Jean Maninat

Los defraudados – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

(Un acertijo)

Los defraudados son una subcategoría de bípedos pensantes, epidérmicamente informados, suelen portar un aire grave, y a toda pregunta tienen una respuesta reflexiva, de esas que se mastican pausadamente, como si fuera la última. Todo quehacer tiene, para ellos, un trasfondo ético, de responsabilidad moral que trasciende el mero oficio que ejecutan. Por donde pasan dejan constancia de la condición “superior” que le imprimen a sus acciones, por más banales que parezcan. Así, por ejemplo, estiman que su voto -cuando lo ejercen- es un acto trascendental, capaz de alterar el ritmo del movimiento astral, o los ciclos de germinación de las semillas en los surcos en la tierra. ¿Cómo podrían, por tanto, equivocarse?

Alguien que se asuma tan en serio tiene que ser exigente con los demás. Por eso, los defraudados tienen poca paciencia, no están para jueguitos y esperan de los otros lo que ellos aportan al mundo: un fiero sentido de la responsabilidad que casi asfixia. Por eso, llevan permanentemente consigo el sello de control de calidad con el que califican el quehacer ajeno. No miran: juzgan y suelen ser implacables en la sentencia y el castigo… de los demás.

No dan las buenas noches y se retiran a lavarse los dientes, o ponerse la pijama, como cualquiera. No, ellos culminan un episodio más de su auto subrayada existencia, y privan al mundo por unas horas de su saber, con la sensación de obra cumplida. Frente al espejo, miran su reflejo, aspiran el aire del universo y dejan escapar un susurro: “lo hiciste bien, ¡vaya faena le entregaste al mundo!”. Y se dejan caer en cámara lenta sobre la cama, infatigablemente seguros de su lugar en el mundo. Mañana despertarán y con ellos el universo comenzará a girar de nuevo. Al fin y al cabo están del lado correcto de la Historia o tienen a Dios agarrado por las barbas. ¡Faltaba más!

Por tanto, sus juicios son inapelables, no conocen el yerro, el titubeo no los pausa, y sancionan o recompensan con una sonrisa beatífica en el rostro. De las filas de sospechosos habituales escogen al culpable con los ojos cerrados, y en los pelotones de fusilamiento se cercioran que las balas de su Mauser sean de salva, no sea que el fusilado sobreviva al fogonazo y reclame venganza. Los amigos de ayer son los desconocidos de hoy, y los enemigos de anteayer almorzarán mañana en casa. No conocen el rencor, ni la fidelidad, excesos que quitan tiempo y fatigan el marcapasosMejor que no los perturben…

En los enredos de la política -cuando incursionan- tienen una larga lista de querellas pendientes con aquellos a los que prestaron un hombro, hallaron cualidades mágicas, juraron pertenencia espiritual. Tan solo para descubrir, finalmente, que el sujeto no era lo que pensaban, que la magia viene con instrucciones de uso, y que los políticos están hechos -sobre todas las cosas- de carne y hueso, vísceras y sangre, cartílagos y mucosidades y suelen decepcionar como el resto de los humanos. Entonces, los tiran en el camino y van a la búsqueda del nuevo mesías, en la seguridad de que este sí, es el verdadero, a la altura de sus merecimientos.

Ellos nunca se equivocan: los defraudan…

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