Publicado en: El Nacional
Por: Carolina Espada
A mi Profesor Alexis Márquez Rodríguez
In memoriam
Duélale a quien le duela, lo cierto es que desde unos años para acá estamos hablando supremamente mal. Cada vez peor. Hoy en día es posible oír a alguien exclamando: “¡No digas que por culpa de Mipersona es que tú estás gorda, yo no te obligo a aperturar tu bocota para accesar a dos empanadas seguidas!”.
Pero antes de detenernos y espantarnos con cualquier reaperturación o reaperturamiento accesable es necesario que nos detengamos en “Mipersona”. Mipersona: Más que ser “el nominativo del pronombre personal de primera persona en género masculino o femenino y número singular en sustitución del tan honesto Yo” es una tamaña cursilería. Tal afectación muchos la oímos por primera en unas interpelaciones funestas en la Asamblea Nacional. Unos señores muy serios transpiraban al declarar: “En ese momento Mipersona recibió una orden para sacar los tanques”; “Sería una ofensa a Mipersona que se afirmara que Mipersona formaba parte de un plan desestabilizador”; “Porque Mipersona tiene sus principios y su dignidad”. Un vocablo faralao y raboecochino que en poco tiempo se puso de moda. Pero ya teníamos antecedentes del uso de la tercera persona del singular, y eso se lo debemos al periodismo de farándula y al Miss Venezuela. Una reportera le preguntó a una candidata: “¿Y qué piensa hacer Alicia Machado si es coronada como la máxima belleza de nuestro país?”. Y ella respondió como si fuera otra: “Alicia Machado dará muuucho de qué hablar”. Y así fue, pero nunca apeló al Mipersona. Hasta allá no le llegó la ridiculez. Tal vez eso de Mipersona sea una traducción de la voz inglesa Myself (uno mismo), pero lo más probable es que no. Ahora bien, eso de florearse, y estallar en una nube de polen, y decir que a Mipersona le encantaría que Tupersona pasara por aquí para darle un besito; o dejar grabado en una contestadora que si Supersona es tan gentil y le devuelve la llamada a Mipersona a la brevedad posible… eso no debe interpretarse como refinamiento y manierismo lingüístico, sino como soberana mamarrachada (otra más). Tan fácil y sobrio que es decir: “Yo”. “Yo recibí esa orden”; “Yo conspiré”; “Yo tengo mis principios” y “Yo voy a dar muuucho”. Pero es que es posible ir aún más allá: se pueden suprimir tantos yoyos y decir: recibí esa orden, conspiré, tengo principios, voy a dar. Una elegancia que raya en lo frûfrü.
Retomemos el hilo inicial: si usamos el verbo “aperturar’, que viene trastabillando del sustantivo “apertura”, podríamos muy bien apelar a “cerradura” e inventar: “cerradurar”. “Yo vine a cerradurar mi cuenta en este banco”. De “accesar”… mejor no comentar nada, pues a uno siempre le da como un acceso de algo, de hipo, de horror.
La señorita de la tarjeta de crédito nos asegura:
—No se preocupe, que como fue un error del sistema, los cargos le serán reversados.
—¡No! ¡No me los pueden reversar!
—Sí se puede…
—No, porque “reversar” significa: 1. Vomitar lo que se tiene en el estómago. 2. Repetir o venir a la boca el sabor de la comida. Ustedes lo que tienen es que revertir, revertirme ese dinero. O, más fácil, devolvérmelo. ¡No me lo vayan a reversar, por favor!
Entonces apareció un señor ahí en televisión diciendo “disulidar”, y la gente se rio y se enganchó en una burlita sostenida. Muy mal hecho, porque a cualquiera le puede sobrevenir un ataque de dislexia lingüística y quedarse atorado en una palabrita de por vida: “disuli-disuli-disuli…”. Y uno va a otro banco y le dice a la gerente: “Tengo un problemita con mi estado de cuenta; aquí hay un misterio que necesito que me ayude a disulidar”. ¡Ay! ¡No fue a propósito! ¡No fue con ánimo de chiste! ¡Se le salió la palabreja como resbaladita, porque ya el neologismo disléxico se le grabó en el disco duro y en la base de datos! Y lo peor es que la ejecutiva no se dio cuenta del gazapo y ahí mismo está disulidando el enigma! Y uno, verde, mordiéndose el labio inferior y diciéndose: “Más nunca voy a decir di-LU-ci-dar. Para algo están los sinónimos: esclarecer, desentrañar, resolver, interpretar”.
Y entrevistan a un abogado en un programa de opinión y el doctor habla de la esplenditud de ciertas fundaciones benéficas. Y uno sabe a lo que se refiere, pero empieza a murmurar: “Esplenditud… esplenditud… así no es… esplendicidad, tampoco… ¿esplendidez?”. Y lo malo es que uno comprende que le hablan de una actitud espléndida, sólo que con la palabra equivocada. Es grave: uno entiende que está mal dicho, pero sabe a lo que se refiere y, aunque lo maten, no recuerda el término apropiado. Gravísima esta comprensión a los trompicones.
Pero lo peor está por venir. Como se oye tanto disparate, tanta gente que no sabe hablar (y que cuando ve un micrófono corre a rendir declaraciones di-vi-na-men-te y sin ningún pudor, ni competencia, ni instrucción), ya uno está alerta, a la defensiva y dudando. Informa un ingeniero por la radio: “Tuvimos un ímpase: un deslizamiento del terreno ocurrió en horas de la noche”… y uno no se percata del “ímpase” (hace tiempo que se le olvidó que es “impasse”), pero puja cual catedrático de la lengua española: “¡Újjjm! ¿Deslizamiento?”… y comienza a hacer el inventario: “¿Deslización, delicidad, dheslísss?” Y como ya no sabe, acude al diccionario: “deslizamiento” era lo correcto (y uno se siente fatal).
Aquí habrá que conseguir a mejores oradores o habrá que leer literatura de la buena. De lo contrario cada vez vamos a hablar peor y, lo más triste, pese a todo nos vamos seguir entendiendo. La entendización de un pueblo venido a menos. Menismizado. La entendidura del menismisamiento en una oralización colectivada de alta vergüencitud.
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