Así es el asunto. El señor jefe de estado recibe la carpeta con los resúmenes de los titulares y noticias más importantes. Nota que hay mucho sobre un informe especial de la ONU sobre Venezuela. Hace una anotación para su canciller. Quiere, a la brevedad, un análisis sucinto de la situación y de los efectos externos e internos. Y quiere, también, una recomendación en cuatro vertientes: política, legal, internacional y comunicacional.
El señor canciller reúne a su equipo más cercano de expertos. Los próximos días tendrán que leer y analizar el informe, no el sumario de 21 páginas sino el libro completo, de pe a pa, sus 443 páginas. Tienen que trabajar contra reloj. La prensa nacional e internacional trabajó con el resumen ejecutivo los primeros días. Pero ahora los periodistas hurgan y buscan a las víctimas cuyas aterradoras experiencias están volcadas en esas 443 páginas.
El señor jefe de estado presiona al señor canciller y éste a su equipo. Con los ojos sombreados por las ya indisumables ojeras, las ropas ajadas (no han ido a casa en días) y con acidez por los litros de café que han tomado, el equipo (multidisciplinario) finalmente produce un documento. El canciller lo lee. Traga grueso. Ahora viene la parte más difícil, las recomendaciones.
El señor jefe de estado tiene que cuidarse, el pecho y las espaldas. El asunto no es leve y no es cuestión de darle base por bola. Un error puede resultarle carísimo. Líos internos por violaciones de derechos humanos en su propio país tiene. Y no es cosa que este asunto de Venezuela le termine alborotando el avispero en casa. Sabe que la oposición está, como siempre, en estado de cacería. También tiene que prestar atención a los vecinos de cuadra. Y a las ONG, y a los organismos internacionales. Y a las iglesias, variadas ellas. Y a las naciones de otros continentes.
No menos importante es lo de los números de comercio internacional. Que los países dicen que tienen amigos, pero en realidad tienen intereses.
El señor canciller le apunta que hay, además, lo que puede saltar para embrollar más todo. Lo del narcotráfico, lo que se dice de guerrillas, las infidencias que dan cuenta de miles de millones lavados en bancos de varias nacionalidades. Y la gentarada que tuvo de emigrar de Venezuela.
No está fácil. Se pasea por varios escenarios. Le presentan un abanico de propuestas. Tiene que caminar de puntillas, cuidar cada palabra, cada gesto. Consultar interna y externamente antes de finalmente dar una declaración que fije «la posición de mi gobierno».
Varias cosas tienen claro el señor jefe de estado y el señor canciller, que este lío demuestra que ya el mundo no es ni ancho ni ajeno, que de ésta no es fácil zafarse y aducir un ataque de afonía y que hay que tener mucho cuidado, porque el cambur verde mancha.
El señor jefe de estado decide consultar con la almohada, aunque le advierten que tiene el tiempo y el viento en contra, que si pestañea más de la cuenta, pierde. La jugada tiene que ser de nivel.
La instrucción es para los redactores del discurso. Que preparen tres versiones.
Es tiempo que los pajaritos preñados volando en retroceso aterricen. Y que lo hagan bien, no en aterrizaje forzoso. Y que recuerden que después de ojo sacado, no vale Santa Lucía.
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