El liderazgo positivo es aquel que logra inspirar en otros lo mejor de sí mismos. El negativo es ese que exprime lo peor, lo masifica y lo convierte en una fuerza que se impone y destruye, aunque lo que construya en sustitución de lo que había no tenga ninguna de las virtudes de lo anterior y, por cierto, no corrija ninguno de los defectos.
Luego de un periodo con liderazgo negativo, los pueblos tienden a lamentar lo ocurrido y a avergonzarse. Muchos de quienes participaron activamente -o fueron neutrales cómplices- suelen declarar que no estaban en conocimiento de la magnitud de lo que pasaba. Que, de haberlo sabido, su actuación hubiera sido muy diferente.
Los pueblos no pueden ser inculpados de las barbaridades propiciadas por quienes, estando en posición de liderazgo, los mal condujeron. De hecho, el gran esfuerzo de quienes quieren sustituir al liderazgo maligno es abrir los ojos a las personas, hacerles comprender que son víctimas, ofrecerles una salida y conducirlos hacia una solución que implique una corrección, para dejar de ser víctimas.
¿A qué viene todo esto? Simple. Culpar a quienes votaron por el rojismo es un error garrafal, por varias y poderosas razones. Si la cuestión es repartir culpas, al no ponerlas sobre los hombros de quienes montaron este coso y perpetraron la destrucción del país, lo único que se consigue es librar a esos culpables de responsabilidades y dejarlos meterse bajo las faldas del pueblo. Y, para más, culpar de este desmadre a los votantes del rojismo es alejarlos. Si se quiere seducir a alguien para que deje a esa pareja que maltrata y se venga con uno, la estrategia más estúpida es restregarle en la cara el error de enamorarse de ese ser. El rojismo se vence con los votos de siempre de la oposición. Y con los votos del rojismo, los que tuvo y los que aún pueda tener. Para ello la oposición necesita mostrar liderazgo positivo, aglutinador, constructivo. Pelar los dientes al enemigo, no a las víctimas. Y eso no es fácil.
El liderazgo bueno es valiente, corajudo, pero sobre todo responsable. Al liderazgo maligno no le importa el sufrimiento de sus liderados. Los usa.Y, cuando la sopa se pone muy caliente, los abandona, se esconde, se refugia y hasta se suicida.
Seguramente hay razones -de peso o pueriles- para criticar el liderazgo de la oposición. Cuando eso me pasa, y me pasa, me pregunto: ¿Qué haría yo? Si yo creo que están equivocados, ¿por qué no me convierto en liderazgo? El venezolano tiene la (mala) costumbre de ser manager de tribuna. El árbol nacional es el araguaney, pero el arbusto nacional es el llantén. El pájaro nacional es el turpial y el ave nacional es el tucán, pero tenemos los cielos poblados de zamuros.
Si ese día horroroso de abril de 2013 en que, con descaro y desparpajo insolentes, la difunta hizo su paseíllo por la rampa y le regaló la elección presidencial al individuo ese (innecesario escribir el nombre), ¿qué hubiera pasado si Capriles hubiera llamado al pueblo a la calle? Millones hubieran escuchado su arenga. Y, conociendo el estilacho asesino del régimen, veinte o treinta mil muertos, por la medida chiquita y muchos miles de heridos. Y, en cuestión de horas, los vestidos de verde matica hubieran perpetrado un doble golpe de estado. Se hubieran deshecho de uno y de otro. Aquella noche y día posterior, Capriles enfrentó la que seguramente ha sido la encrucijada más compleja de su vida. Y actuó con liderazgo positivo. No porque sea un pacifista, que lo es. No porque le hubiera faltado razón, que vaya si le abundaba. Tampoco porque la comunidad internacional podría habernos negado su apoyo, que no hubiera sido así, al menos en los dichos. No. Capriles se tragó su rabia y no actuó como un babieca sino con liderazgo responsable. Puestos en semejante brete, apuesto fuerte a morisquetas a que cualquiera de los liderazgos de aquel tiempo hubiera hecho lo mismo, aunque hoy lo nieguen. Aquello a Capriles no le salió barato. Pagó un enorme costo político. Su popularidad se vino abajo y vaya si le ha resultado difícil remontar la cuesta. Aún no llega a los niveles de apoyo que tuvo en 2013.
La historia nos ofrece magníficos ejemplos de cómo el viento cambia. Bolívar, a quien hoy ensalzamos incluso a cotas de cursiambre, luego de liberar a un bojote de naciones, dejó de ser adorado. Churchill fue un gran héroe de la II guerra mundial. Se le considera un modelo de liderazgo constructivo. En julio de 1945 estando en Potsdam, Churchill hubo de retirarse de tan importante encuentro para regresar con prisas a Londres pues, por increíble que pueda parecer, ¡había perdido las elecciones!
Yo soy un votante de oposición y una ciudadana activa en política desde hace muchos años. A mí no tienen que convencerme. Con angustia y preocupación, veo que luego de años de ser una sociedad altamente politizada ahora lo que se siente es desgaste y desgano generalizados, cuyos únicos beneficiarios son esos pocos cientos de sanguijuelas en el poder cuya única tarea es seguir succionando la sangre a la nación. Es verdad que luego de tantos años es entendible que la gente esté harta y que los liderazgos políticos ya no encuentren palabras que no desaten bostezos. Eso sugiere que la narrativa, el discurso y el método deben cambiarse, para ser pertinentes y no una letanía tediosa. Si lo que el liderazgo va a decir es predecible, caerá en saco roto. Los discursos de Churchill tenían magia por muchas razones, pero sobre todo porque eran impredecibles.
Con dinero se puede comprar poder y obediencia. No liderazgo, ni positivo ni negativo. Ese, como recuerda un viejo pasodoble, ni se compra ni se vende.