Por: Claudio Nazoa
Me ha costado escribir este artículo sobre lo que considero el intento de destruir el diario El Nacional, mi patrimonio y el de todos los venezolanos.
Como columnista, he trabajado 28 años de los 75 que lleva en existencia el diario El Nacional. Y hoy, por primera vez desde el día de mi nacimiento, me enfrento al hecho de que El Nacional impreso ya no existe. Digo desde mi nacimiento porque el día en el que vi luz, estoy seguro de que mi padre, Aquiles Nazoa, leía nervioso ese diario.
Todos los días y hasta el sol de hoy, El Nacional ha sido mi compañero de vida. Con tristeza, casi percibo el alma de Miguel Otero Silva, fundador de este diario, observando impotente como se detienen las rotativas por falta del papel negado por los bichos. En Venezuela, la libertad de prensa nuevamente está de duelo.
Qué difícil amanecer sin el agradable sonido del periódico deslizándose bajo la puerta de mi casa. Entre dormido y despierto, siempre parecía decir:
-¡Buenos días, señor Nazoa! Son las seis de la mañana. Soy El Nacional. Ya llegué.
El día en que eso no pasaba, faltaba algo. Parece increíble pero realmente faltaba algo. Si no estaba El Nacional dándome los buenos días por debajo de la puerta, la mañana ya no era igual.
-¿Qué raro que no ha llegado el periódico?… ¿habrá pasado algo que aún no han traído El Nacional?
Parece insólito o exagerado, pero la mañana no arrancaba sin nuestro amigo impreso. Sin embargo, si el motivo era que el repartidor estaba enfermo, yo le daba la vuelta a la cosa y lo solucionaba: iba al quiosco de Juan Carlos y lo apuraba para que me cobrara El Nacional y me lo entregará rapidito y así disfrutarlo con un buen café.
Cuando estaba fuera del país, qué alegría sentía al subir en el avión de regreso a Venezuela y encontrarme un ejemplar de El Nacional, que algún buen lector había olvidado o quizás, había dejado adrede en uno de los bolsillos de la butaca de pasajeros para compartir, de manera anónima, cómplice y generosa, con alguien más. No importaba si era una edición vieja o si estaba arrugado o incompleto. No. Era como si a través de sus artículos, crónicas e información, me reencontrara con un pedazo de sentimiento que me une a Venezuela. Leía y disfrutaba con avidez hasta la última letra y sentía que mi avión ya había aterrizado. Que yo caminaba sobre los agitados colores del cinético pasillo del aeropuerto de Maiquetía, obra del maestro y amigo Carlos Cruz Diez, mientras que mi otro buen amigo, El Nacional, me ponía al día permitiéndome leer las cosas que ocurrieron cuando no estaba. Seguramente esto les pasó a muchos lectores.
¿Entienden ahora lo difícil que es hoy escribir en mi Nacional que ya no hace ningún ruido al deslizarse a las seis de la mañana por debajo de la puerta en ninguna casa?
¿Entienden ahora lo difícil que es hoy escribir en mi Nacional este artículo que nunca olerá a tinta ni a papel periódico, que no sabrá jamás lo que es la velocidad de una rotativa y que nunca sentirá lo que es estar, como papel impreso, entre las manos de un ávido lector?
Es difícil. Muy difícil escribir hoy y no ver a nadie en la cafetería que frecuento, con El Nacional en la mano, diciéndome:
-Claudio… ¡estoy leyendo tu vaina!
Difícil, horrible, triste, injusto, inexplicable, sin razón. ¡Qué arrechera! ¿Por qué?… estas son las situaciones y sentimientos que hoy abruman a los venezolanos fuera y dentro del país en donde una vez más, la brutalidad inculta y cobarde comete un atropello de esta magnitud.
Me niego a acostumbrarme a la incivilidad, a lo absurdo, a los intentos de callar el pensamiento libre de la gente. Me niego a sentirme limitado y amordazar ideas e ideales de un país que grita democracia y libertad de medios de comunicación. Me niego a que un gobierno déspota siga cerrando y censurando radios, televisoras y medios impresos en un intento por silenciar la verdad.
Escribo, a pesar de las adversidades, en beneficio del derecho humano de vivir en democracia y no en el reinado de la selva en donde quien te golpea con un mazo primitivo o quien más rebuzna y más patea, sean quienes mandan.
Me niego, simplemente, a aceptar vivir en una selva comunista sin ley. Me niego a que me dobleguen por amenazas o por hambre. Lo bueno existe. Lo conocemos y hacia allá tenemos que dirigir nuestro norte para reconquistar lo que teníamos. Imperfecto, sí, pero era nuestro y libre.
Nuestro norte siempre será construir algo mejor a lo que teníamos. No lo hagamos como beneficio personal. No. Hagámoslo por nuestros hijos y nuestros nietos, por esta patria bella que tanto nos ha dado y que por eso hoy, desconsolados, lloramos con rabia al ver cómo estos comunistas destructores la desmiembran en aras de la estupidez y la locura.
Soy optimista. Es raro que siga teniendo sentimientos optimistas, pero sé que sólo desde allí podremos cambiar las cosas malas que nos rodean. No se vale rendirse. No se vale el pesimismo. La lucha es ahora. Haciendo bien lo que creemos que mejor sabemos hacer.
En fin, aquí está Venezuela, esperándonos, a la expectativa. Consciente de que aunque la maldad a veces parece larga, es, por paradójico que sea, efímera y antagónica al ser humano. No callemos jamás. Recuerden que los malos tienen más miedo que los buenos.
¿Alguien podría decir que Cristo, por haber sido crucificado, fue derrotado? No. Así ocurre con El Nacional. Mírelo allí, a su lado está. En el amanecer que ve desde su casa, en la cafetería donde se reúne con amigos, en la escuela donde los niños estudian y juegan, en la universidad donde los jóvenes luchan y sueñan, en los ratos libres de nuestro trabajo, en la web donde, como sombra de un periódico disfrazado de tecnología, podrá leerlo a diario esperando paciente su pronta resurrección en tinta y papel.
No lo dude, con usted siempre estará mi Nacional, su Nacional. Por ahora, El Nacional impreso está dormido, descansa, se recupera, inverna… pero pronto, muy pronto resucitará y nos despertará de veinte años de destructivo letargo, pero esta vez no lo hará silencioso. No. Lo hará gritando desde los confines de sus entrañas de tinta, con un titular enorme donde, en negritas y mayúsculas, se podrá leer:
¡REGRESÓ LA DEMOCRACIA A VENEZUELA!