Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
El régimen desarrolla sus armas clásicas y favoritas, las que siempre ha utilizado con maestría: la fuerza para intimidar y la mentira para dividir. Mientras en la oposición nos consumimos entre el desánimo y las pugnas internas. Quizás el problema es que ni los políticos, ni los analistas, hablamos de este tema con suficiente claridad y damos cosas por sabidas; así que vamos a describir cual es la naturaleza del poder de cada una de las partes de esta ecuación: la dictadura y el país que quiere un sistema democrático de vida.
En la oposición nadie se cuestiona que este es un régimen autoritario y despótico, dictatorial; y, sobre todo, un pésimo gobierno, que ha destruido las instituciones y la economía del país, que no tiene legitimidad de origen ni de desempeño, que es rechazado por el 80% de la población y la inmensa mayoría de la comunidad internacional y no perderé el tiempo en descripciones de realidades que están a la vista. Pero su permanencia en el poder no depende ni de nuestros deseos, ni de la razón, ni de la lógica, sino estrictamente de la fuerza, la represión, y las armas.
La dictadura tiene una fachada civil, una máscara, pero la dictadura es la FFAA, y con ella controlan la Guardia Nacional, el SEBIN, FAES, la milicia, todas las policías locales y regionales del país, los colectivos y paramilitares que han armado, y una buena cantidad de los llamados “pranes”, hampones o delincuentes comunes, que son liberados de su encierro en las cárceles cuando les conviene, para atacar a la población. Cuentan además con un contingente, en número desconocido, pero peligroso, de narcotraficantes e irregulares de grupos guerrilleros –ELN, FARC y otros– provenientes de Colombia. Cuentan también con todo el sistema judicial del país, para condenar a sus “enemigos” sin fórmula de juicio y llevarlos a las cárceles de las cuales disponen a voluntad.
Ese entramado de violencia, represión y fuerza, del cual tienen el monopolio absoluto es lo que les asegura su estancia en el poder, el cual no dejan para continuar protegidos bajo el amparo del estado y con los fabulosos negocios y la corrupción con la que se han enriquecido groseramente.
A esa fuerza física de la dictadura, la lógica elemental dice que habría que oponerle una fuerza igual; pero, ¿Dónde está esa fuerza del lado de la oposición? Internamente, ni el 23 F ni el 30A apareció o se evidenció por ninguna parte; e internacionalmente, tanto los EEUU, como la UE, como Brasil y Colombia han dicho claramente y de varias maneras que no están dispuestos a intervenir militarmente en Venezuela o a realizar una “operación quirúrgica” que acabe, militarmente, con la tiranía.
Ahora, si no es con una fuerza militar ¿Con qué contamos en la oposición para oponernos a la dictadura? Aparte de tener la razón y mucha voluntad, que –al parecer por los 20 años transcurridos– no sirve de mucho frente a una dictadura tiránica y sin escrúpulos, en la oposición solo contamos, comprobadamente, con un contingente, numeroso, generoso, de ciudadanos, inermes, de millones de personas, muchas de la tercera edad y adultos mayores, aunque abnegados participantes en marchas y actividades, solo están armados con banderitas y protegidos con pañuelos empapados en bicarbonato. Contamos también con miles de jóvenes, algunos de ellos “protegidos” con franelas, escudos de cartón piedra y máscaras antigases, elaboradas con botellas plásticas.
No pareciera que todo este “contingente” con el que contamos en la oposición, sea apropiado y suficiente para enfrentarse a toda la fuerza física de la dictadura. Lo hemos visto hasta la saciedad, en los cientos de muertos, heridos y detenidos que hemos dejado en las calles y en las cárceles durante los últimos años.
Esta es la realidad cruda y dura. No tenemos otra. No cuenta la oposición con la fuerza interna suficiente o con el apoyo internacional que le permita doblegar al régimen y obligarlo a renunciar, a ceder el paso a una alternativa democrática, así, sin más. Pero la dictadura, a pesar de su fuerza física, tampoco “controla” completamente el país; hay fisuras importantes, reconocibles, que lo obligan a ceder; no puede simplemente hacer lo que desea y acabar de un plumazo, como desearía, con la oposición.
Contamos también con el apoyo de la comunidad internacional. Más de 50 países han reconocido a Juan Guaido como presidente, desconocido al gobierno usurpador y están dispuestos –y lo están haciendo– a tomar sanciones de carácter personal y diplomático. Aunque no se trate de tropas para liberar a Venezuela, este apoyo de la comunidad internacional no es despreciable, pues ha logrado que el régimen tiránico, a pesar de todo su poder físico, de fuego, de represión, se vea obligado a sentarse, en al menos, dos mesas de negociación –con el Grupo Internacional de Contacto de la UE y en Noruega– y enfrentar allí a una oposición que no cuenta con las armas ni los recursos de fuerza física que ellos tienen.
Frente a esta innegable realidad, ¿Qué hacemos? ¿Rechazamos cualquier oportunidad de negociación, por apegarnos a “principios” como el de “no dialogar con delincuentes”? ¿O tratamos de forzar la barra, con contundente y persistente movilización ciudadana y apoyo de la comunidad internacional, a un punto en el cual nos sirva de algo ese 80% del país con el que contamos? Seamos racionales y realistas, no contamos con la “misma clase de fuerza” que tiene la dictadura para enfrentarnos a ella, pero lo hemos venido haciendo cívicamente durante 20 años, frustrando sus planes hegemónicos y totalitarios; tenemos que seguir buscando alternativas, porque lo otro es rendirnos, quedarnos en nuestras casas sobreviviendo y muriendo de mengua o tratar de escapar del país, ¿Llego la hora de rendirnos, de entregar, de dejar de luchar?, ¿O de seguir hasta vencer, ahora que la dictadura está cercada como nunca antes?
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