Por: Jean Maninat
Chinchin si me la recuerdan
Carcacha y se les retacha
Chilanga banda (Café Tacuba)
Como si no fuese suficiente la alterada vida política y zozobra económica en la Pequeña Venecia, se le ocurre al holograma de lo que fue un gran entertainer mexicano visitarla para ofrecer un concierto, (o algo así), y desatar los demonios que acechan en X siempre a la caza del menor traspiés, hipo o estornudo para lanzarse los unos sobre los otros, en búsqueda de una yugular débilmente expuesta para teclearla hasta que vierta la última gota de sangre del desierto.
Digamos, se puede comprender sin mayores explicaciones la importancia que tiene para un país, una sociedad, un conglomerado humano la presencia en su regazo de una personalidad de la dimensión de Luis Miguel (más aún cuando un biopic mostró los sinsabores de su niñez y eterna adolescencia) y más de uno fue amamantado por una nana, o una madre murmurándole Usted es la culpable… o descubrió al pater familias traqueteando la pelvis en el baño mientras se miraba coqueto en el espejo. Sí, puede dejar su huella de generación en generación.
Pero que Xenezuela se divida entre los de adentro que reclaman su derecho histórico a ver a Luismi, y los de afuera que les critican por frívolos al distraerse de las luchas democráticas, o de enchufados por poder pagar los precios de los boletos en medio de tanta penuria, es como un poquito efervescente para los niveles del show que los ocupa. Según testimonio de muchos asistentes, el evento habría dejado mucho que desear (el artista ni siquiera se despidió y menos aún soltó un encore) argumentan para delicia de los navegados y oprobio de los de tierra adentro. En el clímax de la disputa, se ha esgrimido que se trataba de un doble (doblemente pasado por la máquina bronceadora para tomar ese color naranja-MAS) de los muchos que almacenan en diversas propiedades.
A ver, seamos justos, en países del primer mundo también pasan esas cosas. Se puede tomar partido, incluso argumentar con vehemencia que Taylor Swift es un producto de IA, o que es la última esperanza blanca de la música pop, o que es el arma secreta de los demócratas gringos para derrotar a los republicanos gringos, incluso que el Super Bowl en Las Vegas estaba puyado para que el equipo de su novio ganara y Taylor –oh, my sweet Taylor– no tuviera que llorar ante las cámaras tan amarga derrota. Sí, suena exagerado, pero convendrán ustedes que los millones de dólares que produce su talento admiten esos y otros delirios del sueño americano.
Pero que un concierto de Luismi añada un diferendo más en un país que -según la organización Presidentes sin Fronteras- tiene la tasa más alta de candidatos presidenciales por habitante del mundo, parece un despropósito que amenaza con cuartear la credibilidad de la práctica política en el país. Aunque viéndolo bien, un match de Taylor Swift versus Luis Miguel y todos sus dobles, sería una divertida contienda para dirimir el nuevo “ellos y nosotros” de navegados y tierra adentro en el mundo de ficción de la burbuja X. Hagan sus apuestas.