Publicado en: El Universal
Una de las tesis del filósofo alemán Herbert Marcuse fue “el final de la utopía”, contenida en un librito de ese nombre que este servidor masticó con voracidad caníbal en la escuela de sociología, como todo lo que llegó de ese personaje. El “capitalismo”, decía, supera la escasez milenaria de bienes materiales, surge la “sociedad opulenta”, “la sociedad de consumo” y la clase obrera pierde su negatividad histórica, para hacerse soporte del sistema. El “capitalismo” ya no “depaupera a los trabajadores”, sino otorga casas, neveras, lavadoras, cocinas y automóviles. Además, el fracaso del socialismo era incontrastable en la otra mitad del planeta donde imperaba en la miseria y la brutal represión. La utopía se realiza paradójicamente en el confort de las naciones “capitalistas” occidentales. Eso deroga el pauperismo del pensamiento de Marx, que justificaba moral y políticamente una lucha ahora sin razón de ser. Décadas después, los edificios podridos se desploman con el Muro de Berlín y es más ostensible la estafa vivida por la humanidad durante setenta años, que disfruta de una amplísima satisfacción de las necesidades materiales sin precedentes. La victoria sobre patologías hasta hace poco mortales alarga la vida hasta el doble de hace un siglo y 9/10 de la población mundial supera el hambre endémica.
Somos los primeros humanos para quienes morir es una eventualidad remota mientras antes era normal perder uno o dos hermanos. Vivíamos poco y la Sombra estaba demasiado presente, era invasiva, convivía con y obsedía al hombre. En esa estremecedora maravilla que se llama El séptimo Sello, el director sueco Ingmar Bergman cuenta la historia de un cruzado, Antonius Block, que como rutina jugaba ajedrez todas las noches con la muerte. Pero hoy día la Fatalidad es una presencia inesperada, un accidente y por eso los tanatorios, ya ni siquiera cementerios gracias a la cremación, se ubican en las afueras, para que nadie los vea, y entre los cadáveres cremados debía estar el marxismo. Pero como demuestra la historia de las sectas religiosas, el fanatismo ideológico es inmune al fuego de la realidad y asistimos periódicamente a redefiniciones, “nuevas izquierdas”, vueltas y más vueltas que terminan en el mismo nosocomio. Sánchez, Petro y Boric, “la izquierda posmoderna”, repiten inmancablemente los fracasos precedentes, aunque el chileno decidió devolverse y pasarse al “enemigo” y ya veremos si se desnuca.
Prefirió ser González Videla y no Allende. Llevo tantos años oyendo al Camila Vallejo decir necedades, que casi celebro su nuevo look ideológico “neoliberal”, de un día para otro, a partir de dos palizas electorales. Marcuse y otros condujeron al marxismo cultural: como las banderas del hambre o la explotación no tienen sentido, la nueva subversión de quienes nunca se han saltado una comida, será étnica, sexual, religiosa, a partir las debilidades emocionales y sicopatías y de dividir el mundo en víctimas y victimarios. El movimiento aprende política y surgen los Objetivos de Milenio y posteriormente la Agenda 2030. Las clases medias, demuestran que, fuera de sus especialidades, tienen una compresión subestandar, del mundo, inferior a los trabajadores o sectores populares, y siquiera se percatan de sus propias lagunas e insuficiencias. Sucumben a la engañifa ambientalista, veganas, a las aberraciones de brillantes perturbados sexuales y encarnan la nueva amenaza fascista, !mientras denuncian al fascismo¡ Apoyan el sometimiento de las musulmanas a velos indignos, que caminen detrás de los hombres, les amputen el clítoris, reciban palizas, prohibición de salir de sus casas, nada menos que en Barcelona, Amsterdam o Roma.
