Nostalgia del futuro – Sergio Dahbar

Por: Sergio Dahbar

Hoy mucha gente mira con desdén un libro impreso. Pareciera algosegiodahbar-reducido tan común como el aire que respiramos. Pero Gutenberg en 1440 aprovechó una prensa destinada a la extracción de aceite. Y adaptó una técnica numismática, pero no para acuñar una monedad rara, sino tipos móviles que hacían posible la impresión de libro a una velocidad impensable para los copistas de la Edad Media.

El 4 de julio de 1971, un barbudo universitario de Illinois, hijo de un contador y de una criptógrafa que después de la Segunda Guerra Mundial se dedicaron a estudiar a Shakespeare y las matemáticas, recibió un curioso regalo. Espacio en una computadora. Tenía 24 años.

Entonces transcribió una Declaración de la Independencia de Estados Unidos. Ese fue el primer libro digital de la historia del siglo XX y el punto de arranque del proyecto Gutenberg. El mismo apellido que en 1400 creó la imprenta, en 1971 bautizaba la revolución de la tecnología en el libro. Cuesta reconocer cómo cambian el paisaje de los lectores, los autores, los editores y los libreros en 44 años.

De todas formas hay certezas curiosas: sabemos ya que un medio no desplaza a otro. La radio no eliminó a los periódicos. La televisión tampoco enterró a la radio ni al cine.  El libro electrónico no ha sido el sepulturero del libro impreso. Lo complementa.

Robert Darnton, director de la Red de Bibliotecas de Harvard, piensa que alcanzaremos una nueva ecología de lo escrito. Con la integración del papel, el futuro de la tinta electrónica y las posibilidades inimaginables de las pantallas líquidas. También el futuro produce nostalgia.

La forma como avanzamos siembra incógnitas. Cuesta entender por qué Internet no ha logrado aún que el texto digital sea masivo y popular. Ha permitido en cambio la reaparición del género epistolar con el correo electrónico, cuando creíamos que las cartas habían muerto con los carteros.

Un historiador del libro, entre los más notables que hay en el planeta, llamado Roger Chartier, asegura que el uso extendido del email desmonta la queja habitual de la muerte de la escritura por obra y gracia de lo digital. Es verdad.

En una conferencia, en la Feria del Libro de Guadalajara, el mismo Chartier razonó que el correo electrónica “supone la materialización del sueño ilustrado: para Kant la ilustración sería el momento en el que cualquiera puede actuar como lector y escritor, compartir opiniones y proyectos, intervenir críticamente en el espacio público’’. Buen punto.

Lo curioso es que ese espacio público, y no la tecnología, es el que ha alejado a muchos lectores de los libros. Desde que en el siglo diecinueve el escritor se volvió más famoso que los libros, importa más la foto, la firma, la relación social, que leerlo. Paradoja notable: el triunfo de la literatura conduce a la soledad.

No quiero cerrar estas líneas sin mencionar el nombre del barbudo que transcribió la Declaración de la independencia y la convirtió en el primer libro digital. Se llamaba Michael Hart, y falleció el 6 de setiembre de 2011 de un ataque al corazón.

No se había casado, vivía en medio de un desorden de papeles, pero era un visionario y tenía una idea luminosa. Quería promover la lectura. Que las obras de dominio público fueran accesibles para todos los lectores. Hart fue un sacerdote copista de la era digital, un hombre obsesionado con los libros. Durante 17 años transcribió 313 títulos, con sus dedos.

En 1998 comenzó a difundir el proyecto y consiguió voluntarios. El acervo creció a 1600 títulos. Hoy hay más de 36 mil obras, en 60 idiomas. En un día pueden producirse 125 mil descargas. Hart logró un milagro con una decisión personal en 1971. Chapeaux, Mike.

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