A los voceros abiertos (o solapados) de «la mesita»:
Ustedes emprendieron un, llamémoslo así, tercer camino. Algunos liderazgos y un número indeterminado de ciudadanos, pero ciertamente alto, rechazan esa estrategia o al menos no la apoyan Pongamos de lado las acusaciones de «colaboracionismo», «traición a la unidad opositora», etc. Pero digamos sí que su propuesta genera dudas o al menos, pasado ya un tiempo, no ha conseguido despertar confianza. Algunos cuestionan, además de la altura de sus propósitos, la eficacia. Se dice que ustedes fraguaron unos acuerdos con el régimen y que éste les ha fallado. La excarcelación de presos ha sido mínima y de hecho hay nuevos perseguidos políticos. La incorporación de la bancada del Polo Patriótico es como a medias y sin que haya señales de acabar con eso del desacato. En materia económica, la presencia de ustedes en espacios de decisión del gobierno luce como de convidados de piedra.
Ustedes aseveran que el mecanismo noruego fracasó, pero saben bien que las conversaciones continúan, aunque no tengan la formalidad de Oslo y Barbados. De hecho, algunos argumentan que ustedes no estarían opinando lo mismo si hubieran estado sentados en esas mesas como delegados de la oposición. Pero algunos dicen que esta crisis de quiebre de la unidad se produce porque ustedes sienten que fueron abandonados por los sectores mayoritarios y que por eso, y no por otra razón, Henry Falcón perdió la elección contra Maduro. Hay también quienes opinan que ustedes están buscando una tercera vía que, si bien no le daría el triunfo a la oposición en elecciones parlamentarias, presidencial, regionales y municipales, sí les garantizaría a ustedes, que son sectores minoritarios, un espacio político menor pero lo suficientemente pesado como para convertirse en necesarios tanto para la oposición como para el oficialismo a la hora de tomar cualquier decisión crucial o importante. Eso a algunos les suena a prolongar la agonía del país; aducen que con ello no se logra salir ni de los conflictos ni poner al país en modo de curación, aunque pareciera que a ustedes pudiera lucirles como una mejoría suficiente por los momentos, un progreso dentro de lo que se puede, aunque sepan que es una solución a medias. Un peor es nada, pues.
En fin, estamos en varias encrucijadas. No solo en una. El país está mal y, doloroso decirlo, de seguir las cosas como están, va para peor.
La AN ha iniciado el proceso para la designación de un nuevo directorio del CNE. Es complejo y no se puede hacerlo en días como algunos desean, claro, si se quiere hacerlo bien, ajustado a la Constitución, para que no derive en otro fracaso. Una vez designado, ese CNE tiene desafios enormes. Tiene que hacer una revisión de toda su operatividad, tiene que revisar el REP, tiene que producir un nuevo estatuto electoral que responda a las nuevas circunstancias, tiene que poner a punto sus equipos tecnológicos y humanos, tiene que gestionar la observación independiente de organismos y organizaciones nacionales e internacionales, tiene que conseguir la confianza de electores y elegibles, tiene que convocar elecciones limpias, confiables, transparentes y legítimas, realizarlas y garantizarlas. Si lo hace mal, el país se hunde en el foso. Y sí, ese país no quiere conformarse con acuerdos parciales y a medias, a lo Eudomar Santos. El país quiere votar, pero quiere elegir. No es para salir del paso. Es tener instituciones legales y legítimas.
A una parte importante de un país puede no gustarle el presidente en funciones. Eso es desagradable pero no significa el desconocimiento de esa persona como Jefe de Estado. Pero eso no es lo que ocurre en Venezuela. Aquí, en este país, en Venezuela hay no solo descontento, hay algo mucho más grave, hay desconocimiento. Y a ese desconocimiento de la legitimidad se han sumado seis decenas de países, países que son por cierto las naciones con las que Venezuela tiene historia en común y relaciones extremadamente relevantes.
Ustedes plantean que hay que comerse el elefante a pedazos. Eso es cierto, pero también es cierto que primero hay que cortar todo el elefante en pedazos.
Son algunas de las preguntas (no todas) que hay que plantearle a la mesita y sus voceros abiertos o solapados.
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