Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Se me ocurre para cumplir con los tópicos navideños y para no hablar de la iluminación del cauce podrido del Guaire, una temática algo emotiva, más genérica. Y que se vincula, indirectamente, a la festividad por aquello de las ausencias. Simplemente es el elogio de mucha gente que se quedó en este país porque era su país, en la mala hora, y por la sola razón de que los tiempos malos prueban a los verdaderos amigos, aquí ciudadanos.
Tema difícil el de la moral y la migración. Seguramente causada en millones de casos por el hambre y la penuria, o la persecución represiva. Voluntaria en otros, menos numerosos, clases medias –los de clase alta son de suyo cosmopolitas– y que buscaron mayor “calidad de vida” cuando aquí se derrumbó. Si hay voluntad y no necesidad debe haber moral. Pero aclaremos, no juzgamos a nadie, son innúmeros los casos, ninguno igual a otro, y porque atañen básicamente a la subjetividad de difícil aprehensión. Pero que no impide que hablemos de su exterioridad, de su facticidad, aunque tampoco es nuestro tema. Solo señalar que es un índice del debilitamiento, a pesar de catalanes y otros, del sentimiento de la tierra natal en un mundo globalizado y, a lo mejor, del individualismo avasallante que vivimos y hasta de una cierta inconsistencia peculiar del venezolano ante el conflicto (Naím y Piñango).
Lo que quiero hacer, como anuncié, es lo contrario, elogiar a aquellos que decidieron, y aquí subrayo, quedarse hasta el final de este drama histórico, siempre con costos, a veces enormes. Excluyo, claro, a los que se quedaron porque no pudieron satisfacer su proyecto de marcharse, que la necesidad no hace virtud. Y, es importante, los que decidieron quedarse en muchos casos no fue para hacer papeles heroicos o de liderazgo sino para seguir en lo suyo, y con los suyos, y tratar de lograr que sus lugares y oficios siguieran tratando de ayudar al prójimo y mantener su dignidad. Y para promover otro país y otra convivencia. Y también ver el Ávila envuelto en la diáfana luz de Caracas.
Son, además de los políticos que combaten, los médicos en los hospitales o los maestros en la escuela o los estudiantes que cuidan el futuro, por nombrar algunos. Un ejemplo, se acaban de celebrar los cincuenta (50) años de profesora en la UCV de María Fernanda Palacios, Es una enormidad para cualquier época, pero más ahora. Y es, simplemente, porque ella es profesora de esa escuela y nadie le iba a impedir seguir cumpliendo lo que quiere ser un destino. Mafer es una escritora brillante y reconocida como pocos venezolanos, poeta y ensayista, pero cuando le preguntan por su oficio, suele decir indefectiblemente profesora de la Escuela de Letras. Pues bien allí sigue, contra viento y marea, y la Escuela permanece en las circunstancias terribles en que vive, gracias en parte a ella. Profesores que se han quedado, nuevos y prometedores jóvenes profesores que renuevan el personal. Cuesta dios y su ayuda y la constancia y tutoría de la profesora Palacios, pequeña y enorme gesta. Yo la celebro porque es un símbolo, acaso felizmente desfasado, de un sentido de la tierra y los otros que se puede llamar sin rubor humanismo. Sirve para luchar por la democracia y para recitar también a García Lorca. A quien cito con razones, porque me contó ella, no hace mucho, que un día malo se quedó con un solo alumno, que no conocía, y se preguntaba si debía dar esa clase en una hora de la tarde ya algo amenazadora por la falta de seguridad. Y la dio y fue un extraordinario diálogo sobre el poeta de Granada y fue feliz, ¿qué más, qué diablos?
En sus palabras en un homenaje que le hizo su escuela, suya como de nadie, terminó leyendo un poema de Ana Ajmatova. Traducido por ella y en el que la gran poeta rusa dice en 1922 cosas de ahora, con dureza sin duda. Reproduzco un fragmento en honor de la poesía y la fidelidad, se titula «No soy de esos que abandonan la tierra»: «Pero aquí en la penumbra de la conflagración,/ cuando apenas queda un amigo por conocer,/ nosotros los sobrevivientes no desistimos/ ante nada, ante un solo golpe./ De seguro el cómputo se hará/ después que pase esta nube,/ somos gente sin lágrimas,/ más rectos que ustedes…más orgullosos.»
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Un comentario
Precioso