Publicado en ALnavío
Por: Pedro Benítez
El inicio de la actual crisis política en Venezuela se remonta a las atropelladas sesiones que la Asamblea Nacional (AN), presidida entonces por el diputado Diosdado Cabello, llevó a cabo los días 22 y 23 de diciembre de 2015. Días antes (el 6 de diciembre) la coalición opositora de la Mesa de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) había obtenido una histórica victoria sobre el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus aliados, alcanzando dos tercios de las bancas en disputa, pero no tomaba posesión hasta el 5 de enero de 2016. Así las cosas, la mayoría chavista que estaba por fenecer aprovechó ese tiempo para designar 13 magistrados principales en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), de modo que no lo hiciera la nueva mayoría opositora.
La cuestionable operación política la ejecutaron Diosdado Cabello, que presidia la Asamblea, y su fiel escudero, el diputado Pedro Carreño, jefe de la bancada oficial. En sus intervenciones Cabello dejó muy claro el propósito de la maniobra: bloquear a la nueva Asamblea Nacional hasta hacerla inútil.
El debate parlamentario de esos dos días fue sumamente agrio por las quejas de los diputados opositores ante la forma como la mayoría impuso las designaciones en abierto fraude a la voluntad de los electores, y de paso saltándose el reglamento de interior y debate de la Cámara, la ley y la propia Constitución.
Para no dejar dudas de lo que buscaba, Cabello cerró la última de las sesiones con una frase que más que una advertencia fue una amenaza: la confrontación es inevitable.
Han pasado 18 meses y Diosdado Cabello ha conseguido lo que con tanto empeño ha buscado. Venezuela hoy está al borde de la gran confrontación.
Este personaje ha sido tan nefasto en los últimos cuatro años para la vida política venezolana como Nicolás Maduro para la economía.
Concita más odio entre los opositores e infunde más temor en las filas del chavismo que el propio Maduro. Esto es algo que evidentemente lo llena de un especial orgullo.
No obstante, los peores rumores sobre sus supuestas vinculaciones con la corrupción y otras actividades ilícitas provinieron en principio de las filas del propio chavismo. Así, por ejemplo, el fallecido diputado oficialista Luis Tascón popularizó la expresión “derecha endógena” para referirse a un grupo que desde las altas esferas del Gobierno se había dedicado a acumular poder y dinero. El presunto líder de esa élite era Diosdado Cabello, que además aspiraba a ser el jefe del chavismo sin Chávez.
En la primera elección de las autoridades transitorias del PSUV en 2008 no fue electo como principal sino que quedó como suplente muy por debajo de figuras como Mario Silva, conductor de un radical programa televisivo chavista, y Vanessa Davies, periodista hoy alejada del partido oficial. Este resultado ratificaba el poco aprecio que en las bases del movimiento oficialista tenía por entonces. Sin embargo, Hugo Chávez lo impuso como vicepresidente del partido, cargo que ocupa hasta hoy.
Pese a tener un origen militar (como oficial participó en el intento de golpe de Estado de Chávez el 4 de febrero de 1992) y a su nula trayectoria y vinculación con el sector de extrema izquierda (del cual viene Maduro), Cabello alardea de ser el más radical de los radicales. Es partidario de aplastar de una vez por todas a la oposición.
Cabello tiene poder de veto
A Cabello se le adjudica una amplia influencia en los mandos militares venezolanos, pieza clave en el actual juego de poder, así como poder de veto en las más altas decisiones del régimen.
Cuando en diciembre de 2014 se renovaron los cargos de Fiscal General y Defensor del Pueblo, él apoyó para el primero a su actual titular, Luisa Ortega Díaz, en contra de la voluntad de Maduro y su compañera Cilia Flores, quienes impusieron para el segundo a Tarek William Saab, un enemigo de Cabello.
De Chávez tomó la idea de que en política no hay adversarios sino enemigos y con ellos nunca se transa, se negocia o se acuerda nada. Siempre lo recuerda como una parte esencial del legado del expresidente para delirio de los grupos más radicales del chavismo.
Cuando era presidente de la Asamblea Nacional encabezó una golpiza de diputados del oficialismo contra sus colegas opositores. El incidente fue transmitido por televisión y Cabello se mostró muy orgulloso de un acontecimiento sin precedentes en el parlamentarismo mundial.
Desde que Maduro ascendió al poder ha sostenido con el presidente una competencia para demostrar cuál de los dos es el más duro y el que tiene las peores ideas. Una y otra vez pareciera que el jefe del Ejecutivo sintiera la necesidad de no dejarse opacar por el radicalismo de Cabello a fin de no aparecer como el débil.
Cabello, de quien todos en Venezuela aseguran que es el segundo hombre fuerte del régimen, se ha dedicado desde su programa Con el Mazo Dando, en Venezolana de Televisión (VTV), la televisora del Estado, y desde sus espacios de poder, a criticar y cuestionar cualquier intento de aproximación entre el oficialismo y la oposición.
En estos días es el principal promotor de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, una instancia que los chavistas más radicales ven como la única oportunidad de mantenerse en el poder y aplastar a todos sus adversarios. No cesa de decir en cada intervención pública que él no negocia con el enemigo. Hacer lo contrario sería de traidores, afirma.
Por supuesto que ello pasa por la abierta confrontación entre los venezolanos que Diosdado Cabello tanto ha buscado.
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