Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
La noticia de la fuga de los monos ha conmocionado al país, no era para monos, digo, para menos, desde el primer momento corrieron por las redes los rumores, saltando de Twitter a Instagram y de allí a Facebook. La noticia trae cola: eso de que los monos abandonaron las jaulas por hambre, no se lo cree, a estas alturas, casi nadie.
Como todo el mundo sabe, ellos cuentan con varios bodegones muy bien surtidos en las cercanías y un mono siempre resuelve. La verdad es que los simios concibieron un plan de fuga, sin duda alentados por agentes de la CIA, que los han venido entrenando durante todos estos años, con la colaboración de la oposición fascista y golpista, para conspirar en contra del régimen venezolano -financiados, obviamente, por Juan Guaidó, quien, curiosamente, fue visto por allí dos días antes con una bolsa de maní en concha (con cáscara para la versión argentina). Suerte que no lo vio la carcelera.
La salida de Trump del poder aceleró, sin duda, el plan. Por los documentos que se encontraron, incluidas extensas monografías camufladas en conchas de cambur, se pudo conocer que la intención inicial de los monos era tomar la sede de la Cuarta división, por ser la más cercana al Jardín Zoológico de Las Delicias, de Maracay, lugar donde venían residiendo los monos y que era también —¡qué casualidad! — la residencia favorita del general Juan Vicente Gómez, tan favorita, que decidió morir allí el 17 de diciembre de 1935, rodeado de todos los animales.
Dicen que antes de morir mandó a callar a Dolores Amelia que lloraba inconsolable diciéndole: «¡Chita!». De modo que, si alguien albergaba alguna duda del carácter golpista del plan, este último dato la despeja.
Una vez tomado el parque de la Cuarta división, el siguiente paso del plan golpista era llegar hasta el Museo Aeronáutico, abordar los monoplanos y aviones de guerra que allí se encuentran exhibidos, encenderlos (los monos son capaces de cualquier cosa) y enfilar hacia la capital de la república. Otro comando de monos se dirigiría —ya uniformados — al cuartel Páez, donde la tropa los tomaría por generales e inmediatamente se someterían a sus órdenes. De allí, los monos tenían proyectado salir en camiones del ejército rumbo a Caracas, claro que sin comunicar a los soldados la finalidad de la misión sino solo informando que se trataba de una inocente maniobra de golpe de Estado.
Cuando las ramas del poder público reaccionaron, los monos ya estaban a punto de colgarse de ellas.
Sin embargo, el plan quedó develado, porque el zoológico está infestado de babas de los organismos de “inteligencia del Estado” (con perdón) que lograron hacer que los pájaros cantaran delatando la operación. Comunicada la noticia por radio al comandante mono por una guacharaca leal a los golpistas, aquel decidió abortar la misión y dio la orden, que ya es de todos conocida:
—Mono uno a comando de monos, cambio.
—¿Cambio de monos? ¿Cambio de comando?, ¿cambio de régimen? o cambio de cambio, cambio.
—¡Cambio de cambio!, cambio.
—Ah ok, copiado el cambio del sentido de cambio, cambio.
—Ustedes monearon muy bien por allá, pero abortamos misión. Repito, abortamos misión, compañeros monos: ¡monojh! Cambio y fuera…
Esta es la historia, lo que vino después es del dominio público: primates correteando por las zonas cercanas tratando de expropiar en casas del vecindario botellas del anís homónimo con el fin de agarrar una mona y así sobrellevar la depresión sufrida por tan estrepitoso fracaso. Hasta el momento, los cuerpos de seguridad del Estado —que tienen el monopolio de la violencia — no han podido capturar a los rebeldes que deambulan a sus anchas de rama en rama y se niegan a entregarse, haciendo alarde, más bien, de su comportamiento eximio.
Algunos agentes, para engañarlos, han tratado de ofrecerles plátanos maduros. La respuesta de los monos ha sido contundente y monolítica, pero preferimos no publicarla.
Estaremos atentos a cualquier nueva acción del comando Leibniz, nombre con el que se autodenomina la monada rebelde.
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