Las redes están repletas de «inmediatistas». Con buena intención pero dejándose llevar por deseos (que no «empreñan»), ven toda la situación de Venezuela con asombrosas dosis de simplismo. Imaginan unos escenarios que caben en una o dos paginitas y que se resuelven con unas cuantas acciones de fácil instrumentación. Los colaterales no entran en su análisis. Suponen que «en el camino se enderezan las cargas».
Sé que es difícil, pero hagamos un alto en la vorágine en que (sobre)vivimos y pongamos en negro sobre blanco algunos factores que no pueden ser descartados, por mucho que nos incomoden.
Las sanciones que los gobiernos de varios países han impuesto sobre Maduro y socios han tenido su efecto. Es así. Por cierto, mucho más las que tienen como objeto bloquear la actividad institucional, comercial y financiera que las que suponen daño patrimonial personal sobre enchufados, estafadores, malversadores y demás bichos. Esos «señores» supieron repartir por todo el planeta esos dineros que nos robaron y tienen una vastísima red de testaferros de innumerables nacionalidades. Cada vez que leemos que a fulano o mengano le intervinieron una cuenta en tal país, arranca a reír a mandíbula batiente pues sabe que ahora es cuando… ¿Que le identificaron una cuenta en Andorra, Panamá, México, Florida o Suiza? Pues le quedan quince más a nombre de «panas» que, a cambio de gustosas comisiones, le tiene bien guardaíto varias decenas o centenas de millones. Caerán algunos, claro que sí. Pero muchos más serán los que logren irse con la cabuya en la pata.
En cambio las sanciones que afectan la operatividad de gobierno, esas son muchos más difíciles de circunvalar. Esas hacen roncha. De allí la importancia de los nombramientos que Guaidó ha hecho en términos de funcionarios en embajadas y consulados, organismos multilaterales, el BID, PDVSA, Citgo. El apoyo de tantos países es bueno, pero mucho más pesa el que con contundencia los gobiernos «claves» hayan mostrado claramente que la solución que van a aceptar pasa por la salida de Maduro de la poltrona de Miraflores. Sus razones tienen, variadas por cierto. Y es irrelevante si son válidas o no. Son las que son y punto.
Sé que muchos me van a recordar mi madre y mi abuela (Dios las tenga en su gloria). Pero el camino es la negociación. No estamos ni por asomo en las mismas circunstancias ni condiciones que en el pasado. No es lo mismo esto que hoy tenemos en la mano que las debilidades que confrontamos en los ejercicios anteriores, en particular cuando el episodio de República Dominicana en el cual, por fortuna, Julio Borges tuvo el buen tino y coraje de levantarse y dejar a Maduro con los crespos hechos. Ni hoy estamos como entonces ni Maduro está en posición de salir con majaderías.
Los militares cuidan su poder. Lo han tenido desde tiempos de la guerra de independencia y no lo van perder doscientos años después. Así, son el engranaje. Sin ellos no hay negociación, Maduro se atornilla suicidamente y en ese proceso destruye lo poco que queda en pie en este país.
Así las cosas, aunque a algunos les dé dentera, la negociación es inevitable. El asunto está en entender nuestras grandes fortalezas de hoy.
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