Por: Alberto Barrera Tyszka
El caso de Julian Assange se parece un poco a alguno de los lances filtrados por Wikileaks. Es confuso, difícil de demostrar. Se rige más por el morbo del chisme privado que por las reglas más básicas del periodismo. Nadie sabe muy bien qué trascendencia puede llegar a tener. Parece estar más cerca del espectáculo que de la información.
Hace dos años, en agosto de 2010, durante una visita a Suecia, Julian Assange mantuvo relaciones sexuales con dos mujeres. No fue al mismo tiempo. No organizó un trío ni participó en una fiesta que terminó en un desorden de piernas y botones. Tampoco contrató los servicios de nadie. No fue una orgía. Solo tuvo sexo con dos mujeres distintas, durante los días que transcurrió su visita en Suecia. En ambos casos, fue algo consentido. Assange no las obligó, no las sometió. Pero partir de estos encuentros, que cualquiera podría considerar de lo más suecos, desenrollados y liberales, se produjo de pronto un melodrama que hoy alcanza a los tribunales internacionales y que ya involucra incluso al gobierno de Ecuador.
Todo en esta historia, en apariencia, solo está relacionado con el uso de preservativos. Ambas mujeres, por distintos motivos y en diferentes circunstancias, aluden a lo mismo. Y, de hecho, acudieron juntas a la policía de Estocolmo con la intención de ver la posibilidad de exigir, de manera oficial, que Assange se realizara una prueba de VIH. Según sus versiones, Assange se negó a usar condón en alguna de las relaciones sexuales que sostuvieron. A partir de esto, de un comportamiento que las mujeres consideraron “irrespetuoso y maleducado”, todo comenzó a desarrollarse a pasos agigantados hasta llevarnos a donde estamos hoy, en medio de acusaciones de abuso sexual y de violación, a las puertas de un posible conflicto internacional.
Obviamente, toda en esta historia tiene que ver en realidad con Wikileaks. El poder le está devolviendo un golpe a Julian Assange. Quien sacó a la luz pública documentos y conversaciones reservadas de los gobiernos más importantes del planeta, encuentra de pronto que alguien se ha metido en las gavetas de su mesa de noche, que están publicando sus escenas personales, que están buscando en su vida privada algún crimen. Más que una conspiración es un castigo. La represalia directa por haber pretendido mostrar la vida secreta de las grandes potencias.
No deja de ser interesante que el giro de todo esto, además, termine con una petición de asilo a Ecuador, país cuyo Presidente mantiene una guerra feroz –incluso judicial- en contra de algunos medios de comunicación. Si Julian Assange hubiera nacido en Guayaquil y ejercido el periodismo en Quito, quizás ahora también estaría demandado, tal vez estaría detenido, a punto de ir a la cárcel por escribir y publicar sin usar preservativos. Las relaciones entre el poder y los medios siempre son de alto riesgo.
Hace un poco más de veinte años, el mundo se sacudió con la noticia del caso del entonces presidente Bill Clinton y Mónica Lewinsky, una pasante gordita con la que el primer mandatario norteamericano habría tenido, por lo menos, alguna acalorada sesión de sexo oral en la casa blanca. El caso ahora es una anécdota boba, sin mucha gracia. Finalmente, la historia recuerda más al fiscal Kenneth Starr, quien gastó más de 30 millones de dólares tratando de perseguir una intimidad. Suele ocurrir. El tiempo también arruga los escándalos y muestra que, a veces, la justicia es peor que los pecados.
Palabras y Puñetazos
Confieso que, últimamente, me cuesta entender al Presidente. No sé qué pasa. Me cuesta seguirlo, pierdo el hilo, me confundo. Esta semana, por ejemplo, al momento de rechazar un posible debate con Henrique Capriles, dijo lo siguiente: “¿Debate con quién? Eso sería como poner a boxear en sus mejores tiempos a Mohammed Ali contra Diosdado Cabello”.
Oí la frase y me quedé pensando. La volví a repetir internamente varias veces. La dejé sonar en mi cabeza. Cambié el orden de las frases, moví sílabas, la leí de atrás para adelante….y nada ¿Qué quiso decir? ¿Que Diosdado es como Capriles? ¿Un majunche, una nada? ¿O que Capriles es como Diosdado? ¿Un poder que nadie sabe hasta dónde llega, una amenaza agazapada? ¿Quién entiende la comparación?
Porque el símil del boxeo sí está muy claro. Chávez piensa que debatir es subirse a un ring a pegarle al otro. A pegarle hasta desmayarlo. Su proyecto de discusión es dejar sin sentido y sobre la lona al adversario. Sigue pensando que los puños son palabras, una gran forma de expresar las ideas. Del 92 para acá, no ha aprendido mucho. Todavía cree que un golpe es un argumento.
Un comentario
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