Licencia para matar - Carlos Raúl Hernández

Licencia para matar – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

En la vidriosa coyuntura actual, es pertinente desmenuzar el concepto de soberanía, comenzando por distinguir entre soberanía territorial y soberanía popular, aunque para el bullying de Trump, el primero de estos conceptos esenciales en el equilibrio planetario carece de importancia, y seguro que también el segundo. Este momento de amenaza existencial al país, es únicamente para la unidad sin condiciones en defensa de la soberanía. El gobierno debería restablecer mecanismos de diálogo permanente para que, una vez superada la crisis, reiniciar el procesamiento de cambios económicos, sociales y democráticos necesarios. En circunstancias parecidas, los movimientos políticos sensatos tienden a crear bloques nacionales defensivos sin condicionar la participación.

Pactantes con el Diablo viven dolosamente en el exterior o aquí, y a cambio guardan un turbio silencio sobre ejecuciones de “sospechosos” supuestamente venezolanos en el mar convertido en paredón, estricta lógica fidelista-guevarista, sin debido proceso ni pruebas. Deberíamos repasar el concepto de soberanía, ya que hay galletas mentales, defensas indirectas de una invasión, que pasan impunes por lasitud e inverecundia de la opinión pública. Una cuestión es soberanía nacional o territorial, y otra distinta soberanía popular. Los Tratados de Westfalia de 1648 consagran el Estado-nación como principio esencial de organización política, fin a una larga tradición de conflictos, rematados con la Guerra de los Cien años.

Fija fundamentos para hacer posible la coexistencia: autonomía y no intervención de las naciones, autodeterminación, el derecho de cada país a gobernarse. Inviolabilidad de las fronteras, aguas y espacio aéreo, respeto a la religión y las instituciones de cada país. Igualdad ante el derecho internacional, que regirá las relaciones entre los países con independencia de las dimensiones físicas o su poder militar. Estos acuerdos fueron desde entonces ley de hierro del equilibrio mundial, diferencian la sociedad moderna de la antigüedad y la edad media, permiten la existencia, relativamente pacífica de las naciones y frenan a la violencia siempre latente.

En ese propósito surgirán en el siglo XX las Naciones Unidas y organismos internacionales derivados que coadyuvan, legado de pensadores como Grocio, Kant y varios otros. Las deshilachadas tesis aceleracionistas de Trump, repudian los organismos internacionales a partir de sus defectos. El aceleracionismo surgió también en la izquierda radical y hoy se parecen y hacen el juego mutuamente. En el Tratado de Westfalia, el imperio Romano Germánico se pulveriza en más de 300 pequeños estados y aleja la posibilidad de una nación alemana. Holanda se independiza de España, se unifica Francia, se consolidan Suecia y Suiza y eso crea nuevas tendencias y tensiones hacia las independencias nacionales y tampoco Italia se unifica. La autoridad del Papa se circunscribe al plano espiritual.

El otro concepto, soberanía popular, consiste en que la referencia para el ejercicio del poder es la aprobación de la comunidad, luego llamada pueblo, y magistrados y monarcas están sometidos a la ley. Es una construcción milenaria y paulatina que se gesta desde la antigüedad clásica, sigue con Santo Tomás y los escolásticos; más tarde alcanza la cumbre con la Escuela de Salamanca, la Ilustración, las revoluciones norteamericana y francesa y los filósofos de la libertad en el siglo XIX. Durante esos siglos y muy a grandes rasgos, es el centro del pensamiento político.

El nacimiento del Estado-nación en Westfalia, marca un hito en la historia universal, porque hasta ese momento lo normal e incuestionado era que la civilización se desarrollaba en los imperios, productores de grandes riquezas, cultura, avances tecnocientíficos y poder para someter pueblos bárbaros y salvajes. La historia la comienzan imperios asiáticos y africanos: Acadio (Mesopotamia) Egipcio, Asirio, Aqueménida, Alejandrino, Maurya (India, Pakistán, Afganistán) Han, Islámico (Omeya y Abasí), Mongol, Mali, Zimbabue, Aksum. Los precolombinos Incaico y Azteca. De Europa: Romano, Iberoamericano, Portugués, Británico, Ruso, Alemán, Austrohúngaro, Norteamericano, entre otros, y en el siglo XXI somos testigos de la emergencia China.

Ningún lugar de la tierra se ha librado de pertenecer a uno o varios imperios, pero a comienzos del s. XX, Rudolf Hilferding expone la teoría del “capital financiero”. Más tarde Lenin en El imperialismo, etapa final del capitalismo dice que lo decisivo es la lucha antimperialista de los países sometidos, contrariando diametralmente a Marx, contra Inglaterra, Bélgica, Alemania y muy pronto credo del tercer mundo. Ello comporta un equívoco en los estudios históricos que no diferencian entre sino igualan conceptualmente los imperios. Más recientemente Gustavo Bueno (España frente a Europa) y María Elvira Roca Gadea (Imperiofobia) esclarecen el fenómeno y en el estudio comparativo quedan mal parados los británicos, Francia, Bélgica, Alemania, y el “destino manifiesto” norteamericano, sistemático genocidio contra pieles rojas y mexicanos.

Bueno distingue entre imperios generadores vs depredadores. Es de temer que Trump, además de hundir a los EE. UU en el cretinismo económico peronista, los regrese a la categoría de imperio depredador. Su perspectiva anacrónica del mundo, incomprensión de realidad, como Biden sin garantía de salud mental, multiplica conflictos y vamos al desfiladero de la inestabilidad global. EE. UU ha tenido muchos presidentes estrafalarios. Andrew Jackson protagonizó varios duelos de pistola, conservaba en su cuerpo las balas recibidas y bebía desaforadamente con el populacho en la residencia presidencial.

Teodoro Roosevelt hacía campeonatos de boxeo y artes marciales en la Casa Blanca y organizaba expediciones por selvas africanas y brasileras. John Quincy Adams se bañaba desnudo en el Potomac y así concedió entrevista a una reportera. Su mascota era un cocodrilo y dicen que un puma. Van Buren tenía dos tigres, pero el Congreso lo obligó a darlos al zoológico. Un pasatiempo favorito de Lyndon Johnson era correr en carro a altas velocidades en su rancho mientras se atragantaba de whisky. Calvin Coolidge, cuya mascota era un hipopótamo, prácticamente no hablaba. Una mujer muy atractiva lo abordó y dijo “presidente: aposté que yo podía hacerle decir más de dos palabras” …” Ud. perdió”, fue la respuesta. Para no “malgastar tiempo”, hacía que lo afeitaran mientras se desayunaba. Clinton, siempre sonreído, se divertía como el mundo entero sabe.

 

 

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