Publicado en: El Universal
El apagón previsto por los expertos desde hace por lo menos cinco años nos alcanzó y con él la crisis da pasos de siete leguas, se multiplica. Acelera el aterrador Estado fallido del que hablamos constantemente en esta columna desde hace tiempo. Venezuela se desvertebra, según la idea de Ortega, se africaniza, pierde la civilidad por la combinación entre el socialismo, una de las creaciones más sufrientes de la humanidad, y unas alocadas élites sociales, políticas y culturales que despreciaban los partidos políticos, destruyeron la democracia, apostaron al caudillo salvador y su claque, y luego arruinaron todos los chances de sacarlos del poder en veinte años.
Desde diciembre de 2015, por no hablar de la etapa anterior, se empeñaron en demostrar su terrible, inenarrable candidez, y suicidaron al país en tres actos luego del esplendoroso triunfo de las elecciones parlamentarias. Será muy difícil que alguien de entendimiento normal no se escandalice por su precisión en tomar siempre las vías más delirantes y descabelladas en 2016, 2017 y 2018. Apenas comienza 2019 y explota la bomba de horror subsecuente, la acumulación de errores. Miles de personas recogen baldes de agua de quebradas e incluso de charcas infectas.
Son escenas del mundo salvaje o de las distopías ochentosas según las cuales el “capitalismo” se dirigía al colapso. Desde hace más de medio siglo Cornelius Castoriadis, J.F. Lyotad, Henri Simon y varios otros, inspirados por Rosa Luxemburgo, tenían socialismo o barbarie como consigna. En los ochenta una oleada de pensadores de primera línea argumentaban corrientemente el supuesto final de la sociedad abierta que implosionaría frente al comunismo. Paul Kennedy anunció la decadencia final de EEUU. Pero para asombro universal, lo que se desplomó fue el comunismo dejando a los teóricos con la brocha en la mano.
Veinte años es algo
En Venezuela triunfó la revolución y apenas veinte años después que el país más moderno y de democracia más estable en Latinoamérica cayera en manos de los paladines de la justicia social, se convierte en Somalia o Etiopía. Lo hicieron entre un régimen que encarna las peores maldiciones del continente y unos adversarios sin neuronas para manejarse políticamente frente a él. Burrada tras burrada se les fue entre los dedos y así llegamos a estos extremos de destrucción, solo comparables a los de Cuba o a los de una nación en guerra. No sé si el cerco contra el Estado venezolano conducirá a un cambio de régimen.
Lo que sí parece es que luego del colapso eléctrico la política como forma civilizada de confrontación entre grupos con objetivos surgidos en la modernidad, cede el paso a la matchpolitick, el choque de fuerza bruta. Aunque el desplome eléctrico estaba anunciado porque no se hicieron las inversiones necesarias, es lógico preguntarse quién sale beneficiado del blackout, ya que algunos sugieren que pudiera ser una autoagresión y el gobierno acusa a sus adversarios.
Lo cierto es que las carencias agudas que obligan ahora más que nunca a la sociedad civil a buscar desesperadamente electricidad, agua, alimentos y demás servicios y bienes básicos, son un factor entrópico que tiende a desorganizar la dinámica política opositora. Quien debe salir con la familia a buscar botellones de agua y bolsas de pan, tiene menos posibilidades de actuar políticamente. Lo analizó con amplitud Samuel Huntington en su clásico en el que explica por qué las revoluciones surgieron en etapas de prosperidad (incluso el golpe del 4F), entre otras porque quien necesita dedicarse a buscar proteínas, está muy ocupado para ir a reuniones.
Hilos, arañas y conspiraciones
Aunque me resulta estúpida la teoría de la conspiración que sospecha que los mandamases colapsaron deliberadamente en estos días el sistema eléctrico, conviene evaluar sus efectos políticos en los actores, porque parece tender, como vimos, a sustituir la política por el salvajismo. La experiencia indica que hay una relación inversamente proporcional y entre menos política, partidos, instituciones, negociaciones, diálogos, polémicas, elecciones, mayor es el índice de salvajismo, violencia, paramilitares, aparato policial, amenaza de guerra, golpe de Estado. Creo que el apagón profundizó estos terribles factores.
Y las perspectivas no se aclaran porque en ese contexto la política desaparece y solo queda el choque brutal entre el bloque de gobierno venezolano y el gobierno norteamericano, lo que aleja aún más las posibilidades de una solución política endógena. Elliott Abrams afirmó enfáticamente que Estados Unidos no piensa invadir a Venezuela y que su plan es la asfixia económica del gobierno, “ahorcarlo” como expresó una periodista que lo entrevistaba. Y la ciudadanía debe prepararse para eso porque el gobierno lo está. Que seguirán con las sanciones económicas y personales, todo con el fin de lograr que los militares abandonen a Maduro.
“No sabemos cuánto tiempo más, lo que sí sabemos es que presionaremos hasta recuperar la democracia”. El ex embajador William Brownfield declaró hace unos meses “en este momento quizás la mejor solución sería acelerar el colapso, aunque produzca un periodo de sufrimiento mayor, por un periodo de meses o quizás años”. Hay que imaginar las condiciones del país en ese esquema si no aparece algún nuevo factor en el debate, como la Unión Europea
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