Por: Jean Maninat
Rafael Correa y Evo Morales se resisten a partir, a recluirse cada uno en sus habitaciones y dedicarse a escribir (bueno, habladas también se vale) sus memorias, reunir a la prole al calor de unas jugosas Moules-Frites belgas o una terrenal Pachamanca andina, en fin quedarse en guerra consigo mismos y abrirle paso a lo que viene en paz. Pero no, como fantasmas que acechan el mundo de los vivientes, de lo nuevo que se abre paso a duras y esperanzadas penas, quieren retornar al poder, pues en sus retorcidos egos conciben que solo ellos están destinados a cuidar de su pueblo, como padres amorosos, dispuestos incluso a devorar a sus hijos en el empeño.
Ambos llegaron al Gobierno de su país con la Marea Rosa que bañó el continente suramericano de gobiernos progresistas, populistas de izquierda y autoritarios socializantes. En algún momento se les quiso rotular como socialismo del siglo XXI, pero luego del deceso de la máxima estrella galáctica, cada uno se aferró a su espacio propio en el firmamento de una izquierda cada vez más escorada hacia el populismo y el personalismo autoritario. ¡La revolución y el cambio soy yo !
Como corresponde al talante autoritario que pronto había prendido en ambos, quisieron convertir a los partidos políticos que crearon en sus franquicias personales y a sus militantes en agradecidos y uniformados empleados. Morales en Bolivia intentó forzar su reelección indefinida -lo consideraba un derecho humano- y aun los oxidados rieles institucionales chirriaron hasta crear una crisis política que lo aventó a un breve exilio VIP en México y un regreso a casa cobijado por su partido político, MAS, cuya gente sí se había quedado a dar la cara que el hurtó entre chilaquiles y flautas. Nombró a Luis Arce como su sucesor, pero el muchacho le salió respondón, se quitó el uniforme de empleado de la franquicia Evo´s Pachamanca tan pronto ganó las elecciones presidenciales en 2020.
El altanero Correa, con fama de madrear a sus compañeros-empleados de partido, supuso que al nombrar a Lenin Moreno como candidato a las elecciones presidenciales de 2017 se aseguraba a un presidente dócil, una marioneta en sus manos para seguir mandando no como poder detrás del trono, más bien vía teleconferencia intravenosa desde Bruselas. Ah, pero el muchacho le salió respondón y tan pronto ganó las elecciones presidenciales se quitó el uniforme de Chez Correa Moules-Frites y mandó al exilio a su antiguo empleador. Desde allá, no ha hecho otra cosa que clamar venganza y retorcerse con los ojos desorbitados y la boca espumando insultos.
Morales, quien ya anunció que quiere regresar al Palacio Quemado en La Paz, para seguir mandando hasta el fin de los tiempos, ya retomó el proceso de demolición del Gobierno del presidente Arce, dividió al MAS (al fin y al cabo es su franquicia) y se prepara para sumir a Bolivia en un período de zozobra política cuyo desborde, calcula, lo favorecerá en su delirio de ser el heredero de la deidad de la tierra.
Correa, quien ya se veía desempacando en un ala del Palacio de Carondelet en Quito, recibió el chasco de que su mejor empleada, Luisa González, fuese derrotada por un joven empresario, Daniel Noboa, de vieja estirpe empresarial, sin asomo de duda alguna. Por supuesto, ya ha amenazado con seguir intentándolo, regresar a mandar, así sea desde el cuarto de visitas.
Moules-Frites y Pachamanca, dos bribones de postín…