Por: Carlos Raúl Hernández
Hay que avanzar hacia las parlamentarias sin mirar a los lados
Parte de las clases alta y media, semiintelectuales aficionados, managers de tribuna, consideran la política un oficio vil, sin calificación específica, digna de buenos para nada. En el triste pasado cuando las elites suicidaron la democracia, se habló de que debía gobernar «un gerente» en vez de esos infelices, pero cuando le tocó, duró 24 horas. Esos grupos con toda superficialidad le adjudican a los políticos y los partidos las miserias de la condición humana. Señores y señoras que ponen cuernos, mecánicos que cobran repuestos sin cambiarlos, empresarios que viven del gobierno, profesores y estudiantes que no trabajan ni estudian, dicen que «la política es sucia». Hay múltiples razones para esta ojeriza, entre otras que los políticos, a diferencia de los ciudadanos en general que disfrutan de la privacidad de sus vicios, están sometidos al escrutinio y sus defectos son de conocimiento público. Pero hay otra de fondo. Un trabajo de hace un tiempo sobre la teleaudiencia en EEUU, decía que cuando aparece un líder en pantalla, jefes de familia de grupos educados y altos sienten competida su autoridad frente al grupo y tienden a descalificarlo.
Entonces se oye: «¡¡ese es un ladrón, un ignorante!!». Isaiah Berlin es uno de los pocos pensadores teóricos que entendió en profundidad la contradictoria substancia de la política, la reina de la acción humana muy por encima de todas las demás. Para explicar su naturaleza, pone este ejemplo: por razones de vida o muerte alguien tiene que atravesar con un autobús un río furioso y el puente está a punto de ceder. Un ingeniero hará cálculos sobre el empuje de la masa de agua y la resistencia de los materiales. Los encuestadores enviarán unos muchachos de la oficina a contar cuántas personas creen que deben pasar y cuántas no, y que se haga lo que diga la mayoría. Un politólogo aplicará la teoría de toma de decisiones para saber el mejor modo de resolver.
Se cae el puente… ¿Qué hago?
Mientras, el puente se derrumba. Pero alguien había evaluado rápidamente los peligros y las posibilidades, hizo la estimación general, decidió arriesgarse y pasó. Ese es un gran dirigente. Se distinguen de los aventureros irresponsables porque los «buenos» líderes aciertan más que se equivocan y cuidan la integridad de sus fuerzas, con ayuda de una diosa esquiva, la Fortuna. Churchill chanceaba que el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Los políticos menores ocasionan grandes daños, tragedias, matanzas, fracasos. Siembran el camino de oportunismo, mentiras y «viveza», o se quedan en él sin asumir responsabilidad. La diferencia irreconciliable entre la tarea del político y la del científico la establece Weber y es la misma que hay entre un boxeador y un crítico de boxeo, entre el campeón mundial peso pesado Vladimir Klichtsko, y el inmortal manager y representante Don King.
A King nunca se le ocurrió ni se le hubiera ocurrido subirse al ring, pese a saber más que nadie de boxeo. Y más allá, el público siempre tiene ideas geniales sobre lo que deben hacer entre las cuerdas: «¡en el hígado!», «¡búscale la ceja!», «¡túmbale los brazos!» (algunas muy escuetas: «¡mátalo!»). Y desdichado del boxeador o entrenador que les preste atención y abandone su estrategia. Al final no importan los vítores a lo largo de los quince rounds, sino ganar la pelea. Eso recuperará el amor de los fanáticos, como hizo Cassius Clay en el combate de Suráfrica a partir del octavo asalto o Dicky Eklund, el que tumbó a Sugar Robinson según cuenta la película El boxeador.
Sensación y sentimiento
Hay una diferencia abismal, además, entre la «lógica ciudadana» y la «lógica política». La primera es emocional, episódica, pugnaz, sentimental y moralista. Al contrario, la segunda es racional, estratégica, negociadora y pragmática. Los políticos deben decidir sin pasión lo que conviene, conjeturar las consecuencias, prefieren acuerdos en vez de conflictos, -como prescribía Tzun Tzu-, y hacen a veces lo que escandaliza la moral convencional. Se escribió que el comando aliado en la Segunda Guerra engañó a sus mujeres agentes en Francia. Les informó que la invasión sería por Calais, ¡y luego propiciaron que algunas cayeran en manos de los nazis! Como se sabía que las mujeres preferían morir en la tortura que delatar, cuando algunas gritaban «¡Calais!», en espeluznantes suplicios, la Gestapo se convencía que la invasión sería por ahí. Así engañaron a los nazis.
Hay que dirigir lo más importante del esfuerzo hacia ese amplio desprendimiento chavista que no se deja ganar por la alternativa. En situaciones parecidas de deterioro y miseria, Chamorro, Havel, Walesa, Yeltsin y otros triunfaron primero al crear optimismo y emoción sobre el futuro. Hay que avanzar hacia las parlamentarias sin mirar a los lados. Un mensaje suicida se trasmite si grupos de la MUD dicen que la cosa está muy fea para hablar de elecciones -ojalá Maduro y Padrino no compren la idea. Eso explica por qué el proceso está paralizado. Algunos siguen con la estratagema de buscar salidas sustitutas de las parlamentarias, para que los partidos no sean los protagonistas del cambio, sino personalidades escogidas por eventuales militares golpistas.
@CarlosRaulHer