Maduro quiere ocupar a la fuerza la Asamblea Nacional para instalar allí la Constituyente – Pedro Benítez

Publicado en ALnavío.com

Por: Pedro Benítez

Es bastante conocida la fábula en la cual un escorpión le pide a una rana que le permita subir a su espalda para cruzar un río. La rana desconfía del escorpión, pero este promete no hacerle ningún daño. Después de todo, razona, si llegara a ceder a su instinto de inocularle su veneno los dos se ahogarían.

Sin embargo ocurre lo peor, a mitad del río el escorpión pica a la rana. Ésta voltea a ver a su pasajero y le pregunta: “¿Por qué me has picado?, ahora moriremos los dos”. Ante lo cual el escorpión responde: “No he podido evitarlo, es mi naturaleza”.

La anterior puede ser la respuesta fácil, y probablemente la más cercana a la verdad, para comprender el régimen que preside Nicolás Maduro; simplemente actúa según su naturaleza.

La verdad es que Maduro se ha buscado muchos problemas innecesarios.

El uso dosificado de la violencia por parte de activistas radicales del chavismo contra opositores es una práctica que llegó a las inmediaciones del Parlamento con el ascenso al poder de Hugo Chávez en febrero de 1999. Desde ese mismo momento grupos de choque civiles tomaron el control de los alrededores de los principales edificios públicos del centro de Caracas y los declararon “territorio liberado” de opositores.

Desde entonces las agresiones contra diputados, connotados opositores, periodistas o simples transeúntes críticos a la línea oficial han ocurrido con frecuencia. Puñetazos, patadas, empujones, robos, golpes con instrumentos contundentes, insultos y amenazas, incluso con armas de fuego, son parte de la ración de agresiones que estos grupos (en otra época denominados “círculos bolivarianos” y de un tiempo a esta parte “colectivos”) realizan con total impunidad en presencia de los cuerpos de seguridad del Estado, en particular en periodos de incremento de la tensión política.

La coartada justificadora es invariablemente la misma: ellos son el pueblo y se están defendiendo de la agresión de la derecha. Consideran agresión desde el reproche hasta la simple existencia de una clase dominante y explotadora cuyos intereses están en contradicción insalvable con los intereses de la revolución.

El día de ayer ingresaron a la Asamblea Nacional a fin de “recuperar” ese espacio para “el pueblo”.

Apenas en octubre pasado estos grupos de civiles, en su mayoría conocidos como parte de la nómina de empleados de la Alcaldía del municipio Libertador de la ciudad de Caracas, que regenta el siquiatra Jorge Rodríguez, uno de los dirigentes de partido oficial (PSUV) más cercanos al presidente Maduro, irrumpieron violentamente en las instalaciones del Palacio Federal Legislativo, sede de la Asamblea Nacional. Lo que en ese momento amenazó con transformarse en una crisis política hemisférica no pasó a mayores porque esa misma tarde se anunció el inicio del diálogo entre Gobierno y oposición.

Maduro en el ojo del huracán

La diferencia es que ahora la comunidad internacional tiene los ojos puestos en la crisis de Venezuela. Una sucesión de gobiernos y organismos internacionales condenaron de inmediato el suceso. Nuevamente Maduro se coloca en el ojo del huracán.

Así que la pregunta es: ¿Por qué el Gobierno venezolano se expone a la crítica mundial?

Maduro condenó el suceso también de manera inmediata. Pero si su reprobación fue sincera quedaría por explicar cómo fue posible entonces que los grupos violentos asediaran la sede del Legislativo durante seis horas. ¿Acaso un grupo actuó dentro de las filas chavistas con tal autonomía en pleno centro de Caracas y con tal poder que el propio presidente no lo pudo controlar? De ser así Maduro no gobierna, es un rehén.

Pero si por el contrario actúa fingidamente, está dando una muestra más del estilo de hacer política que su antecesor impuso en Venezuela. En este caso está dispuesto a soportar una mayor condena internacional a cambio de atemorizar a los diputados opositores. Lo de ayer, entonces, fue un aviso. Su objetivo es preparar el terreno para ocupar el espacio físico del Poder Legislativo e instalar allí la Asamblea Nacional Constituyente, el único cuerpo parlamentario que reconocería.

Una cuestión de simbolismo político que ya tuvo un antecedente la Alcaldía Mayor de Caracas, cuando el burgomaestre electo para el cargo, el dirigente opositor Antonio Ledezma, vio la sede oficial de su institución municipal asaltada por estos grupos de choque, también en nombre del pueblo, en 2009. A Ledezma también lo despojaron de la mayoría de sus atribuciones, luego fue reelecto y hoy padece su tercer año de casa por cárcel sin condena judicial.

Hay una máxima mexicana que se aplica perfectamente al régimen que preside Nicolás Maduro en Venezuela: “Jalisco, cuando no gana, arrebata”. En la incapacidad del régimen de Maduro para respetar sus propias reglas reside la crisis venezolana e incluso del propio régimen. Es su naturaleza.

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