Por: Carlos Raúl Hernández
90% de los emigrantes son universitarios, 40% tienen estudios de maestría y 12% son doctores
Venezuela fue desde 1950 hasta comienzos del siglo XXI el gran foco de inmigración en Latinoamérica, tal como Argentina a comienzos del siglo XIX. Españoles, italianos, portugueses y europeos de otras partes, vinieron llamados por la industria de la construcción que se expandía con la «política de cemento armado» de Marcos Pérez Jiménez, y luego con el milagro de Leopoldo Sucre Figarella, que convirtió un país aldeano en una nación de infraestructura moderna en los primeros diez años de democracia. El impacto del nuevo componente demográfico fue tan grande que en dos décadas alteró los patrones étnicos, tallas, medidas, colores de piel, ojos y cabello, y continuó el proceso de mestizaje que nunca se había detenido, en el país más mestizo de la región. En cualquier rincón del más apartado cuadrante del mundo, a la voz de «venezolano» el comentario entre pícaro y anuente era «Venezuela… petróleo».
Con una moneda tan dura como el bolívar, a un viajero de Caracas o Maracaibo, perdido en el planeta, le parecía un curioso espectáculo ver mexicanos o colombianos contar penosamente calderilla para pagar la cuenta, mientras el grito de guerra nacional era «(es)tá barato, dame dos». En el plano interno, a diferencia de países vecinos que mantuvieron (mantienen) barreras étnicas, Venezuela asimiló también las poblaciones indígenas que dejaron de serlo y pasaron a ser ciudadanos a plenitud de derechos, profesionales, estudiantes, comerciantes, sin andar con un sello discriminatorio en la frente. Los partidos populares hicieron diputados, gobernadores y militares a negros, mulatos, indígenas que crearon el país igualitario, el étnicamente más mezclado, tolerante y libre de xenofobia y racismo en toda la región.
Todos venían
Pero así como técnicos, trabajadores especializados, artesanos y profesionales venían de Europa a buscar destino, también lo hicieron oleadas de obreros rasos arrojados por las crisis económicas en Argentina, Chile, Brasil, Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador y Centroamérica, atraídos por el progreso de la sustitución de importaciones y luego por el desarrollo de Guayana en los 70. Mientras en el resto del continente arrasaban golpes militares, hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, tortura y represión, Venezuela era «arca de la alianza, casa de oro». Y el país recibió con su calor y solidaridad los perseguidos políticos, entre ellos destacados escritores, académicos, periodistas, que llegaron a trabajar a pleno derecho, sin peajes, con toda libertad para ejercer sus oficios. Los partidos políticos competían por el poder, pero sus dirigentes tenían relaciones cordiales en el Parlamento y en la vida institucional y las cosas marchaban igual que en cualquier país civilizado.
El país pasó indemne por medio del caos latinoamericano y no tuvo jamás un Pinochet, Videla o Castro. Pese a eso los resentidos históricos tramaban destruir todo, acabar el sistema, desacreditar las instituciones, enlodar el oficio político para levantarse ellos después como la gran alternativa. Pero como a todo político tonto, le salió el mundo al revés y hoy cargan con la culpa de ser los grandes propiciadores de algo que no se sabe a dónde va pero huele muy mal. Antes de lo que se avisora como un desenlace oscuro, muchos sintieron que la tormenta venía, y por eso un millón y medio de venezolanos, 5% de la población, se ha ido en 15 años. El sociólogo Tomás Páez, con otros investigadores venezolanos, Mercedes Vivas, Rafael Pulido, Paula Vásquez y Frank Briceño, configuraron un equipo para estudiar la composición, los destinos, la distribución y las causas de este éxodo que rompe con la tradición venezolana.
¿Por qué se van?
Han consultado hasta ahora 850 emigrantes y evalúan la diáspora hacia 22 países. No hay manera distinta de denominar lo ocurrido sino de desangramiento intelectual. 90% de los emigrantes son profesionales universitarios, 40% tienen estudios de maestría y 12% son doctores. La decisión de migrar tomada por muchos, tiene que ver con dos situaciones de persecución interna contra ciertos grupos. La campaña de Hugo Chávez contra los médicos, a los que no dejaba de denigrar, calificarlos de comerciantes; y la ofensiva contra los trabajadores petroleros, que buscaba premeditadamente producir la huelga que efectivamente se realizó, para botarlos a todos. Como señalan Tomás Páez y su equipo al tratarse de gente altamente calificada, no es solo «fuga de cerebros» sino de potenciales generadores de riqueza y empleo, que rápidamente desarrollan actividades de creación en países que los acogen.
Se señala la experiencia de las petroleras «españolas, mexicanas, colombianas y canadienses que se han nutrido de la experticia de horas-hombre que en algún momento tuvo la industria petrolera venezolana». La fuga de médicos seguramente se desarrollará en el estudio, agravada por el intento de sustituirlos por cubanos sin la calificación elemental con subsecuentes problemas de salud pública. Lo peor de todo es que pareciera que el gobierno ha decidido por consejo de Fidel Castro, más radicalmente expulsar las clases medias, es decir, el conocimiento que la sociedad ha acumulado y que se materializa en personas, como una insólita manera de enfrentar la crisis política que crece.
@carlosraulher