Por: Jean Maninat
No me des tortura china…
Ismael (Maelo) Rivera
“Los chinos no miran, sospechan” se le atribuye” a Woody Allen, cuando en realidad se refiere a los japoneses. La boutade refleja -con su genio habitual- la secular desconfianza occidental con los asiáticos, el Oriente, territorio de artes ocultas, secretismo, biombos de paredes dobles, acertijos y prodigios. Los chinos -en toda su diversidad- han sido parodiados, etiquetados, mofados, por Hollywood y sus guionistas. Los chinos -según esta versión- serían viciosos, jugadores empedernidos y siempre guardan un puñal artero en las amplias mangas de sus casacas de Mandarín. Ah, se nos olvidaba: inventaron la pólvora y los espaguetis…
Los franceses llaman chinoiserie a los objetos decorativos de inspiración oriental -no sin un dejo de desdén-, y los habitantes de la sucursal del cielo inventaron que no hay mayor contentura que la de “chino en tranvía”, sin aportar pruebas científicas de semejante determinación entre rieles y humores. Fu Manchú fue creado para significar al supervillano chino que detesta la civilización occidental, quien a pesar de sus artes maléficas y su largo y colgante mostacho identitario sería siempre derrotado por el blanquiñoso inglés, Sir Danis Nayland Smith.
Gracias a Puccini, la cruel princesa Turandot descabezará pretendientes como muñecos por ser incapaces de desentrañar tres veces sus tramposos acertijos para casarse con ella, y millones de bípedos de todos los sexos musitarán Nessun Dorma, sin tener idea de qué se trata. Ah, y Robert De Niro escuchará por siempre -entre nubes de opio- el riiiiiiing de un teléfono en un antro de estupefacientes regentado por chinos en Érase una vez en América de Sergio Leone.
China fue invadida y dividida en protectorados por las potencias europeas en el siglo XIX y sojuzgada por los japoneses en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Tomó una revolución política-social y el mandato de un egocéntrico y sangriento líder comunista para convertirla en una presencia geopolítica fundamental a partir del siglo XX. Pero fue un anciano dirigente del PCC, Den Xiaoping, de apariencia frágil, quien definió que “No importa de qué color sea el gato, siempre y cuando cace ratones” y la lanzó a un período de reformas y liberalización de la economía que la transformó en una potencia económica planetaria (¿la segunda?). Los chinos dejaron de ser motivo de sorna y caricatura y se convirtieron en una “amenaza” es decir: un competidor eficaz en la economía globalizada, lo que nadie se esperaba y ahora todos temen.
Y giros de las Moiras griegas, en la reciente reunión de la APEC en Lima y del G20 en Río de Janeiro, Xi Jinping, el líder del partido comunista más grande de la historia, abogó por la previsibilidad de las relaciones comerciales, las economías abiertas, el libre comercio y de abrir un camino de prosperidad compartida para los países de América Latina y el Caribe. (No nombró ni por asomo el imperialismo, el socialismo, ni ninguna de las chiripas ideológicas que tanto inflaman a la nomenclatura gobernante).
Y sí, es cierto, en China no se respetan los derechos políticos, ni sindicales, ni de libre información, es una gran unidad de producción que funciona bien. Curiosamente, el inquilino entrante en la Casa Blanca ha prometido, en el mero centro de mando del “capitalismo mundial”, cerrazón, aranceles, cerrazón y más aranceles, en perjuicio de la economía global y el libre mercado.
En plena guerra fría temprana, los medios conservadores gringos alertaban frenéticos: The chinese are coming!, mientras las pantallas de televisión en blanco y negro mostraban hordas de soldados chinos invadiendo territorios ficticios, y los padres de familia soñaban con construirse un bunker familiar donde guarecer a la familia en caso de ataque atómico. Probablemente, si sus herederos salieran a comprarlo hoy día en el mercado, leerían en la etiqueta: Made in China.
¡No me des tortura china!