Por: Jean Maninat
En los setenta de César Miguel Rondón
Basado en acontecimientos reales…
El libro de la Salsa viene de ser publicado en francés (Le Libre de la salsa. Chronique de la musique de la caraïbe urbaine, Éditions Allia, 2023. Sí, el mismo libro de César Miguel Rondón que seguro reposa en sus bibliotecas y que desde su publicación en 1979 se ha convertido en el libro sobre el tema, citado de rigor en innumerables trabajos, remedado hasta el trabalenguas, pirateado en múltiples ediciones de todo formato y calidad del papel, y traducido y publicado ya al inglés y ahora al francés. Es una especie de LP, de disco de larga duración, que lejos de perder su frescura con los años, se ha ido remozando a través de sus sucesivas ediciones y formatos legales. Visitarlo de nuevo es una refrescante añoranza de la fabulosa Caracas de los años setenta, cuando éramos felices y solo unos cuantos lerdos no lo sabían.
¿Y el trombón de Barry Rogers? Algo antes de que el libro de la salsa fuese El libro de la Salsa, dos estudiantes de la gloriosa Escuela de Filosofía de la UCV conversan apoyados en el barandal que protege del vacío la rampa que sube y baja, hacia o desde, un pasillo mal iluminado y caluroso, donde alumnos intelectualmente pretenciosos, algunos escapados de otras disciplinas a la búsqueda de una iluminación adicional, postulantes de paso mientras obtienen cupo en Odontología, excomandantes guerrilleros duchos en explicar derrotas, y uno que otro ser sinceramente despistado, comparten pupitres ridículamente infantiles y probablemente el mejor grupo de profesores de filosofía en América Latina entonces.
¿De qué conversan nuestros dos condiscípulos? ¿De los presocráticos, Aristóteles, Platón, Kant, Hegel, acaso Descartes o Spinoza? No, más bien descubren que tienen el oído puesto en San Juan, Habana o New York, y los nombres que intercambian como barajitas suenan caribeños y cosmopolitas a la vez: Johnny Pacheco, Willie Colón, Ray Barreto, Ricardo Ray, Larry Harlow, Charlie y Eddy Pamieri, Celia Cruz, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Justo Betancourt, Ismael Miranda, Pete Conde Rodríguez y en fin, muchos de los que conformarían La Fania All-Stars.
Y como Caracas era una fiesta, y solo unos lerdos no lo sabían, la Fania fue a presentarse en el Nuevo Circo, con el equipo completo y a todo dar, por allá en 1974. Uno de los condiscípulos pesca que la Fania ensaya una tarde previa al concierto en el Hotel Ávila -donde siempre era la cosa- y se fragua así la mejor entrevista jamás grabada.
Cesar, -uno de los condiscípulos- ya por colgar los guantes de la filosofía y calzar los del periodismo, y quien teclea esta columna -el otro condiscípulo- se hacen de una pequeña grabadora “de mano” Sony, de esas que cargaban el casete en las entrañas como un cargador en un revolver y se dirigen hacia el Hotel Ávila, franquean la seguridad, “en unos años él va a ser César Miguel Rondón” es el password que abre paso. Quien esto teclea está encargado del sonido, llevar la grabadora, acercársela al entrevistado, identificarlo y seguir adelante. En eso, el encargado de sonido -quien esto teclea- se percata de que la luz roja de encendido está apagada y que por más que puya el botón de encendido, nada se enciende, porque la grabadora no tiene las pilas puestas. ¿Qué hacer? Nada, continuar con la mejor entrevista jamás grabada.
El primer entrompado -con la grabadora sordomuda- apenas entrados al salón Tucán o Guacamaya, es el tresista Yomo Toro, amable, hasta efusivo, probablemente sorprendido por tanta jaladera, luego cae un trompetista (ya va, lo tengo en la punta de los dedos, es Nuyorican) quien vaticina que sin el jazz la salsa no tiene vida, y luego, allí, como en un coto de caza, al alcance de la Sony sin alma abrevan Pacheco, Harlow, Miranda, Feliciano y otros. Nos acercamos resueltos al coto cuando desde los altoparlantes una voz enérgica anuncia: “Atención, atención, desapareció el trombón de Barry Rogers, nadie sale, cerraremos las puertas hasta que aparezca”. Nos vimos con cara de ser los únicos coleados, y salimos prestos por la única puerta abierta mientras quien esto teclea blandía la inútil grabadora y argumentaba, “en unos años él va a ser César Miguel Rondón”.