Si algo resulta particularmente molesto de algunos es la soberbia que parece ser el principal ingrediente de sus opiniones. Si a ver vamos, en Venezuela y sobre Venezuela no hay ni un solo ser humano que no haya pelado el boche. Hasta los más genios y sabidos se han equivocado más de una vez y los pitonisos de oficio han caído, con todo y callos, por el despeñaperros de los desaciertos. También los supuestamente bien dateados han interpretado mal el rumor de los vientos y suspiros. En este juego todos hemos comido strikes. Así que el «yo lo dije» sobra… y estorba. Lo que no suma, resta.
Nadie sabe hoy qué nos depara el futuro. Aquí estamos todos bailando en un tusero. Los que hoy creen que tienen agarrado a Dios por la chiva, bien pueden quedarse con los pelos en la mano. Así que bueno es que dejen de contar los pollitos antes de que nazcan. Que aquí nada hay esculpido en piedra. Nadie está en situación de declarar a lecos que la tiene mango bajito. Que los mangos están altos y verdes, bien altos, bien verdes.
Dudar es buen ejercicio para la musculatura del intelecto. Poner en remojo la intransigencia permite reconsiderar estrategias y tácticas. Los más grandes y hábiles de la historia universal, frente a encrucijadas, hicieron un alto para repensar, para hacerse preguntas nuevas. Que aunque parezca que todo sigue igual, no es así. Y las preguntas de antes quizás ya no sirvan y se necesita salir de la cajita y remozar el portafolio de preguntas. En planificación estratégica hay una norma: si el viento cambia, hay que mover las velas.
Mientras algunos en la oposición se desgastan en inútiles querellas, el individuo se encampanó en un viaje en el vecindario y clavó algunos chuzos. Y el enano moral del país más grande del sur del continente repitió frases hechas, se comió varias flechas y aprovechó para llevar agua a su molino. Ah, que los países no tienen amores, tienen intereses. Y los presidentes también. Que «el amor fue al campo un día y más pudo el interés que el amor que le tenía…»
Mayo termina. Fue lluvioso. En algunas cosas patinamos con maestría sobre el suelo empapado. En otras, pues terminamos con los pies pataleando en el barro. Lo importante no es equivocarse. Que imperfectos somos y, por cierto, siempre lo seremos. Lo que sí es relevante es aprender de los errores. Para no resbalar en los mismos lodos y tropezar con las mismas piedras. Y como dicen los ganaderos en las haciendas: «El cielo está puesto para más lluvias». Lo que viene son chaparrones y chubascos.