Publicado en: El Nacional
Por: Elías Pino Iturrieta
Aquí el único que tiene derroteros claros es Nicolás Maduro. Sabe que solo le queda la decisión de aferrarse al poder y se apega a ella porque es el único salvavidas que evita su naufragio. De lo contrario, corre riesgos terminales: un exilio ominoso, el desprecio de inmensos sectores diseminados en todos los rincones del mundo, un tribunal dispuesto a condenarlo por numerosos delitos y una larga cárcel. Acorralado por los errores y por una cola de infracciones, su situación no le permite filigranas. Pero no está solo en la determinación, debido a que es la misma que experimentan sus operadores políticos más conocidos, y sujetos de la cúpula a quienes se vincula con crímenes provocados por la represión, por sus corruptelas y por su grosera ostentación de mando. Han generado un odio de proporciones colectivas, que los obliga a pensar solamente en la manera de evitar la pérdida de sus vidas y sus haciendas, aun a través del derramamiento de sangre. No ven laberintos en su trayectoria, sino solo una arremetida contra los enemigos hasta vencerlos, aun cuando se trate de multitudes desamparadas y desarmadas.
Los militares no pasan por el mismo predicamento, si concedemos que no forman un bloque compacto con la dictadura porque solo la apoyan como extremidad y porque no están atados a ella necesariamente. Son una expresión particular de la sociedad, una corporación con vida peculiar que no se debe en esencia a los intereses del régimen sino a una tradición de republicanismo merecedora de fidelidad. Pero también han disfrutado de una preeminencia que los distingue como colonizadores de los asuntos públicos, como beneficiarios de negociados multimillonarios y como partes de decisiones políticas que no les corresponden. Además, han pasado por trabajos de adoctrinamiento debido a los cuales han entrado en mengua las ideas que se enseñaban a los cadetes para que no representaran a una facción sino a una institución. Pero no apuran el mismo trago del usurpador y de su corte de acólitos, ni se les parecen como gotas de agua. Hay diferencias de entidad entre ellos y los detentadores mayores del poder, relacionadas con los motivos de su vocación y con los valores que los animaron a vestir uniforme, que los invitan a la vacilación. Que se hayan sembrado hoy las dudas en los cuarteles sobre los desafíos políticos y sobre cómo enfrentarlos desde la especificidad de una profesión fundamental para el destino de la sociedad, resulta no solo comprensible sino también normal.
Pareciera que los partidos y los dirigentes de la oposición son como el usurpador y como su corte en materia de decisiones, es decir, que solo tienen un objetivo del cual no se separarán por nada del mundo. Así como Maduro y compinches se la jugarán para evitar el desplazamiento, ellos harán exactamente lo mismo en conjunto para derrotarlo sin contemplaciones, se puede pensar en principio. Pero no es cierto, debido a que su margarita ofrece miles de hojas en la temporada de las fricciones y las selecciones. El hecho de que la evidente conjunción de Primero Justicia y Voluntad Popular se haya convertido en el eje del rechazo a la usurpación, provoca la insatisfacción de los partidos convertidos en segundones. La pérdida de las primeras planas no los convierte en colaboradores entusiastas sino en compañeros remisos. El ascenso de un liderazgo juvenil que exhibe todas sus energías en la cruzada contra la tiranía y provoca entusiasmos generalizados es para los mayores un balde de agua helada, capaz de animarlos a buscar el calor de los trompicones sin que se les vea públicamente en la operación. Los partidos más erráticos que apostaron en la aventura de la última «elección» presidencial, como se ven al borde del desahucio no guardan felicidad en su pecho ante las decisiones del resto y no las siguen sin pensar más de la cuenta. Tal vez falten detalles en un juego de suspicacias que no dejan de tener fundamento, pero las asomadas bastan para afirmar que en el horno de la oposición existen desacuerdos sobre la receta de la victoria y sobre los que tratan de cocinarla.
Falta camino para el desenlace de la crisis, por consiguiente. En la medida en que entendamos sus naturales enredos, cuando veamos sin pasión excesiva sus trampas, sus fuegos y sus enigmas, será más satisfactoria la culminación.
Lea también: «El retroceso militar«, de Elías Pino Iturrieta