Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
La verdad es que no entiendo mucho por qué el régimen se ha empeñado en provocar a las universidades autónomas y las más importantes privadas en un momento en que lo abruman todos los problemas sociales y políticos imaginables y es repudiado y asediado por el mundo civilizado, al punto de que muchos analistas se preguntan desconcertados qué milagro lo sostiene en el poder. Para qué buscarse un nuevo frente de lucha con universidades que ya se ha encargado de devastar, con el mayor sadismo, hasta convertirlas en enfermos abandonados a su suerte; tan obvio es su odio al saber y tanto su resentimiento por el permanente desprecio de estas. Desprecio reiterado pero que no ha logrado, en parte por ese mismo violento aplastamiento, articular respuestas adecuadas para detener la barbarie. Esa penuria extrema inducida y esa respuesta frágil e inercial hacen oscura la intencionalidad de ese decreto del TSJ que quiere obligarlas a hacer unas elecciones anticonstitucionales, ilegales y, sobre todo, destinadas a profanar su más noble naturaleza, su libertad y autonomía, que pretende pisotear la más infame demagogia populista, la más perversa ignorancia.
¿Cuál es la ganancia política que busca en esta hora de emergencia, agónica, el gobierno felón con una batalla que no ganará si ello significa hacer claudicar las universidades en su honor y que a lo sumo logrará por la fuerza una bastarda victoria, perentoria y precaria, falaz? La aplicación del abyecto decreto, con un decenio de atraso, pareciera eso que llaman, y a mí no me gusta mucho su uso, un trapo rojo para distraer la opinión de los precipicios que nos acechan crecientemente. O uno de esos innúmeros ofrecimientos y anuncios de este régimen que terminan siendo mentiras y fraudes. Hablando de universidades, ¿alguien recuerda la donación que hizo Chávez del Palacio de Miraflores para hacer una universidad popular? ¿O las cifras oficiales que nos dan más estudiantes universitarios per cápita que en Estados Unidos, Francia, Japón y un centenar de etcéteras?
Después de aquella infeliz intervención de la UCV de Caldera y su posterior retirada y restitución del orden prebélico, quedé convencido de que no les era muy conveniente a los gobiernos tratar de conducir directamente las universidades. Son mucha gente y muy propensa a desafiar el poder, lo que no resulta demasiado difícil con un poco de inteligencia en tierras conocidas y difícilmente controlables en todos sus recovecos y posibilidades. Un triquitraque puede producir la suspensión de clases en una facultad, bien administrada una hiperbólica reacción colectiva. Y, de paso, un delicado malestar en la compleja condición cardíaca del decano. Así lo viví yo, otrora. Las formas libertarias usuales de la universidad, si bien pueden resultar a veces lentas y enojosas, a la larga son las más educativas y enaltecedoras, moral y políticamente, y las más eficaces funcionalmente. Siempre digo que yo aprendí mucho de lo que era la democracia, como principios y mecanismo, siendo estudiante y profesor en las aulas y los pasillos de la UCV. Además, volviendo a la experiencia de Caldera, la onda expansiva del descontento y la angustia estudiantil llegó casi inmediatamente a los liceos que ven mutilado su futuro. Tanto que el experimentado presidente decidió pasar al tablero inverso. Los tiempos son otros, se dirá. Sí, pero los triquitraques siguen existiendo y ningún liceísta quiere ir a esos antros de ignorancia que son las universidades (¿?) bolivarianas.
Pero hay que ir más lejos, pasar a la ofensiva, hacer una buena y audaz agenda para vigorizar el movimiento estudiantil, hoy ausente de la plaza pública, demasiadas veces pasivo. No hay que insistir en su potencial de lucha, son millones los involucrados, la condición de jóvenes potencia su acción, y su posibilidad de cohesionarse es casi espontánea. Ante este decreto infamante, y por supuesto ante la tragedia nacional, deberían responder. Algo de eso sucedió en el Aula Magna el pasado lunes: el gentío, la emocionalidad, el espíritu unitario, la reflexión certera. Por algún lado debe comenzar la respuesta nacional a la dictadura, la calle poblada de protestas.
Lea también: «Pasquali«, de Fernando Rodríguez