María Corina Machado, o una revolución inminente - Elías Pino Iturrieta

María Corina Machado, o una revolución inminente – Elías Pino Iturrieta

Ninguna de sus antecesoras en la lucha política, o en otras actividades relacionadas con los negocios públicos, ha crecido hasta el punto de provocar una atención que traspasa los límites de las clases sociales.

Publicado en: La Gran Aldea

Por: Elías Pino Iturrieta 

Entre 1985 y 1986, un equipo de historiadores de la UCV publicamos dos volúmenes de documentos sobre la época de GómezLos hombres del Benemérito, que fueron bien recibidos por los lectores hasta el punto de agotarse con rapidez. Era un material inédito que descubría los secretos de una feroz dictadura a través de fuentes primarias, novedad suficiente para provocar el triunfo editorial, pero ahora solo se pretende un comentario sobre las razones del título para tratar de relacionarlo con la política de nuestros días. Sucede que todos los altos funcionarios que escriben al dictador en el lapso que corre entre 1908 y 1935, los empleados de confianza y los burócratas más destacados que aparecen en la edición, son hombres. Eso es ahora lo fundamental del asunto.

Venezuela no solo sufre entonces una atroz dominación, quizá la más cruel de su existencia, sino también un proceso de cambios que establece los cimientos de su contemporaneidad. En el país  incorporado al club de las comarcas ricas suceden mutaciones fundamentales, entre ellas, la formación de las clases sociales que determinarán el rumbo de la vida en adelante, y una relación diversa con la política y con la economía del contorno y del resto del mundo. Es otra la gente que acompaña el entierro del tirano, por consiguiente, dispuesta a enfrentar el futuro con unas armas que jamás había manejado, pero se trata de un proceso exclusivamente masculino.

Las mujeres no forman parte del epistolario porque debían guardar su santo lugar en los ámbitos de la vida privada. Ni siquiera se filtran como suplicantes que reclaman la libertad de sus maridos o de sus hijos. Tal vez los secretarios no llevaran sus ruegos hasta Maracay para evitarle molestias al jefe, pero son las ausentes de la historia recogida por la edición, los datos que le faltan al relato y que nadie echa en falta. Una señora excepcional como Teresa de la Parra se filtra en el desfile de los varones importantes, sin que otras faldas estorben su singular pasarela.

Sabemos de las otras mujeres de la época porque le dieron cien hijos a Gómez, o porque formaron parte de la sagrada familia, o porque pudieron estrenar las modas y los gustos impuestos por la sociedad petrolera en la compañía de maridos y hermanos; o porque los historiadores descubrimos después sus penurias silenciosas  de compañeras de adalides y mártires de la oposición.  ¿No hicimos bien el trabajo de meterlas en su contexto, de emparejarlas para contar una historia sin exclusiones? Ponerlas en primera fila equivaldría a escribir falsedades, o a anunciar una influencia que todavía no se han ganado, o que no se les ha concedido. Nada insólito en la vida que ha llevado la república desde su fundación, dicho sea de paso, porque de las remotas del siglo XIX la gente de la actualidad apenas recuerda  a misia Jacinta al lado del Taita  y a doña Ana Teresa en la cúspide de las filigranas guzmancistas. Más por ser las Evas de sus poderosos Adanes que por luces intensas y propias. Más por lo que podían pedir a sus consortes o a un ministro complaciente, que por iniciativas de peso salidas de su cabeza.

Nadie duda de que las mujeres comienzan  a escalar posiciones cuando llega el posgomecismo y en las calenturas del trienio adeco. Participan en movimientos sufragistas y sindicales, en la fundación de partidos políticos, en conspiraciones y alzamientos, en la resistencia contra la dictadura de Pérez Jiménez, en el trabajo de academias y universidades  o en la creación literaria, artística y científica; pero ninguna se convierte en un imán capaz de arrastrar multitudes y de provocar pasiones colectivas. Ya sabemos que las primeras damas importan por ser las compañeras del presidente, pues nadie vota por ellas ni les pide opiniones políticas que puedan importar de veras. Hay que esperar hasta el gobierno de Leoni para que una mujer, Aura Celina Casanova, sea ministra y trate sin complejos a los señorones del gabinete. Hay que esperar hasta el gobierno de Herrera Campins para que Mercedes Pulido sea la voz del feminismo en Miraflores y en el Congreso. Entonces logra, después de muchos ruegos, una reforma esencial del Código Civil. Y así sucesivamente.

Cada vez están más presentes en los negocios públicos, cada vez brillan con una potencia que es de ellas porque nadie se las ha obsequiado y trabajan en reformas de trascendencia colectiva, pero ninguna ha sido el faro de mayor iluminación, ni la única luz susceptible de provocar la atención de las mayorías venezolanas, ni la presencia que más importe al pueblo. Para que no sientan que escribe un olvidadizo  puede  citarse el caso de Irene Sáez si se recalca  que  fue  un globo desinflado antes de volar, el juguete de unos prójimos desacertados, apenas merecedor de  una línea para dejarlo de lado y pasar a lo importante.

La influencia relativa de la mujer, sobre cuyo crecimiento paulatino se ha tratado aquí de abocetar alguna idea, se convierte en absoluta y avasallante debido al papel que juega en nuestros días María Corina Machado. Ninguna de sus antecesoras en la lucha política, o en otras actividades relacionadas con los negocios públicos, ha crecido hasta el punto de provocar una atención que traspasa los límites de las clases sociales, del tamaño de las fortunas, de las fronteras lugareñas, de las necesidades de los partidos políticos, de los intereses intelectuales y, en especial, del ascendiente del pasado. En consecuencia, jamás había existido un vínculo tan indiscutible entre las propuestas de una representante del género femenino y los anhelos populares o generales. No existe la posibilidad de una analogía entre la trascendencia de su trabajo político y la pegada que pudieron tener otras del ayer en iguales menesteres; ni de que un individuo de los acostumbrados no parezca enano ante su estatura.

Antes de que otros analicen con la propiedad del caso las razones de un ascenso tan apabullante conviene anticipar que estamos ante una revolución, es decir, ante una ruptura profunda del entendimiento que hasta ahora tenía la sociedad sobre el nacimiento, la naturaleza  y  la fortaleza  de sus dirigentes. Un caso histórico, en consecuencia, que debe tratarse según su magnitud y que no pueden entender los políticos que  todavía se comportan como ¨los hombres del Benemérito¨.

 

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