Publicado en: El Nacional
Por: Carolina Espada
No es preciso desear nada en la mujer excepto que sea sana y tonta.
La mujer no ha aportado nada al desarrollo de la ciencia
y resulta inútil esperar algo de ella en el porvenir.
En el climaterio, por el cual la mujer se hace vieja, no podemos esperar más
que un debilitamiento de las facultades mentales.
En los hombres poco desarrollados en la parte mental (un negro por ejemplo),
se encuentran los mismos datos anatómicos hallados
en el lóbulo parietal de la mujer.
Paul Julius Möbius, La inferioridad mental de la mujer
Desde que el Homo neanderthalensis hizo su portentosa aparición en el Pleistoceno medio, los machos de la especie han pretendido estudiar, clasificar y etiquetar a las hembras de la manada (tarea harto difícil, debemos reconocer). Los hombres han escrito ¡Tratados! y dado ¡Conferencias! y asistido a ¡Simposios! y se han citado entre ellos mismos solo para intentar demostrar científicamente si la mujer es un ser pensante o un simple animalito del monte.
Por lo tanto no es de extrañar, que en el informe de la Comisión Permanente de Relaciones Interiores de la Cámara del Senado sobre el Voto Femenino, en sesión del 17 de junio de 1943, los siete caballeros que subcribieron el documento afirmaran: “No existe razón científica alguna para negar a la mujer el derecho al sufragio, ya que ella tiene, como el hombre, derechos e intereses propios que defender y sostener en el seno mismo de la comunidad política”. Palabra clave: “científica”.
Quedaba claro: no había ciencia que confirmara que éramos fieras despendoladas (seres que se conducían sin respeto ni medida, hasta el punto de perder la mesura y la dignidad), pero lo cierto es que —¿casi?— todo el Senado y el Congreso y la Masculinidad imperante en la primera mitad del siglo XX se preguntaban: ¿Acaso estas gentiles damas, que en el manifiesto dirigido al Senado de los Estados Unidos de Venezuela se habían permitido sugerir que se estudiara la posibilidad de reforma del artículo 32 de la Constitución Nacional (en el sentido de que se le reconociera a la mujer venezolana el derecho del sufragio en idénticas condiciones a aquellas en que lo ejercía el hombre), tendrían la madurez política necesaria y el nivel cultural requerido para poder sufragar? ¿Podrían ellas ejercer el voto de manera ordenada, pacífica y consciente? Los de la Comisión afirmaban que era lógico y correcto en pura teoría sostener que la mujer no debía ser excluida a priori del derecho al sufragio por su condición de mujer. Sí, ajá, en TEORÍA, ¿pero y en la práctica?
El derecho privado había reconocido, justo un año antes, la igualdad de derechos civiles de la mujer, ¿pero no sería como demasiado venir ahora a otorgarle el derecho a sufragar? De forma muy elegante y saliéndose por la tangente, la Comisión estimó que el manifiesto de tan graciosas damas constituía un justo anhelo (“justo anhelo” y no, “enérgica exigencia”) y era el resultado de los grandes y saludables esfuerzos realizados por el gobierno de Isaías Medina Angarita para elevar la personalidad moral de la mujer venezolana y dotarla de un grado de cultura que la capacitaría para incorporarse, tarde o temprano, a la vida política de la Nación. Más bien tarde, porque ya va, todavía no, no se vistan que no van.
El dictamen de “Los Siete del Patíbulo” (ese sobrenombre es todo mío) fue fulminante: “La Comisión estima que sería inoperante constituir desde ahora una Comisión Especial para estudiar la posibilidad de la aludida reforma. Es imposible realizarla de inmediato; se hará solo cuando se plantee al país por órganos competentes la necesidad de llevarla a cabo”. Es decir, más dilaciones, más trámites, más burocracia, más hombres decidiendo.
