Si no te agarra el chingo, te agarra el sin nariz, es la versión criolla del Catch-22 gringo, solo que envuelto en una prosaica expresión, la cual probablemente hoy sea considerada políticamente incorrecta. Lo cierto es que los venezolanos nos encontramos –electoralmente– ante una bifurcación que al final conduce al mismo lugar: el muro de los lamentos vernáculo.
Los argumentos a favor y en contra de participar en una eventual elección presidencial –en las actuales circunstancias – están lo suficientemente machacados como para ponerse a desmenuzarlos minuciosamente a estas alturas del debate.
Una parte significativa de la oposición ilustrada (informada sería el término más acorde con los tiempos electrónicos que corren) parece inclinarse por la no participación, sustentada en argumentos éticos y principistas. Muchos no son profesionales de la abstención, muy por el contrario, lo cual indica el significado de su posición.
Por su lado, el sector radical de la oposición canta victoria, en la creencia que la historia le habría dado la razón al mantra abstencionista que repiten ante toda votación; sin percatarse que ha quedado en evidencia –una vez más– su enorme incapacidad para organizar y movilizar la indignación de la gente que dicen representar. Sus más perfilados miembros, están distraídos en la tarea de sus vidas: denostar a Julio Borges.
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD), luego de acorralar al gobierno en República Dominicana, ha entrado de nuevo en estado catatónico ante la dificultad de la decisión –o decisiones– que tiene que tomar. Sin dirección política, la gente rebota de posición en posición, como carritos chocones, y se ahonda la hostilidad hacia los principales dirigentes. Allí entran a saco lleno los nuevos notables, acusadores de la “clase política”.
El gran ausente en toda esta diatriba, es el supuesto depositario de todos nuestros insomnios: “el pueblo”, ese mismo que nos dio el gran triunfo de diciembre 2015. Nadie piensa en consultarlo, tomarle la tensión electoral, indagar un poco, un tantito, si quiere participar o no en unas elecciones presidenciales bajo las condiciones actuales. Si estaría conforme con que lo dejen sin más opción que la oficialista para elegir.
A menos que todas las encuestas sean prefabricadas en La Habana –la isla menesterosa, el alibi perfecto para cubrir todos los despistes– habría una fuerte intención de ir a votar, y sobre todo, con el expreso propósito de salir del gobierno. ¿No merece la pena indagar sobre esa inclinación? Así sea por mera curiosidad antropológica.
Desde esta columna semanal, hubiéramos preferido que la oposición democrática participara con un candidato único, diera la pelea en el campo de juego, y no desde las gradas, perdiendo por abandono y gritando umpire hijo de… como Mario Conde y sus amigos.
Salvo que Marte ataque por sorpresa, divididos y sin dirección como estamos, en abril o nos agarra el chingo, o nos agarra el sin nariz. Y el duelo será, largo y tortuoso.
@jeanmaninat