se hace. El destino se va labrando, se va tejiendo, movido por la libre voluntad, por aquello a lo que Maquiavelo designaba con el nombre de Virtù.
Esos pocos días que le restan al fin de la narcodictadura usurpadora tienen sobre sus espaldas la osamenta de la experiencia de años de sacrificio, de luchas ininterrumpidas, de viejas derrotas y de nuevos intentos, de caídas y éxitos, de encarcelamientos y asesinatos, de diásporas y exilios, de ancianos enfermos y niños famélicos. En fin, de privaciones y persistencias. El amor es más fuerte que el miedo. La llegada de alea iacta est no es, pues, un regalo. Es, más bien, el precio que ha de pagarse para conquistar la libertad, para que el sujeto deje de morder el polvo y pueda devenir sustancia.
Las crisis se caracterizan por el hecho de que el viejo orden no termina de morir y el nuevo no termina de nacer. Pero, como afirma un convencido seguidor de Spinoza llamado Albert Einstein –recientemente citado por el buen Antonio Sánchez García–, no conviene pretender que las cosas cambien si siempre se hace lo mismo: “Las crisis son la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque las crisis traen progresos. La creatividad nace de la angustia como el día de la noche oscura”. Mientras que el mundo entero –especialmente los Estados Unidos de América– ha tomado con firmeza la decisión de no seguir permitiendo más abusos, extorsiones y humillaciones en un país secuestrado y humillado, la narcotiranía, ya herida de muerte, concentra sus últimos esfuerzos en el empeño de seguir sometiendo a la población venezolana con toda clase de pesares y sufrimientos.
Desdibujada, confundida en medio de la rigidez de sus esquematismos anacrónicos, cree poder mantener el mando echando mano del pánico y la zozobra. Pretende impedir el ingreso de la ayuda humanitaria internacional, cuyo propósito consiste en morigerar las terribles carencias existentes, que son consecuencia directa de la destrucción sistemática que llevó adelante –muy exitosamente, por cierto– el malandraje usurpador.
Venezuela está exhausta. Sobrevive en medio de la más espantosa miseria material y espiritual, causada por el insaciable asalto de sus arcas, del premeditado quiebre de sus fuerzas productivas y de sus relaciones de producción, del aplastamiento de su otrora valiosa meritocracia. El desbordamiento del populismo, del rentismo, del facilismo, del fanatismo y, por supuesto, de la ignorancia y de su hermana gemela, la corrupción, han terminado postrando a la que fuera la nación más rica y pujante de Latinoamérica. Cual pulgas transmisoras de la llamada “peste negra”, el cartel narcodictatorial infectó la sangre del ser y de la conciencia del país. La recuperación terapéutica no será fácil y, sin duda, durante algún tiempo requerirá de cuidados intensivos.
Por eso mismo, dadas las actuales circunstancias, la ayuda humanitaria se ha hecho absolutamente indispensable, necesaria y determinante, aunque, por supuesto, no será suficiente para poder sacar adelante al país. La Venezuela mayoritaria, la que anhela un cambio profundo, la que aspira a recuperar su dignidad, su calidad de vida, su civilidad, esa que no desmaya en la lucha por reencontrarse consigo misma, debe saber agradecer la solidaridad que el mundo libre ha mostrado al tenderle la mano para poder volver a levantarse, para ponerse, una vez más, de pie. Pero la auténtica ayuda humanitaria requerida, la otra, la que sigue a continuación de la que ya se encuentra en camino, solo podrá resultar, precisamente, de la Virtù, es decir, de la inteligencia, la capacidad y el tesón de los propios venezolanos. Para ello también se necesitará del respaldo del concierto internacional, y especialmente, de las grandes potencias.
Finalizada esta etapa de emergencia humanitaria –Primun vivere deinde philosophari–, una vez atendidos los requerimientos básicos de los sectores más humildes, de los más necesitados, será menester iniciar la pronta reactivación de la economía en todos sus niveles, generar trabajo efectivamente productivo, es decir, riqueza sustentable.
La época de los resentimientos promovidos, de los prejuicios, de las valoraciones ruines y mediocres, toca su fin. Veri, pulchri et boni: la verdad es verdadera porque se sustenta en la belleza y la bondad. Superar la pobreza material requiere de mucho más que una ayuda humanitaria. Requiere de la superación de la pobreza de espíritu y de la consecuente conquista de la autonomía del ethos, del todo y de las partes, del cuerpo social y de cada individuo particular, devenido ciudadano. El “dame tu cédula, papá” tiene por fuerza que transformarse en “ciudadano, por favor, permítame su cédula”. Esparta debe darle paso a Atenas. Es necesario que fluya una nueva concepción de país, capaz de estimular la aventura de pensar, de ser efectivamente apta para elaborar juicios –lo que quiere decir objetivar– sustentados en la racionalidad y el respeto por las normas. Para ello será fundamental la definitiva incorporación al estudio y desarrollo pleno del conocimiento y la cultura.
Es probable que aún se mantengan dudas al respecto, pero es una realidad el hecho de que el movimiento concreto de las sociedades y la creación de riqueza están indisolublemente unidos con el saber. Son las sociedades cultas, formadas, bien educadas, las que logran superarse a sí mismas, las que remontan los límites de la dependencia material y espiritual. Son esas las sociedades auténticamente libres. Terminada la pesadilla de la narcodictadura, la dedicación al estudio y al desarrollo de las capacidades físicas, morales e intelectuales tiene que ser la próxima parada. Será la más importante de las ayudas humanitarias. La más auténtica, la otra ayuda.
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