Pero les faltaba la estocada: una nueva Comisión Especial será creada cuando “la rana florezca y alineen los astros” (eso es mío también), pero mejor me apego al informe y cito: “…momento este que será el único oportuno para enjuiciar la capacidad política de la mujer venezolana y reconocerle o no el derecho al sufragio”. Palabras claves: “enjuiciar”, “reconocerle o no”. “O no”…
Por lo visto, el único triunfo de las mujeres que redactaron ese manifiesto fue que, al menos, hubiera sido tratado en el Senado. Tendrían que seguir esperando a que llegara ese momento casi sobrenatural en que las venezolanas salieran victoriosas de un juicio hecho por “un banquete de hombres solos” (Teresa de la Parra dixit) y, así, poder obtener el justo derecho para sufragar.
El profesor José Alberto Olivar —coordinador del XI Diplomado de Historia de la Venezuela Contemporánea de la Fundación Rómulo Betancourt y la UPEL— nos reconforta: “No conformes con aquella negativa, al año siguiente las mujeres hicieron una nueva petición, esta vez acompañada por más de 11.000 firmas recogidas en todo el país, para presionar a los legisladores a reabrir el debate”.
Reabriose la discusión y, el 5 de julio de 1945, el Congreso Nacional le otorgó a la mujer el derecho al sufragio limitado a la esfera municipal. Un mes más tarde entró en circulación el primer número del Correo Cívico Femenino con su divisa “Sufragio pleno – Educación Cívica – Mejoramiento Social y Legal de la Mujer y del Niño”. Una de las fundadoras del Correo, la insigne Ada Pérez Guevara, dijo que todos los esfuerzos de las editoras, articulistas y colaboradoras, así como también, los de las mujeres activas y activistas del país, serían para tener “un sistema de vida más justo, más pacífico y más digno de ser vivido”.
El 27 de octubre de 1946 se les permitió a las mujeres elegir y ser elegidas como diputadas a la Asamblea Nacional Constituyente. ¡Por fin los señores nos dieron permiso! Esta es la primera vez en la historia constitucional de nuestro país que las venezolanas ejercieron su derecho al sufragio. Votaron y fueron elegidas: Alicia Contreras, Analuisa Llovera, Ángela Parra de Montenegro, Carmen Gracián de Malpica, Catalina de Romero, Cecilia Núñez Sucre, Isabel Hermoso, Isaura Saavedra, Josefina de Pérez, Mercedes Carvajal de Arocha (Lucila Palacios), Mercedes Fermín y Silva Yaraure.
En enero de 1947 circula el último número del Correo Cívico Femenino y, el 5 de julio, la nueva Constitución es aprobada y allí se le da rango constitucional al voto femenino. Cinco meses después, el 14 de diciembre, las venezolanas votan por primera vez en una elección presidencial.
¡Pensar que todo esto había comenzado con el “Mensaje de Mujeres Venezolanas al General Eleazar López Contreras” del 30 de diciembre de 1935! ¡Apenas habían transcurrido trece días desde la muerte de Juan Vicente Gómez! Y así comenzaba la misiva: “Nosotras, en este hermoso despertar del sentimiento cívico nacional, nos permitimos dirigirnos a Usted para después de presentarle con el debido acatamiento nuestro saludo de año nuevo, exponerle en conjunto algunos de los más importantes problemas que directa o indirectamente nos conciernen (…) Levantamos hacia Usted nuestra voz, para indicar con fe en el magistrado, algunas de las necesidades apremiantes”.
En este mes de marzo, como todos los marzos, las mujeres no queremos ser como los hombres, pues por fortuna no somos iguales pero sí, equivalentes. Lo que conmemoramos en estas fechas es la Lucha por la Igualdad de Derechos. Lucha eterna, desigual, infatigable, injusta y aguerrida desde el día aquel en que el Sr. Neander Tal llegó a su cueva con los dos kilos de mamut y unos rábanos para la cena, y consiguió que su señora esposa había bañado a los niños, desempolvado las estalactitas, barrido las estalagmitas, pintado la escena de una recua de bisontes en las paredes de la caverna, perfeccionado la rueda y, ya que estaba en eso, había inventado el fuego.