Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
En nuestro tercer mundo, de hace unos veintitantos años, muchos vecinos nos solían tildar a los venezolanos, sobre todo cuando nos topábamos en el exterior (Miami nuestro) de arrogantes, pedantes, nuevos ricos y remoquetes por el estilo. La explicación más simple era que teníamos plata petrolera abundante y con ella nos permitíamos algunos lujos inusuales en el tercer mundo (y a penosamente tapar nuestros cerros citadinos llenos de miseria). “Ta barato, dame dos…” fue un emblema socarronamente agresivo de esa camada de connacionales, hijos del petróleo que, buen año, mal año, tomábamos güisqui de ocho o doce años en vez del noble ron que nos corresponde antropológicamente. Claro que también, al menos durante unas tres décadas, hicimos cosas notables y construimos una clase media creciente, ciudades con cierto garbo y modernidad y hasta una cultura ostentosa y elitista, con algunos laureles legítimos. En síntesis, que ser venezolano no pasaba inadvertido y hasta alguna dosis de orgullo nos era realmente debida, sobre todo por ser una democracia algo cojitranca, pero democracia al fin, en un continente donde abundan los gorilas, de cuyas garras protegimos a muchos perseguidos. En fin, lugares comunes.
Pero un mal día todo eso se fue acabando. La economía con todo y petróleo se derrumbó hasta más nos poder y nos convertimos en parias hambrientos y en desesperados migrantes por millones; se trituró la democracia y se derogaron los derechos humanos quedando todo, todo el poder en manos de una cáfila de desalmados sostenidos por las bayonetas puestas a su servicio y de inescrupulosos nuevos ricos y no pocos taimados y astutos adinerados de siempre. Nos volvimos uno de los más tristes y deplorables despojos de la región, y del planeta. Costó más de dos décadas esa labor de demolición. No se la detallo porque usted la vive cada día y cada noche, si no es de la nueva y minoritaria clase de vivianes y sicarios.
Debe ser un obstáculo importante para los reaccionarios o extraviados “científicos” sociales empeñados en dar con la identidad común, nacional (y eterna, étnica) las distancias kilométricas entre estos dos venezolanos, separados por un pequeño tiempo histórico. A objeto de alimentar cantos épicos y patrioteros a los hijos de Guaicaipuro y de Bolívar; o propugnar maneras de gobernar populistas (me gusta más fascistoides); o de vender una pasta dental estelar o el nuevo teléfono de hoy más inteligente que el de ayer. Allá ellos.
Yo, más modestamente, solo quiero subrayar que en el humor circulante parece que el venezolano arrogante en el extranjero (Miami, a la cabeza siempre) de no hace tanto suele ser objeto de humoradas incómodas: hasta que modula el acento para que no lo confundan ahora con nuestro gentilicio y ello le cause algún problema burocrático o a una mirada compasiva o irónica. Triste, muy triste.
Porque además hemos llegado a una etapa en que pasa el tiempo de considerar a los sometidos y a los que han dejado su país como mártires del despotismo, estabilizada la tiranía y sosegada la oposición, la causa es sustituida en la opinión por otra más caliente y distinta. Los medios son los que manejan el ruido y el silencio, y necesitan por naturaleza novedad, noticias, presente y futuro. Y el tópico envejecido se troca en aburrimiento y desdén en el mejor de los casos, hasta en xenofobia que puede ser furibunda y dramática cuando numéricamente los migrantes compiten por el trabajo o el hábitat y otros bienes terrenales con los nativos.
En el caso venezolano es curioso. Por lo inverosímil, pasar de ser el país con más reservas petroleras de la Tierra a estar en la cola de la desgracia humana con sufridos haitianos y africanos es de primera plana. Y el entorno internacional que lo apoyó y la intensidad con que lo hizo nada común, ahora cada vez más complejo y aminorado. Además de las excentricidades y primitivismo y crueldades de los nuevos empoderados son antológicos, de coger palco. Y mira que tuvo espacios informativos. Pero también hay que decir que la oposición no fue nunca demasiado trepidante. El golpe fallido de abril, el final reñido de Capriles y Maduro, Guaidó nombrado presidente… y no mucho más fueron flor de un día. Y no hablemos de las burradas. Y de un tiempo largo para acá silencio y más silencio, apenas la solitaria voz de Guaidó y las suposiciones sobre qué andan tramando los partidarios del voto. Los ciudadanos, salvo excepciones, en lo suyo, sobrevivir o tratar de engordar.
Quiero concluir que salvo algún milagro noruego estamos pasando a ser espectáculo de segunda. O tercera. Para satisfacción de los que quieren la paz sepulcral y tragedia para las grandes mayorías.
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