“Un testimonio de naturaleza política ofrecido sin menudencias ni bajezas, porque se tienen ideas en la cabeza”.
Publicado en: La Gran Aldea
Por: Elías Pino Iturrieta
Razones valederas conducen a promover la lectura de La patria que viene (Editorial Dahbar, 2022), libro escrito por Julio Borges con la compañía de Paola Bautista de Alemán. El hecho de que Borges sea fundador de Primero Justicia, un partido político de importancia que ha estado entre los primeros de la oposición a la dictadura desde el ascenso de Hugo Chávez, unido a sus funciones de coordinación de muchas actividades de las toldas agrupadas contra la opresión, a su influencia en el Parlamento y a sus trabajos en el Gobierno interino, avala la invitación. La orientación de la versión hecha por la coautora, debido a quien se incluyen anotaciones esenciales para el lector, la canalización del diálogo y un apéndice cronológico, invita a una visita cómoda de sus páginas. Tal vez por tales razones el prólogo del volumen fue redactado por el académico Guillermo Tell Aveledo, quien nos cuenta cómo su contenido lo invitó a separarse durante un tiempo de su actividad profesional, habitualmente serena, para asumir el rol más beligerante de ciudadano.
Estamos ante una versión unilateral, desde luego. El análisis se debe al interés que tiene un político en divulgar su entendimiento sobre acontecimientos en los que participó como protagonista, o como testigo relevante. Y de justificar sus pasos, por supuesto. Si el lector quiere una explicación banderiza de los hechos políticos ocurridos a partir de 2017, fecha en la cual comienza la información cronológica de la edición, de sobra la encuentra aquí. Si busca un relato hecho con letras que conviden a la unanimidad, pierde el tiempo. El autor pretende convencer sobre asuntos de interés colectivo desde una preocupación esencialmente personal, a través de aclaraciones y reproches que lo sacan o lo quieren sacar de su purgatorio mientras achaca a otros los fracasos de un proyecto político que ha causado más frustraciones que complacencias, fiascos en lugar de satisfacciones.
Dicho lo evidente, conviene destacar que estamos ante un aporte excepcional debido a que explicaciones de su especie no abundan en la literatura que ha ocupado la pluma de los políticos de nuestros días. Ni siquiera la han movido en forma pasajera. La generación de líderes que fueron juveniles cuando se levantaron contra el chavismo y que llegan ya a una etapa madura luchando contra su continuador, se caracteriza por su escape frente a las explicaciones extensas, por apenas presentarse en entrevistas efímeras o por su inclinación hacia la superficialidad de las redes sociales. Tal vez la afirmación deba limitarse a los que han pretendido o pretenden ser candidatos presidenciales, o cabezas supremas de una organización, a quienes solo debemos luces intermitentes. Entre la dirigencia de oposición hay un elenco de elementos de sobrado peso intelectual -cuando convenga sugeriré una nómina- pero entre los de más arriba Borges es una rareza. Ahora no solo se atreve con una interpretación de la política llevada cabo en un lustro lleno de contrastes, sino que, para redondear la faena, lo hace con firmeza y solvencia.
El punto más digno de atención en las páginas de La patria que viene es la relación que establece entre la creación del Gobierno interino y la fragmentación de las fuerzas de oposición, unificadas hasta entonces trabajosamente. La proclamación de Juan Guaidó, apenas consultada entre la dirigencia de los partidos, conduce a la hegemonía de la tolda del ungido -del líder ungido, en especial-, y a un parapeto de naturaleza burocrática y clientelar para cuya creación no se consulta a los dirigentes principales, o que se fragua pese a su opinión negativa. De tal situación, afirma Borges, manan evidencias de corrupción y una serie de desaciertos sobre los cuales no se dan explicaciones para que cobre fuerza la sensación del fracaso político de quienes se han jugado el pellejo frente a la dictadura, y ahora ni siquiera son atendidos por un interinato que supuestamente se debe a ellos.
Hechos como el escándalo surgido a raíz de un concierto realizado en Cúcuta de prefacio para la entrada de ayuda humanitaria a Venezuela, rodeado de pormenores escabrosos e incapaz de lograr sus propósitos; como el inicio de unas curiosas reuniones en Barbados entre emisarios del interinato y representantes del Gobierno, efectuadas sin informar al resto de los partidos y condenadas al fracaso; como los disparates de monta en el manejo de la empresa Monómeros; como un intento de movilización insurgente en La Carlota, con supuesto apoyo de un sector de las fuerzas armadas que no aparece por ninguna parte; o como acercarse a mercenarios en la aventura de una invasión insensata del territorio nacional, son los elementos de una reprobación a la cual no le falta fundamento.
Salta a la vista el problema que debe resolver Borges para salirse del dislate que atribuye a Guaidó y a sus allegados, no en balde ha figurado en la plana mayor del designio como Comisionado Presidencial para las Relaciones Exteriores de Venezuela. La descripción de lo que hace en su comisión, especialmente de su precedente liderazgo en las negociaciones de República Dominicana con voceros de la dictadura, ampliamente divulgadas y sentenciadas a muerte por su negativa a suscribir un avenimiento vergonzoso, le abren la puerta a explicaciones que suenan verosímiles. Los detalles que entrega sobre el evento, en especial los comentarios en torno a figuras como José Luis Rodríguez Zapatero y Jorge Rodríguez, capitanes de la otra parte, ofrecen pistas elocuentes sobre las trabas que debe superar la oposición y sobre el lado humano de los individuos enfrentados en un negocio tortuoso. Cuando el lector se mete en esos encierros, o en otros descritos en el libro; pero también en los movimientos que se hacen en el exterior para que la dictadura desaparezca, en los teatros de tortura cada vez más atravesados y amenazantes que señala el volumen y en los tratos con oficiales del Ejército cada vez más interesados en la restauración de la democracia, quizá salga dispuesto a compartir la versión del autor.
Pero da igual si el lector no la comparte. Aun los discrepantes, que serán muchos, podrán detenerse en la satisfacción cada vez más remota entre nosotros de aproximarse a un testimonio de naturaleza política ofrecido sin menudencias ni bajezas, porque se tienen ideas en la cabeza. Fue lo que sentí cuando terminé la lectura de La patria que viene.