Publicado en: El Universal
Desde hace varias décadas los adversarios de la sociedad abierta cargan un nuevo muñeco de bruja para alfiletearla y menoscabar sus soportes, amenaza grave porque la ligan a justos intereses de grupos sociales, para contrabandear en un doble fondo. El neoliberalismo. Hasta los ochenta privaba la visión económica trivial de los colectivismos nacidos de Marx, y trámite esencial de las revoluciones era expropiar a la “burguesía”.
En las versiones reformistas, el Estado la mantendría bajo asedio para lograr el bien público con simples pasos: los precios suben porque el gobierno no los congela, la moneda se devalúa porque no se controla el cambio, los salarios están bajos porque no decretan subirlos. Los ricos roban a los pobres la plusvalía y deben devolverla en impuestos. Si los afectados se quejan, hay que cerrarles la boca.
Punición y no equilibrio en la política económica colectivista e ingenua, porque si dependiera de esas decisiones, no existirían en el mundo salarios bajos, ni devaluaciones ni inflaciones (las mayores en el siglo XXI han sido en Venezuela con controles). El Estado representaba el bien y la justicia en lógica hegeliano marxista, mientras la sociedad era perversa. Pero en los 80 el colectivismo estatal, ya podrido, entró en barrena.
Bajo la herencia de Roosevelt, EEUU había dejado de ser la potencia ascendente Pensadores como Paul Kennedy, apresuraron declarar su decadencia definitiva frente al milagro económico japonés y el avance militar de la URSS que ya controlaba geopolíticamente la mitad del mundo y avanzaba. En el gobierno de Jimmy Carter hubo recesión, el desempleo pasó de 15%, y la inflación de 14. Se acuñó el término stagflation, estancamiento con inflación.
Regreso al sentido común
Después de la oleada de nacionalizaciones e intervencionismo, la producción europea estaba en ruinas. El franco francés costaba 0.75 de bolívar (un sexto de dólar), por ejemplo, y cualquier turista pelagatos podía comer en la Tour d´argent. Los europeos migraban masivamente a nichos de progreso como Venezuela. Se desintegraba África luego de la locura de surrealistas caudillos revolucionarios, mientras China y otros países asiáticos registraban récords de pobreza universal.
Latinoamérica bajo el intervencionismo colapsó en los 80 con hiperinflación, hiperdevaluación, escasez y miseria extremas, parálisis económica y finalmente crisis de la deuda. Casi quebró al sistema financiero internacional, con lo que la humanidad hubiera retrocedido al siglo XVIII, desiderátum para economistas de la estirpe de Joseph Stiglitz. La arboladura material del socialismo se derrumbó, aunque sus raíces siguen vivas.
En el incendio reaparece el FMI. Había sido esencial para superar la ruina europea después de la Segunda Guerra y su primer macrocrédito lo recibió Inglaterra. El FMI es el regreso al sentido común para manejar la macroeconomía con los mismos criterios que la economía familiar. El Estado no puede gastar más de lo que le ingresa, importar más de lo que exporta, ni endeudarse por encima de la productividad y debe salir de propiedades que generan pérdidas y no riqueza.
Y desde sus escombros el colectivismo izquierdoso, para ocultar su caos, inventó que la tragedia universal era culpa del FMI y su neoliberalismo. Cómodamente culparon a los bomberos de los estragos del incendio. Así no rindieron cuentas, echaron la culpa al nuevo muñeco de bruja y se hicieron los finlandeses frente al plan “neoliberal”, de Deng Xiaoping, el más importante y precoz, que puso China donde está hoy.
Double play: neoliberales islamófobos
La “crisis del capitalismo” no acabó con las sociedades abiertas, y salieron de la tormenta en manos de Reagan, Deng, Tatcher, Felipe González, Mitterrand, Lagos, Gorbachov, Salinas de Gortari, Fernando Cardoso, Carlos Andrés Pérez, Sánchez de Losada, aunque hubo regresiones que frustraron los avances. Desde entonces académicos ideológicos, ingenuos, opinadores aficionados que diserten sobre defectos reales o imaginarias de la vida humana, deben atribuirlas al muñeco de bruja.
Chávez y sus secuaces lo utilizaron a fondo, junto a la promesa utópica, en la resurrección del colectivismo para desangrar la democracia y cumplir el destino de toda revolución: arrasar lo que consigue a su paso. Venezuela es el ejemplo trágico por excelencia. Pérez emprendió la reforma económica y comenzó a crecer a la misma tasa de China.
Se aliaron los antineoliberales de izquierda y derecha, y pusieron a Caldera a acabar con el cambio, quien luego se arrepintió para reintentarlo en una versión pirata y agujereada. En España Zapatero se lanzó al manirrotismo desenfrenado y destruyó lo hecho por González y Aznar, para crear la crisis de 2008. Rajoy endereza la economía pero hoy a España la amenaza el anacronismo, el llamado izquierdismo cultural, esta vez contra la voluntad de la mayoría de los españoles.
Se trata de una excrecencia anacrónica, el diferencialismo, ideología del resentimiento, autocontradictoria, deshilachada, que justifica crímenes a nombre de diferencias religiosas, étnicas o “de género”. Si a alguien le sale un forúnculo o una arruga, es por el neoliberalismo, el etnocentrismo y el patriarcalismo, pero hacen silencio si la barbarie musulmana golpea a las mujeres, las envuelve como tamales o no las deja estudiar. y quien critica es un “islamófobo” neoliberal.
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