Los establecimientos están atestados de productos que ya la gente, con los bolsillos perforados por la inflación, no puede comprar. Cada vez que alguien pregunta cuánto cuesta algo y lo pone de vuelta en el estante su reacción es un «¿Dios, hasta dónde vamos a llegar?». Respondamos pues esa pregunta.
Vamos a llegar a un estado mucho peor de las cosas. La producción nacional ya no se viene a pique. Simplemente cayó a cotas de subsuelo. Es marginal o, como dicen los economistas, estadísticamente despreciable. El gobierno tiene cada vez menos dólares para importar, así que tiene poco juego de cintura a la hora de negociar. Compra caro a los peores mercaderes internacionales y lo que consigue es puro producto de infecta calidad. Lo nacional, otrora bueno, ha sufrido un desplome. Los jabones no lavan, por solo poner un ejemplo. Los intermediarios, esos enchufados a quienes se les otorga los pocos dólares que hay, terminan haciendo un negocio redondo. Y los consumidores compran menos, carísimo y están al borde de un ataque de nervios. Pero eso no es lo que va a sacar a Maduro del gobierno.
Es un delito de lesa humanidad -y lo digo con todas las letras – el someter a la población a esta escasez miserable de los medicamentos necesarios para curar o paliar enfermedades. Porque puede convertirse, y de hecho así ha pasado, en un asunto de vida o muerte. Diabéticos, cardiópatas, personas enfermas de cáncer y de muchas dolencias graves, no sólo han de pasearse sin éxito por farmacias y expendios en procura de lo que les es indispensable, sino que acaban arruinándose gastando todo lo que tienen en conseguir esas medicinas. Todo eso mientras en Miraflores un gobierno inmoral despilfarra dineros públicos en templetes, rumbas y bailantas. El solo costo del programa diario de radio del presidente y sus infinitas y tediosísimas cadenas daría para suplir de medicamentos a cientos de miles de personas que sufren no tanto por la enfermedad que padecen sino por un gobierno enfermo. Eso es un crimen de lesa humanidad, una sistemática masacre silenciosa. Pero eso no es lo que va a sacar a Maduro del gobierno.
Los ciudadanos ven con abismo que hay muchos más presos políticos que ministros competentes. Más de un centenar de venezolanos están tras las rejas, víctimas de argucias y trapisondas judiciales en el armado de expedientes. Esos folios están plagados de mentiras, de declaraciones falsas de testigos, de un sinnúmero de argumentos sin base jurídica. No sólo están presos, muchos sin siquiera haber tenido derecho a primeras audiencias, sino que están en condiciones a las cuales el vocablo inhumano no les alcanza. Claro que hay unos más «mencionados» que otros. Comprensiblemente. Pero en el lote de presos políticos hay de todo. Su único delito es haber osado expresarse con disentimiento de un régimen tiránico. Si el preso tiene suerte, podrá ver la luz del sol algunas horas a la semana. Si tiene suerte, comerá algo medianamente digerible y la poca comida que se le permita llevarle no será robada por el exquisito sistema carcelario. Si tiene suerte, podrá comunicarse con otros presos y no hundirse en una soledad obscura. Si tiene suerte, su familia podrá visitarlo. Si tiene suerte, al enfermar se le permitirá obtener tratamiento médico antes de estar al borde de la muerte. Si tiene suerte, en las sucesivas requisas no le sembrarán drogas o documentos falsos que lo incriminen. Si tiene suerte, los jueces y fiscales que ven su caso no sufrirán repentinos uñeros que les impedirán atender a las audiencias y presentaciones de ley. Pero eso no es lo que va a sacar a Maduro del gobierno.
En Venezuela, los gerentes a cargo de PSVSA los últimos años la convirtieron en una compañía maula, la desfalcaron y además el ingreso petrolero más fantabuloso de nuestra historia fue despilfarrado en una frenética pachanga. Se rumbearon los millones de millones de dólares, pues. Y, diría Cabrujas, encima se los rumbearon sin clase ni gusto ni ápice de elegancia. No podía esperarse otra cosa de unos recién vestidos que de la venezolanidad hicieron un engrudo de inmundicies. Pero eso no es lo que va a sacar a Maduro del gobierno.
A unos sobrinos de la pareja presidencial los agarraron con los callos metidos en narcotráfico. En la investigación sale a la luz que el cargamento incluía el uso de rampa 4 de Maiquetía y que por fuerza están imbricados en este delito funcionarios de seguridad, de aduana y tributarios. La mayoría de los medios silenciaron el asunto y, los que no lo hicieron, se cuidaron de no hurgar en la relación familiar de los «niñitos» con el alto poder. Más se supo por publicaciones extranjeras que por locales. El país entero se quedó de una pieza. Pero eso no es lo que va a sacar a Maduro del gobierno.
La inseguridad en Venezuela es un cáncer que hizo metástasis. Las seis y poco millones de familias tiene cada cual un cuento escabroso. De asaltos, secuestros, muertes. Se ha hecho cierta aquella frase célebre de «en Venezuela no hay razón para no robar». Hoy sabemos que no hay razón para no robar, pero tampoco para no secuestrar, estafar, delinquir, matar, coimear, etc. La impunidad está cien por ciento garantizada. A lo sumo paga cana un perejil sin salsa para pagar limpieza de expediente. Un sistema judicial al cual paradójicamente se le apellida Bolívar garantiza el bienestar a los malhechores. A la acción de los malvivientes que andan sueltos haciendo de las suyas, sumamos el quehacer de las fuerzas de seguridad del estado, perpetradores de salvajadas con licencia. Tumeremo, Cariaco, Cota 905, por sólo mencionar tres casos que ponen la piel de gallina. Ahora se suma Barlovento. Tierra ardiente y del tambor. Más gente que desaparece. Más gente que aparece a las semanas viva pero torturada. Más gente que aparece muerta en fosas comunes, fosas donde se entierra el asesinado y el crimen. Gente víctima del estado. Y el estado se lava las manos con jabón importado; el hombre más poderoso de Venezuela, es decir Padrino López, declara. Que nada que ver. Que lo ocurrido es una excepción. Que las FANB son maravillosas, impolutas, hermanitas de la caridad. Cuando en cualquier parte aparece la OLP, los que estamos vivos temblamos y hasta los muertos vuelven a temer la muerte. En los barrios se dice que son milicos en modo de cacería. ¿Cuántos desaparecidos hay? ¿Cuántas fosas comunes? País de obituarios. Pero eso no es lo que va a sacar a Maduro del gobierno.
Y, ¿entonces? ¿Qué lo va a sacar? Pues será un «quítame esa pajita». Algo imprevisible. Algo que los genios de las salas situacionales y el G2 cubano no verán venir. Un gesto, una frase, una declaración, una acción, que hace tronar los vientos, que hace que otros, de otro color, escriban la historia. Eso que los historiadores tradicionalmente llaman el punto de quiebre. Que no se puede forzar. Que ocurre porque las sociedades no se suicidan. Se equivocan. Espantosamente. Pero su sistema inmunológico funciona.
Y cuando eso ocurra, todo este tinglado se hará papelillo. No hay alfombras suficientes en Venezuela y el mundo para meter bajo ellas tanta basura, tanta barbarie, tanta corrupción, tanta indignidad, tanto delito. Qué tiemblen en los varios palacios. Que el que mucho debe, mucho debe temer. Dieciocho años de acumular fechorías. Que se preparen las tintas. Que como dijo Ramón J., «es el mismo país, el mismo pueblo; lo que cambian son los sufrimientos».
@solmorillob