Hasta el momento, nadie en la jefatura política de la oposición democrática ha asumido alguna responsabilidad –por microscópica que sea– en la debacle que vive actualmente la opción del cambio. Se ha optado por la vía más fácil: la de echarle la culpa al contendor por jugar sucio, y no tener escrúpulos a la hora de afirmarse en el poder.
Lo que ya se debería dar por contado, lo que ha sido una práctica constante desde hace casi dos decenios –el abuso de poder– no puede ser invocado ante cada derrota, y olvidado frente a cada victoria. Porque en estos años, se ha perdido y ganado bajo las mismas condiciones. Cualquier estrategia –en cualquier contienda– tiene que tener en cuenta las habilidades y mañas del contendor. Nadie se enfrentaba a Mike Tyson en el ring de boxeo –y menos aun fuera de él– para después salir aduciendo: no juegue, es que es muy sucio, me mordió la oreja.
Algo debe haber pasado, algo no estuvo bien en lo planteado por la dirección opositora desde febrero de 2016, –¿la prisa del vete ya?–, para que nos encontremos en el estado de desolación presente. Para seguir adelante, y poder recuperar la credibilidad, hay que arriesgarse a verse ante el espejo todos juntos, revisar lo sucedido, y recomenzar una vez más, como ya se hizo en el pasado.
Es un ejercicio doloroso, y a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), como primera fuerza de la oposición –hoy algo comprometida, es cierto– le corresponde asumir el tratamiento, y liderar la recuperación democrática del país, sin alharacas voluntaristas.
(El sector Soy Venezuela, ya se deslindó, tiene personalidad propia, y sus dirigentes han dejado claro que no participarán en ninguna contienda electoral, hasta tanto no se salga del régimen. Lo cual lo mantendrá muy ocupado, y poco proclive a cualquier ejercicio de reflexión crítica que lo distraiga de la calle).
Si la MUD quiere retomar la ruta electoral –y debe hacerlo–, tiene que explicar muy bien, pero muy bien, qué hará, de diferente, para propiciar unas elecciones libres y transparentes en las presidenciales, y por qué no intentó hacer lo mismo para las municipales. Las declaraciones ofrecidas, tras la paliza por abandono que le regaló al gobierno, fueron rutinarias, más de lo mismo: un periódico de ayer. Todos sabemos lo mal que está el país, cuanto sufre la gente, las penurias de los enfermos, el hambre de los niños, las trapisondas del régimen, pero hace falta algo más que un relato realista para recuperar la iniciativa y revivir el ánimo de la gente. Hay que saber liderar.
Los partidos políticos están llamados a dirigir la lucha pacífica, constitucional y electoral para recuperar la democracia, en alianza con otros sectores. Les corresponde ejercer una labor de pedagogía política, que a veces es difícil, sobre todo, si comprende reconocer que se han cometido errores gracias a la premura y a la dispersión política, o cualquiera otra sea la causa.
No se trata de un episodio de expiación pública, un acto de fe inquisitorial para ser purgado de sus culpas como se ha sugerido. Es una obligación con la gente que ha asumido su responsabilidad en la lucha democrática en medio de situaciones muy difíciles. Una explicación, es lo menos que merece el país, si se le quiere atraer de nuevo.
La capacidad de reconocer yerros, de cambiar de rumbo, de aparcar rencillas, constituye la diferencia entre los líderes con visión histórica y los maquinadores y vendedores de pamplinas fritas.
Quizás sean propicios los días navideños, ya con los resultados de República Dominicana en la mano, para darse un tiempo de reflexión, y regresar en enero con algo más atractivo que: yo no fui, yo tampoco.
@jeanmaninat