Publicado en: Hispano Post
Por: Blanca Vera Azaf
Mientras escribo estas líneas, en el televisor aparece la imagen del capitán Diosdado Cabello caminando dentro de una multitud de adeptos en algún lugar del centro de Caracas. Al lado, hay una computadora que me permite observar a través de Internet al presidente interino, Juan Guaidó. El primero se refiere al ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, como “un hombre integral”. El segundo, hace un llamado a un paro escalonado como estrategia para avanzar hacia el fin de la usurpación de Nicolás Maduro. Cabello le habla al mundo militar, Guaidó al mundo civil.
Lo anterior es solo un ejemplo tomado al azar para tratar de explicar lo que en mi opinión es la desconexión total entre el mundo de los civiles y el mundo de los militares. Una diferencia que, a lo largo del tiempo, no ha podido encajar en el entendimiento de que todos somos ciudadanos venezolanos y que se hace muy evidente en las percepciones, en el lenguaje y en los hechos de cada día.
No es mi intención hacer una reflexión sobre la responsabilidad de Hugo Chávez en su ejercicio del poder y sus consecuencias; más bien trato de analizar cómo aún hoy en día tenemos problemas para entendernos unos con otros, para vernos como rivales, para irrespetarnos mutuamente e incluso para utilizarnos dentro de un macabro discurso político de lado y lado.
Un pequeño grupo del alto mando militar por años se ha beneficiado de privilegios e incluso ha asumido roles que no le corresponden, como los grandes negocios con la distribución de alimentos. Por otro lado, algunos dirigentes políticos y civiles han llamado a toda la Fuerza Armada cobarde y entreguista, asumiendo mayor estatura moral para emitir tal juicio.
Hoy Venezuela afronta la mayor crisis económica de su historia. Todos sus ciudadanos han sido igualados por la pobreza, la carestía. Ya no se trata de productos que no hay, se trata de que no se pueden comprar. Y ha sido precisamente ese elemento el que ha unificado un criterio dentro de todos, que no es otro que la necesidad de un cambio. Vivimos la desesperanza económica.
Comprender los hechos del 30 de abril pasa por entender que hay un descontento generalizado, pero que el lenguaje y la acción hacia los militares por parte de los civiles ha sido errado. En el clímax de una situación de tensión fueron pocos los que entendieron que las declaraciones de altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos, insinuando acciones bélicas no caen bien en el mundo militar. La realidad de Venezuela y su Fuerza Armada no es la misma que la de otros países de América Latina, la idiosincrasia de los uniformados es diferente.
Pero que tampoco se crea que dentro del mundo civil las declaraciones del ministro Padrino López -condenando a los militares que se unieron a las acciones guiadas por el presidente interino, Juan Guaidó, despiertan simpatía. La gente sencillamente se pregunta qué sucede en el alto mando militar que no se da cuenta que todos como ciudadanos estamos viviendo una tragedia económica que está matando a nuestros niños.
Para muchos civiles el plantear una Ley de Amnistía es más que suficiente para que los militares apoyen una salida democrática a la usurpación. Sin embargo, sepa usted que la mayoría de la Fuerza Armada no ha ejercido cargos de poder y vive la crisis económica igual que cualquier civil. Entonces, ¿de qué se le culpa? ¿Cuál es su delito?
De igual modo, ese mundo militar tiende a ver con superioridad moral a los políticos y ciudadanos que han dejado el alma en las calles y que han intentado por todas las vías que haya un cambio democrático en el país. Llamarlos entonces golpistas es una difamación, una afrenta a la voluntad de una gran parte del pueblo.
Solo la creación de un espacio de entendimiento y respeto podrá hacer posible que esta Torre de Babel, donde nadie se entiende, pueda derrumbarse. Solo una negociación impulsada desde el mundo civil y apoyada por los militares puede hacer que Venezuela resucite, porque justo en este momento está ardiendo en el Hades.