Pero en la tarde son femininazis y posmo con un pastiche ideológico indigerible que pretenden encubrir con “fobias” imaginarias. La subversión marcusiana se apoya en minorías resentidas antisistema: drogadictos, delincuentes, grupos étnicos, sexuales y religiosos que odian a la mayoría. Si los héroes del mayo 68 francés fueron las tres M: Marx, Mao y Marcuse, este repite postmorten sin que nadie lo celebre en julio 2023. Francia vivió un levantamiento de antisociales, que viven de los impuestos de ciudadanos, que soportan delincuencia “étnica” cotidiana y cadenas de acciones terroristas. Habitantes de los ghettos son 10% de la población, pero cometen 50% de los delitos. Marcuse argumenta la revolución de delincuentes, aunque la tesis no es original suya y viene del llamado “primer comunista alemán”. El sastre Wilhelm Weitling, proponía organizar “una masa irresistible de desesperados…unos cuarenta mil ladrones y atracadores, maestros de la acción directa…(pues)… los socialistas…consideran perjudicial la forma de gobierno llamada democracia…el pueblo en armas debe alzar la voz y no ir a las urnas puesto que es el dominio de capitalistas, mercaderes, clérigos, abogados, lacayos y otros parásitos…”. Marx expresó su gran admiración: “recordaré los geniales escritos de Weitling, que desde el punto de vista teórico, superan …a Proudhon…”. En España la lucha de clases es de jubilados y trabajadores contra delincuentes, okupas africanos, que sin más arrebatan las viviendas a quienes ahorran toda la vida para tener una y cometen el error de irse el fin de semana a alguna parte. Hasta la revolución marcusiana y la Agenda 2030, la jerarquía de las personas se medía en su historia. La experiencia, el currículum, los títulos, las realizaciones, eran credenciales que fijaban el estatus y el ascenso. La revolución actual es iconoclasta en sentido estricto, pero no se destruyen solo las estatuas, sino las reputaciones y las personalidades. Se cancela lo que alguien escribió antaño, si difiere de la mediocridad de algún cabeza de chorlito de los lobbies, que cuenta con la posibilidad de poner en cuestión toda la cultura. En vez de lo añejo, tenemos lo vintage, envejecimiento inducido desde la óptica posmoderna. Se nos ocurre, aunque sea impreciso, hablar de adolescencia social, una relación alegre con el mundo, sin carga de responsabilidades, propia de las sociedades de consumo y la exacerbación del Estado de Bienestar, hasta la situación suicida de hoy. El pretérito, la cultura, se convierte en un lastre como es típico de las revoluciones, cuyos protagonistas son precisamente los que no tienen pasado.
Los sans culottes en la Francia jacobina, eran el populacho que aplaudía en la guillotina, primero a Luis XVI y después a Robespierre; hoy su papel de saqueadores, violadores, pirómanos, lo desempeñaron los islámicos. Lenin aspiraba a que el “proletariado” ruso barriera con la herencia y creara el prolekult, la cultura proletaria, que aniquilaría los valores burgueses y para dejar clara la distancia que lo separaba de sus creaciones (de la burguesía), se refería a “su Louvre”, “su Notre Dame”, “su Sainte Chapelle”. Las Brigadas Rojas de Mao linchaban a los maestros y profesores por transmitir la cultura dominante y los Jemeres Rojos de Camboya, que además eran niños de doce años, consideraban enemigo a cualquier adulto y ejecutaban por “occidentalizado” a todo aquel que usara lentes o hablara francés. Hoy vemos hordas apoderarse de las calles europeas, de las mujeres para violarlas, de los espacios urbanos para quemarlos, de las vidas para quitarlas. Pero veamos que ocurre en el hasta ahora tenido como modelo universal, Suecia, al extremo de que socialistas y capitalistas lo reivindican como suyo. Es terrible decir que el mito del milagro sueco ha terminado estrepitosamente.
Apenas el año pasado, 2022, lo declaró Magdalena Anderson, cuando aún era primer ministro, con carácter dramático por decirlo una socialista comprometida con la Agenda 2030: que la política de inmigración sueca era un fracaso catastrófico, que en Estocolmo hay sesenta bandas con armamentos de punta (por cierto, vendido por Ucrania). Sostiene que la debilidad de la policía hace a los funcionarios renunciar a sus trabajos y que “vivamos en dos países paralelos”. En 2021 hubo 335 tiroteos y ni en el lejano oeste. Con su saldo de heridos, violaciones y fallecidos, los más altos de Europa, supera 10 a 1 el promedio de Alemania, y Europa del este. En 2019 se cometieron 260 delitos con explosivos, y la mayor tasa europea de crímenes de odio contra homosexuales, por militantes islámicos. La mitad de quienes cumplen sentencias son inmigrantes y al incluir los hijos de inmigrantes, la cantidad llega a 90%. Lo paradójico es que, contra las vaciedades ideológicas de la izquierda, en vez de serlo de la exclusión, los criminales son producto de la inclusión. Reciben grandes masas de recursos de apoyo, especialmente bonificaciones por cada hijo, desde el nacimiento hasta los 16 y 20 años. Ayudas para el pago de alquileres a las familias, facilidades para acceder a viviendas públicas, subsidios directos a quienes solicitan asilo. El efecto perverso es que eso se convierte en un cómodo sistema de vida, desincentiva que busquen trabajo, aprendan la lengua y se incorporen a la sociedad. Se hacen vagos, se ghettizan, (hay un barrio llamado Pequeño Mogadiscio) y nacen las bandas armadas. Estocolmo es la primera capital europea donde se impone la sharia en contra de la legislación normal y las autoridades piensan en usar las fuerzas armadas contra esta perversión.
Un comentario
8 millones de españoles se quedan sin vivienda al regresar de las vacaciones porque encontrarán su vivienda okupada. ¿Culpa de quién? de Sanchez, por supuesto