Por: Jean Maninat
Nada más fútil que tratar de construir una nueva imagen, una nueva personalidad, calificando de nuevo a algo tan viejo como los colmillos de Drácula. Es una manera ingenua, o una malicia de asesor político secundario, creer que los rasgos que por siglos han identificado a un movimiento político, se pueden mitigar adjuntándole un término que lo haga más tolerable a los oídos -y reflejos condicionados- de los sectores que tradicionalmente le han sido adversos. La izquierda tradicional latinoamericana, de origen marxista-leninista, ha sido especialmente recurrente a la hora de buscar denominaciones que velen su pecado original y les abra las puertas de la redención democrática.
La de más prosapia ha sido aquella que se autodenominaba izquierda democrática, como para recordar que sí, es cierto, la izquierda estaba asociada a la dictadura de clase y a la asfixia de las libertades, pero este modelo venía con un ABS democrático que amortiguaba el impacto. Pero más bien surtía el efecto contrario a la “normalización”, hacía resonar las alarmas del “mismo musiú con diferente cachimbo”.
No era la autodefinición ideológica lo que le daría el acceso a la contraseña del cajero electoral, muy por el contrario, solo echar por la borda definitivamente los residuos de marxismo-leninismo la acercaría a la pertinencia en las urnas primero y luego al triunfo electoral. Lula y Evo Morales son el mejor ejemplo. Sus adláteres venían de la izquierda armada, se dejaron de eso, vieron la oportunidad que se presentaba y se dedicaron a montar pacientemente el triunfo electoral y luego la permanencia del “proyecto” en el tiempo.
En Europa, los comunistas en vía de redención la tendrían más difícil para lograr un cambio de piel convincente. Los partidos comunistas, con la hoz y martillo estampados en sus banderas rojas -a pesar de su fuerte influencia- no lograrían el éxito electoral de los partidos socialistas, cada vez más socialdemócratas. El eurocomunismo, promulgado en Italia, España y Francia, llevaba inscrito el germen de su perdición. Era euro, pero comunista. Una lápida difícil de portar.
La prensa internacional, siempre ávida de denominaciones “ocurrentes” viene de acuñar una nada novedosa: La nueva izquierda latinoamericana, para etiquetar los triunfos de Boric en Chile y Petro en Colombia y emparentarlos con los de México, Argentina y Bolivia de primera y segunda generación. ¿Caben todos esos felinos de diverso pelaje en el mismo saco? ¿Estamos ante una era de Acuario tal como afirman los astrólogos? Lo único que tendría un ligero aroma a nuevo es Boric, pero en realidad se trata de una progresía que pinta prematuras canas gracias a que ahora tiene que gobernar y no tiene excusas.
Ojalá y los medios se pongan ocurrentes y nos sorprendan con denominaciones cada vez más incisivas para ayudarnos a mejor entender los cambios que se están dando: la Izquierda orgánica sin aditivos, o la Izquierda gluten-free, o la Izquierda deslactosada, o la Izquierda cero calorías, o la Izquierda transideológica, cualquier cosa… menos el añoso de la Nueva izquierda.