Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Eso de la cohabitación es asunto de los más equívocos que se pueda suponer. La lealtad o la simple adhesión o el enfrentamiento y la oposición (los sinónimos pueden ser muchos en ambos casos) son conceptos que deberían ser unívocos. Pero eso de compartir el mismo espacio, pero enfrentados no resulta nada claro, en realidad no lo es. De allí que en ese cohabitar comprendemos a los alacranes, es decir, entregados a la dictadura para hacer cualquier oficio sucio, desde prostituir a los símiles de su bando originario hasta aparentar ser falsos contrincantes con el objeto de dividir los opositores reales. Pero queda un espacio intermedio donde la virtud y el pecado bailan de maneras muy sutiles. Por tanto, trazar una línea divisoria allí, por gruesa o arbitraria que sea, pareciera útil para detectar los que mantienen conductas dignas y los que le venden, a la chita callando, el alma al diablo, y que pueden ser el verdadero problema, enmascarados conscientes y hasta inconscientes. Al fin y al cabo, los animales rastreros suelen evidenciarse con mucho desparpajo porque ya han vendido todas sus defensas morales.
Diría algunas simplezas, intentando una fenomenología algo pueril de esa zona de los “nuestros”. Por ejemplo, que un buen medidor de la probidad de las buenas costumbres es el silencio. Nada más sencillo que guardar discreto silencio cuando la dictadura comete una de las suyas. Hacerse el loco puede decirse sin mayor pérdida de sentido. Por ejemplo, y para no ir más lejos, se acaba de producir una de las acusaciones más graves contra el gobierno, que viene nada menos de la ONU y que no solo lo acusa de crímenes de lesa humanidad sistemáticos, en lugar preeminente la tortura y, he aquí lo más grave, todo ello es una estructura permanente cuya cabeza está directamente implicado el alto gobierno y el mismísimo presidente Maduro. Y bien no solo la dictadura ha optado por la mudez como estrategia ante semejante despeñadero, sino que los partidos opositores han actuado igualmente como si en nada los involucrase, como denunciara el domingo pasado, muy arrecho y con toda razón, Elías Pino.
Hay también otro mecanismo simplón y muy usado: ausentarse. ¿Dónde andará fulano, tiempo que no aparece? A lo mejor está fuera… no, yo lo vi el otro día, con su reciente prole, comiendo helados en Las Mercedes. ¿Andará enfermo?… Se le veía muy bien. Hay quien dice que lo oyó en una radio de Internet, muy tarde en la noche, y que estuvo bien. Yo lo que creo es que no quiere quemarse con estos vainones y se está agazapando para las primarias. Siempre lo hace. ¿Quién quita? Y de verdad un día reaparece, enérgico, líder, fanfarrón como si los meses pasados se lo hubiese tragado el demonio con las barbaridades de los déspotas. Pero, también casi siempre, el ausente o el silente no están de vacaciones. Por el contrario, están muy activos visitando a los amigos del gobierno, discretamente como hace un verdadero político avezado. Y transando o engañándose o generalmente manteniendo promesas a futuro, lejano y brumoso futuro. Pero hasta aquí, nada de profundidades politológicas.
La línea divisoria podría ser la más simple. Que el opositor sea radicalmente y ante todo opositor. Es un asunto no solo ético sino incluso puede ser muy pragmático. A lo mejor el elector vota o debería votar por los valientes. Lo demás serían negociaciones con malandrines, lo cual es muy antihigiénico y a lo mejor fatal electoralmente. Como en las elecciones pasadas con todo y Unión Europea, que salió escamada y los de aquí burlados, héroes de Barinas, y el gobierno rebosante de gobernaciones. Así paga el “astuto” pragmatismo.