Por: Ismael Pérez Vigil
Inicié la semana pasada una “conversación” con los temas políticos, económicos y sociales de 2018, relevantes desde el año anterior y señalé en primer lugar el rescate de la democracia y la vía electoral como forma de lograrlo.
Sin duda esa es la preocupación de un gran sector de la oposición democrática; pero no cabe duda que para la gran mayoría del país, para más del 75% de los venezolanos, sean de oposición o no, la sobrevivencia, la satisfacción de las necesidades básicas−alimentos y medicinas− es la prioridad. A eso se unen otras prioridades −salud, seguridad personal y social, un empleo digno, el costo del transporte y de la vida en general− que se constituyen en la verdadera agenda para la gran mayoría de la población, la materia pendiente, urgente, impostergable.
Por ejemplo, en diciembre asistimos al episodio de las protestas por la falta de entrega de los “perniles” ofrecidos en la última campaña electoral de la dictadura; en vez de analizar y reflexionar sobre el significado de ese acto de protesta −por hambre y el incumplimiento de una promesa electoral− y como convertirlo en un símbolo de una lucha más profunda, algunos prefirieron pontificar sobre la falta de “principios” y “valores democráticos” del pueblo.
Decía Marx, en las primeras líneas de El Capital que “La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de mercancías» y la mercancía como su forma elemental”; frente a los demagogos, el voto es para el pueblo su primera “mercancía” de cambio, la más valiosa con la que cuentan, para mitigar hambre y necesidades y no dudan en intercambiarla; sobre todo porque cosas como elecciones, democracia, libertad, derechos humanos, respeto a la propiedad, libertad de expresión, democracia liberal y similares, muy importantes para nosotros, no son más que un sistema abstracto de valores carente para ellos de contenido.
Ante el hambre y la escasez, se opacarán todos los demás y ese es un tema pendiente desde hace muchos años, que solo ocupa un efímero espacio en la demagogia de las campañas electorales, de corte cada vez más populistas; sobre todo desde 1998, cuando se presentó aquel “líder” indiscutiblemente popular, Hugo Chávez Frías, con un discurso demagógico −visto lo transcurrido− que dirigió su discurso directamente a los más humildes y vulnerables y se montó sobre las necesidades del pueblo y el anhelo anticorrupción de millones de venezolanos de las clases medias, ofreciéndoles un “nuevo país” que nunca llegó.
Qué duda cabe que el pueblo se sintió interpelado y convocado por ese discurso populista y durante un tiempo, Chávez Frías, cabalgó sobre la ola de los ingentes ingresos petroleros, que le permitieron desarrollar un sistema populista, clientelar y ganar elecciones al hilo. Al principio usando solo, aunque ilegalmente, recursos del estado para movilizar votantes y ganar elecciones; después lo fue combinando con la intimidación y el chantaje a la oposición y a sus propios seguidores. Pero a partir de 2013, ante el agotamiento de los cuantiosos recursos para hacer demagogia, el mero populismo del despilfarro de los recursos del estado, la intimidación y el chantaje para movilizar votantes, cedió paso, entre otras, a la violación reiterada de las leyes y reglamentos electorales, la manipulación del registro electoral, de los circuitos electorales, el desplazamiento de los votantes, la manipulación de votos y resultados y el forjamiento de actas, en resumen al secuestro y desconocimiento de los derechos políticos para mantenerse en el poder.
El tema de las necesidades básicas, es un tema prioritario, pendiente. Una parte del país creyó que ese “líder” de 1998 lo resolvería y aunque ya muchos han descubierto que la situación ha empeorado, hasta convertirse en tragedia, otros −no necesariamente seguidores del chavismo− aún conservan la esperanza del surgimiento de un nuevo “líder” que resuelva ese y otros temas pendientes.
Para quienes creemos en el rescate de la democracia por la vía electoral el tema pendiente es −lo he dicho anteriormente− como llegarle a ese pueblo con un discurso que penetre, poderoso, convincente, inspirador, con la fuerza de arrastre, alternativa al poderoso discurso populista de la dictadura, que le llegue a las grandes mayorías del país, a ese 32% que aun vota por la dictadura y a ese 35% que es indiferente y que ni siquiera vota. Esta tarea es también impostergable y retadora. Más importante que las interminables disputas internas.