Publicado en: La Gran Aldea
Por: Ana Teresa Torres
“Ya no hay que derrotar héroes y duplicar antiguas batallas, los enemigos son personas comunes que han dividido al país en una guerra imaginaria, negando las oportunidades y derechos de los ciudadanos que se han visto obligados a desparramarse por el mundo”. Mientras, “el incómodo ruidito del tic tac anunciando que 2024 está a la vuelta de la esquina” y trae nuevamente la misma narrativa, la repetición de mensajes, ideas y consignas, que después de tantos años se escuchan con más fuerza de espaldas a la realidad de la gente. Es mucho pedir que ¿al menos sea posible marcar rutas diferentes o discursos alternos?
Soplan los vientos electorales, se leen comentarios de lo que hizo tal o cual líder de este o aquel partido, se escuchan voces pidiendo más o menos lo de siempre: unidad y coherencia; regresan los lamentos, las críticas, los apoyos, las expectativas, en fin, la respuesta esperable ante el incómodo ruidito del tic tac anunciando que 2024 está a la vuelta de la esquina.
Y vuelven también los argumentos y contraargumentos sobre las primarias, si son convenientes o no; y acerca del voto, si la abstención solo favorece al Gobierno, si es igual abstenerse que participar. En fin, puede decirse cualquier cosa, y se ha dicho. La repetición es probablemente el arma más letal de toda esta historia porque cansa, agota, aburre, y desconecta. Dicho esto, ¿es al menos posible marcar rutas diferentes, discursos alternos?
Pasados los tiempos confrontativos -de los que personalmente no reniego porque tuvieron su momento y su oportunidad-, hace ya un buen rato que las corrientes opositoras buscan una narrativa con la que hacer frente a la retórica oficial, pero la tarea ha sido cuesta arriba por varias razones. La primera de ellas es que, mientras nos ahogábamos en el relato emancipador y triunfalista, era nacionalistas y contra eso no hay quien pueda porque los mitos no se destruyen, perviven en los imaginarios, y su destino cíclico hace que a veces salgan a flote y otras permanezcan en las profundidades como los monstruos de los lagos.
“No olvidemos que la retórica divisionista de ‘patriotas vs. escuálidos’ fue creada como
instrumento ideológico para adueñarse del poder y no como consigna de los
venezolanos comunes”
Por ahora pareciera que el relato emancipador y heroico está de reflujo -los relatos míticos requieren de alguien que los salmodie-, de modo que el discurso actual podría acercarse a un hibrido de lo neo-pragmático con postpesimista. Algo entre “Venezuela ya se arregló o se está arreglando”. La receta es fuerte pero no mítica, y este storytelling sí es destructible. Aquí sí se abrió una puerta antes cerrada con siete sellos, ahora no hay que pelear contra el imaginario monstruo del lago sino pulsear con el pesimismo, el pragmatismo, el sentido común, las necesidades de la vida, la esperanza de los afligidos. En fin, y por fin, estamos viviendo una lucha humana y presente, no histórica y titánica. Ya no hay que derrotar héroes y duplicar antiguas batallas, los enemigos son personas comunes que han dividido al país en una guerra imaginaria, negando las oportunidades y derechos de los ciudadanos que se han visto obligados a desparramarse por el mundo. La fractura de las familias, y de las comunidades (de amigos, colegas, vecinos, compañeros), es una herida que todos llevamos y que solo tendrá una solución: el reencuentro, para muchos hoy imposible por falta de recursos a lo que se añaden los costosos viajes en busca de visas y pasaportes.
La necesidad de restaurar el tejido social comienza a ser una preocupación social que se extiende de diversas maneras: recuentos testimoniales (“La vida de nos”); iniciativas contra la desinformación (“Bus TV”); investigación y promoción de los productos del país, como las cocinas patrimoniales entre otros; encuentros literarios, musicales y artísticos; movimientos comunitarios como Zona de Descarga (en Petare); 100% San Agustín; Palmeros de Chacao; Tiuna el Fuerte (en El Valle); Los Palos Grandes de noche; Centro Comunal Catia, y los que seguramente se irán constituyendo y articulando en búsqueda del intercambio de experiencias, y quizás por el gusto del encuentro sin más, como expresión de que a pesar de los pesares seguimos siendo un solo país, y que los intentos por dividirlo a nadie han complacido más allá de los espurios beneficiarios. No olvidemos que la retórica divisionista de “patriotas vs. escuálidos” fue creada como instrumento ideológico para adueñarse del poder y no como consigna de los venezolanos comunes.
“Una nación -dice el estudioso del nacionalismo Benedict Anderson (Comunidades imaginadas, FCE, 1993)- es imaginada como comunidad, porque, a pesar de la actual desigualdad y explotación que pueda prevalecer en ella, es siempre concebida como una profunda y horizontal camaradería”. Ese imaginario también es un mito fundacional y por lo tanto irreductible. Toca a los políticos convertirlo en puente de unión.