Por: Jean Maninat
En uno de sus frecuentes arranques de xenofobia, el candidato reincidente a la presidencia de los EEUU, Donald John Trump, declaró hace ya poco más de un año que “los inmigrantes envenenan la sangre del país”. Ya en el calor de la actual campaña presidencial insistió en el tema y anunció que llevaría a cabo “la mayor deportación de la historia de los Estados Unidos” (se debe entender que se refiere a indocumentados o ilegales, pero…) y ya en el paroxismo antimigratorio aseguró que en la apacible comunidad de Springfield, Ohio, los inmigrantes haitianos preparaban hot dogs con las mascotas de los vecinos.
Hoy es posible esgrimir cualquier exabrupto y se acepta como una travesura retórica, un exceso permitido como los golpes a la ingle o las patadas ficticias en el rostro en la lucha libre. Lo cierto es que la comunidad de haitianos en Springfield, Ohio, está compuesta de unos 15.000, la mayoría legales, y no los 30.000 que aseguraba el candidato reincidente habían invadido la ciudad. Las autoridades republicanas de la municipalidad han salido a desmentirlo y aconsejarle que, por el amor de Dios, no se le ocurra visitarlos durante la campaña.
Pero lo que podría pasar por producto de la exaltación típica de las campañas electorales, como portar sombreros estrafalarios o disfrazar a los hijos de candidato (uf, se acuerdan de los pobres chavecitos) adquiere rasgos preocupantes cuando leemos en el diario El País, de España, que según la 15 Encuesta Anual de los Valores Americanos realizada por Brookings y el Instituto de Investigación Pública de Religión “…un 34% de la población cree que los inmigrantes que entraron de forma ilegal realmente contaminan la sangre del país”. Y decimos “preocupantes” -entre otras cosas- porque una de las maneras más comunes de contaminar las venas abiertas de una nación es por la vía coital, con la consiguiente presión en las sienes colectivas por vía de la aparición de prolongaciones óseas inusitadas y mal venidas.
El exabrupto es la regla y mientras más histriónicas -por no decir histéricas- sean las declaraciones públicas de personalidades públicas, más adhesivo será el mensaje que se quiere vender. Regresan los bufones intrépidos a reclamar el trono: Elon Musk dona millones en su narcisismo excéntrico y el candidato reincidente, Donald John Trump, reincide en sus descalificaciones sectarias y humillantes para vastos sectores de la población a la que quiere gobernar. (Los venezolanos han sido un blanco recurrente de sus diatribas en contra de los migrantes, serían unos delincuentes, una especie de nuevos marielitos. Nos podemos imaginar a los Magazuelans recibiendo tamaña muestra de cariño: “Ay gordo, son cosas del catire, tú lo conoces”).
No hay límites (aquí introduzca su estrofa preferida de Cambalache, de Discépolo, esta es una columna interactiva) y lo paradójico es que sea una nación forjada por inmigrantes de todas partes la que esté dividida de tal manera por una cuestión de “mala sangre”. Hay que ser bien sangrón, diría el Huey Tlatoani Moctezuma, quien sí sabía de sangre.