Publicado en: Tal Cual
Por: Carolina Espada
(“De cómo un productor resabiado ilustró a un escritor iluso”)
—¿¡Pero y en dónde están los muertos?!
—No hay muertos…
—¿¡Cómo que no hay muertos?!
—No hay…
—O sea: ¿¡tú pretendes que yo te produzca una serie policial –full acción– sin muertos, ni heridos, ni estaponados contra la pared y sin ni siquiera uno al que, por zoquete, le clavaron la punta de un lápiz en la barriga cuando iba pasando desprevenido?!
—Sí…
—¿¡Y entonces cómo hago yo para vender champú anticaspa?!
—¿Champú?
—¡Anticaspa! ¡Y cuentas bancarias y mayonesa y clases de inglés y hojillas de afeitar! ¡Yo necesito violencia y este asunto que tú escribiste está muy… muy duerme-culebras… muy “cultural”.
—Es que yo tengo una propuesta estética vanguardista y pretendo cumplir con los tres fines de la televisión: informar, educar y entretener.
—Pues usted como que se peló de canal, poeta…
—¿Me pelé?
—Esto es un canal comercial. ¿Tú quieres informar? Métete a periodista. ¿Tú quieres educar? Ponte a dar clases en la escuelita rural de San Rafael de Zurpe. ¿Tú quieres escribir televisión? Entonces grábate esto: “chou”, “bisnes”, 100% entretenimiento, full espectáculo y full diversión.
—Pero…
—¡Estamos en un circo, papá! ¡El circo del sentimiento! ¡El maratón de la emoción! Agarras a la gente y la sacudes: que sufra, llore, palpite, tiemble, ría, grite, ame y odie. ¡Que todos esos televidentes, aunque estén aplatanados en un sofá, se den cuenta de que están vivos! ¡Pero para eso tú me tienes que dar “S.S.”! ¡Sangre y Sexo! ¡Litros de sangre chorreando por toda la programación! ¡Sexus interruptus entre propaganda y cuña!
—Interruptus…
—Tú eres el que lee libros aquí, ¿¡no?! ¿¡Entonces dime en dónde estaría Hamlet si no le hubieran matado al padre?! ¿¡Y el bolsa de Otello con el pañuelito y la catira?! ¿¡Y el infeliz de Edipo que se arrancó los ojos por culpa de la broma que le echó a la madre?! ¿¡Y dónde me dejas a los taraditos de Verona que se suicidaron por un error de “timing”?! Yo no habré leído nada de eso, pero a mí me lo contaron y lo quiero igualito, pero en vez de papel, pantalla. Así que agarras tu serie y tu propuesta y te me pones full creatividad y, para empezar, me violas a la muchacha en el ascensor; después me colocas una bomba en el estadio; me destrozas unos cuantos carros en la persecución; me matas a diez de los que están en el bar y me traes eso el jueves.
El escritor, panoli y confundido, se refugió en la Internet. En segundos consiguió 57.630 documentos relativos a la violencia; 481 trataban el tema de la virulencia televisiva específicamente. Empezó con lo del “Australian Institute of Criminology” escrito por Melanie Brown (¿y esa no era una de las “Spice Girls”?) y terminó con lo redactado por Susan Alter para “Law and Goverment Division”. Se enteró de que, desde 1952, el temita se está discutiendo en el Congreso de los Estados Unidos y nadie se termina de poner de acuerdo en cómo afecta al individuo todo el sangrero que sale en la tele. Por su parte, George Gerbner, un especialista en mass-media, aportó la siguiente definición: “Violencia es el acto de lesionar o matar a alguien, o la amenaza de lesionar o matar a alguien”; mientras que el profesor Leonard Eron afirma –aunque se lo discutan– que el salvajismo televisivo es una de las causas del comportamiento arrebatado, el crimen y la intemperancia en la sociedad.
La mayoría de los investigadores jura por un puño de cruces que hay una relación entre la ira desatada en la t.v. y la bestialidad en la sociedad, pero aún no hay ninguna prueba de que una cause la otra.
Aseguran que la crueldad de la cajita boba sí tiene tres efectos negativos: 1. Refuerza las actitudes y las conductas agresivas. 2. Desensibiliza al espectador (quien, ante tanta barbaridad desmedida, pierde la perspectiva de la violencia real). 3. Hace que aumente el miedo ante el crimen (y uno se ponga autoprotector y muy desconfiado). Y lo más importante: los que están en riesgo continuo son los niños que –por no saber distinguir entre fantasía y realidad– necesitan de la guía, el consejo y la supervisión de sus padres a la hora de ver televisión.
Leyó mucho, entendió poco y no tenía más tiempo: había llegado la hora de corregir –de violentar- su serie policial.
“A ver: una violación, una bomba, un choque aparatoso y diez asesinatos”.
***
ESCENA 1. INT. JEFATURA DE POLICIA * DIA
El comisario Guzmán está cargando su arma. Escucha un alarido proveniente del ascensor.
GRITO DE MUJER EN OFF:
¡No… no… no….!
CORTE A:
Máxima tensión.
ESCENA 2. EXT. INTERIOR DEL ASCENSOR * DIA
Un hombre ciego de deseo y ardor le está arrancando la ropa a una muchacha muy honesta y muy honrada, pero terriblemente voluptuosa y en minifalda, por lo tanto es su culpa.
MUCHACHA:(DESESPERADA)
¡¡¡No, nooo!!!…
COMERCIALES.
***
El escritor cándido tomó té de jengibre, menta y limón para las náuseas; se cortó venas y siguió libreteando… hasta donde pudo.
Lea también: «Licencia para morir«, de Carolina Espada