Se dice -y se dice bien- que un escritor es tan bueno como eso último que escribió. Créanme, escribir es difícil. No es cuestión de encender la computadora, abrir el Word y arrancar. No. Antes de la primera letra, hay que intentar entender mil ideas enrolladas en una madeja a la que no se le ven las puntas.
Cuando se escribía en papel, a mano o mecanografiando, resmas de papel se gastaban antes de tener un manuscrito final. Todos esos meses ese texto consumía conocimientos y pasiones. Un escritor es esclavo de lo que escribe. La historia lo bambolea, lo tira al piso, lo recoge y le exige sin piedad. Ahora se gastan menos arbolitos, pero el proceso es igual de enrevesado.
Decir que Leonardo Padrón es un excelente escritor es una necedad del pato macho. Es un extraordinario narrador; todos lo sabemos, él lo sabe. Pero la gata se montó en la batea. Con “Accidente”, Leo se superó a sí mismo. No me refiero tan sólo a la impecable producción, a su cinematografía o al cuidado que es evidente en la escenografía. Leo se ha esmerado en el perfil de cada personaje, en cada palabra de los diálogos, en hacer excelentes “cliffhangers”.
“Accidente” es un drama sin poses, sin recoger sobras, sin adornos innecesarios. Una historia sobrecogedora que se nos mete en las retinas, que se nos acurruca en el cuello, que nos obliga a pensar.
Chapeau, Leo. Me reconcilias con este oficio nuestro de escribir. ¡Qué orgullo poder llenarme la boca diciendo que eres venezolano!