Paseaba su mirada por el estante de cafés. Era obvio que estaba extraviado entre marcas, colores, gramajes y presentaciones. Tomaba uno y otro paquete y les daba vuelta intentando leer en el reverso. A un joven acomodador le hizo una pregunta, en inglés. El chamo no le entendía ni media palabra, pero le respondió con su mejor sonrisa. Me acerqué y le hice señas al muchacho. Sin mediar palabra entendió que yo lo sacaría del apuro. “Can I help you? (Le puedo ayudar?)”, le pregunté a este hombre, de unos setenta largos, que rápidamente me dijo que era visitante y que quería llevarle un paquete de café como regalo a su hija. Todo eso en un inglés de buenas formas y un acento que delataba su procedencia de algún país no anglohablante.
La escena no terminó en ayudar a este señor en la decisión de cuál paquete podía ser el mejor. Muy gentilmente me invitó a tomar un café, ahí mismo, en la barra de la pastelería del mercado. Un buen marroncito no le cae mal a nadie.
Este señor resulta ser un profesor, ya jubilado, de Filología de la Universidad Jagellónica (Uniwersytet Jagielloński) en Cracovia. Profesor de Filología. Me lo dice y ya siento envidia, pues la Filología se ocupa de entender el significado de los textos, determinar su autenticidad y analizar su contexto literario y cultural. La Jagellónica es la universidad más antigua de Polonia y la 13ª universidad más longeva en todo el mundo. Fundada en 1364 por el rey Casimiro III el Grande, es considerada un centro de pensamiento y reverenciada por su enorme contribución a la cultura polaca y al patrimonio intelectual de la Europa antigua y moderna. Por ella han pasado verdaderas personalidades (en el verdadero sentido de la palabra) como el Rey de Polonia y Gran Duque de Lituania Jan III Sobieski y el Papa Juan Pablo II. Poetas como Jan Kochanowski, el escritor Stanisław Lem y el compositor Krzysztof Penderecki. Intelectuales como el economista Hugo Kołłątaj, el antropólogo Bronisław Malinowski, y el matemático Carl Menger. Tiene en su haber cuatro premios Nobel de Literatura: Ivo Andrić, Wisława Szymborska, Czesław Miłosz y Olga Tokarczuk.
El señor polaco ha venido de vacaciones a Margarita, en uno de esos grupos de turistas que han comenzado a llegar a la isla. No es un burdo personaje de novelas de mafia de la Europa oriental. Este hombre es un caballero. Me dice que está fascinado. Que lo mejor que ha encontrado en este viaje (regalo de su hija) ha sido el clima, las playas, la gentileza, las arepas, las empanadas y un dulce que no sabe cómo se llama. Ah, y el ron.
Me pregunta por la literatura y la música. Siempre cuesta no ser pedante. Así que le pido alguna dirección de correo electrónico. Me la da y le envío links de poemas de Andrés Eloy Blanco y las tonadas de Simón Díaz. Le aclaro que esas son letras y cantos de lo más sencillo de Venezuela. Que esos dos, ambos fallecidos, entendieron el país. “Para entender al país, el suyo, el mío o el de cualquiera, hay que salir de los palacios y los salones, caminar por las calles y escuchar a las personas con zapatos desgastados”, me dice ese hombre que a leguas se nota que aprendió de la vida.
Salir de los salones, de las oficinas elegantes, de los patios enrejados. Mirar y no sólo ver. Escuchar y no sólo oír. Sentir y no sólo tocar. Hasta que no lo entendamos, el país nos será ajeno.